Una esperanza entre derrotas

  

Para Roberto Rabinovich

por su incansable labor, por su encomiable tarea desinteresada

 

Francisco Aguirre tenía sesenta y cinco años cuando lo conocí, como  tantas otras muchas veces en su vida, también esta vez y en ocasión de exigir sus legítimos derechos ciudadanos, llegó tarde.


Como otras tantas veces en su vida, fracasa, se repite la acción que conoce bien, pero esta vez, la derrota le deja un sabor a podrido y le indica con certeza que ha llegado el final del camino.


Desde que tiene memoria la vida lo arrincona y le señala su lugar en este mundo, el único territorio posible para sus huesos  ¡La sombra de la esquina! esa zona invisible en donde se mueve entre grises opacos y se difumina.


La memoria no le permite a Francisco Aguirre recordar el primer revés, o quizás fueron tantos y tan seguidos sus naufragios, tan continuas las desgracias, tan permanentes sus caídas, que minaron su ánimo y sabe a fuerza de  experiencia, que el destino de cualquier empresa que acometa terminará en ruinas, como su propia vida.


Se deja empujar en cualquier dirección por pura costumbre, total, sabe perfectamente que sus pasos lo llevan, invariablemente, de un desastre a otro.


De su apariencia frágil mana  decadencia, negación y desidia, pero con qué valor culpar a Francisco Aguirre de su aspecto, cuando siempre estuvo indefenso y contra las cuerdas, no tuvo una sola esperanza que no finalizará en un descalabro y el pesar se convirtió en su dueño.


Aquel que conoció a Francisco Aguirre, que en algún momento tropezó con él, no lo recuerda. Yo encontré a Francisco Aguirre por casualidad. A sus sesenta y cinco  años buscó el apoyo de sus iguales una mañana, intentó levantar la voz, soliviantar los ánimos en una cola interminable, una fila que creció desde la madrugada en las puertas de una farmacia. Para Aguirre es impostergable la  compra  de un medicamento, lo necesita con urgencia, pero por su carnet de identidad únicamente puede comprarlo dentro de dos días, la norma, el reglamento, no entiende de enfermedades ni acepta excepciones y la desesperación no comprende de disposiciones oficiales. 


La imagen de verse tirado en una cama, inmovil, inútil, en espera de la muerte, espanta a Francisco Aguirre y lo lleva a un grado de exaltación que no conoce. A las nueve y media de la mañana, atragantado de abusos, golpea con un aldabón la puerta de la farmacia, que sin razón alguna permanece cerrada y exige, amparado en la razón, que se cumpla el horario establecido. Otros, tan desesperados como él, que buscan leche, pañales para sus hijos, toallas sanitarias, inyectadoras, o algún medicamento desaparecido desde hace meses, empujan la puerta hasta romperla. De inmediato aparece la Guardia Nacional Bolivariana, las fuerzas armadas del orden, que no se presentaron antes, cuando la banda de motorizados llegó para instalar a sus mujeres  en la fila de primeras,  bajo la amenaza de sus pistolas y con los teléfonos celulares en la mano.


Los guardias revolucionarios buscan al responsable. Infiltrados en el tumulto aparecen los patriotas cooperantes, ese miserable invento cubano y señalan a Franciscio Aguirre, lo acusan y lo entregan con burlas y prepotencia.


Los uniformados se ensañan con el agitador inofensivo, con un anciano desarmado y derrotado de antemano, lo golpean sin importarle la edad, algunas voces intentan con timidez ayudarlo y los amenazan con la fuerza de los fusiles, el miedo, ese fantasma que congrega multitudes silencia la posibilidad de ayuda.


A Francisco Afguirre le ajustan unas esposas que le comen la carne, lo acusan de sedición y lo entierran con golpes de culata en una camioneta negra, apenas pudo pronunciar su nombre con la boca rota. La injusticia, la impotencia, quedan grabadas como un latigazo en mi memoria.


Yo estuve en esa cola, estuve a su lado y recuerdo sus ojos decepcionados. Francisco Aguirre había nacido en una dictadura y hoy desaparece bajo otra dictadura, sin oportunidad alguna.


Con letras firmes y negras, sobre la pared de enfrente un mensaje, una esperanza, un letrero que comprendo.


Contra el abuso eterno del comandante muerto. Contra la dictadura ¡¡vota!! 


Contraviniendo mi habitual desidia, mi falta de interés, contra el miedo, contra el engaño, contra las amenazas, contra el permanente abuso de la dictadura y en nombre de todos los Francisco Aguirre, decido votar en las elecciones de este próximo domingo y dar paso a la esperanza.


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