Un preso diferente

 A mi tío Miguel

Mi huella es una estela de combustible quemado, un rastro efímero de humo, que se evapora sobre cada kilómetro andado. Salto de una ciudad a otra sobre la geografía occidental de mi país, voy de tránsito por pueblos que han quedado en el olvido, que han gastado su nombre bajo el sol y las lluvias y en ese recorrido, atravieso campos de pastoreo de ovejas, siembras de caña de azúcar y de naranjas, trago polvo y tierra en estos caminos. Y en ciudades desiguales, con costumbres diferentes, me alumbra la luz de faroles distintos.

Realizo estos recorridos obligado por la condición de mi trabajo, soy agente viajero. Los recorridos son largos y por principio de seguridad no manejo de noche y me veo en la obligación de alojarme  en hoteles baratos,  en pensiones, en posadas de camino. En estos hostales sin pretensiones, se omite ese tedioso proceso que nos obliga a reservar  pieza para dormir. Son hoteles dispuestos para viajantes, para vendedores como yo, con habitaciones limpias y en donde me reciben sin hacer muchas preguntas, con un puesto de estacionamiento seguro para el auto.

Estoy en el negocio de las baterías, vendo y distribuyo pilas en todo el occidente  del país, en un mes atravieso diez Estados para cumplir con mi estrategia de ventas, que es relativamente sencilla y hasta ahora me ha dado buenos resultados. 

Cada semana emprendo un viaje diferente para cubrir las cuatro rutas que he establecido y cumplir la cuota de ventas. Voy de pueblo en pueblo, porque todos necesitan baterías, sobre todo para las radios y las linternas. Yo atiendo la cadena de comercio marginal y tengo en la lista de mi recorrido: Bodegas. Quincallas. Panaderías. Quioscos y las Estaciones de Servicio de Combustible del camino. Eso sí, yo vendo al contado, ofrezco mayores ganancias a mis clientes y me evito las amenazas, las complicaciones, los ultimátum y sobre todo, las pérdidas ocasionadas por las trampas del fiado. Mi clientela es reducida pero segura, y en cada viaje hago un intento por cazar nuevos y prometedores clientes.

Con relativo éxito he terminado el primer tramo del trayecto y ahora voy de regreso, aún  me quedan innumerables paradas y dos días de viaje para llegar finalmente a mi casa . Mis próximos clientes están en Puerto Cabello y a esa ciudad llego a las dos de la tarde. El calor, el salitre y el olor inconfundible del  mar se meten de un golpe por la ventana abierta dentro del auto y me sofocan por momentos.

Al desembocar en una calle, una extraña escena llama mi atención y me detengo a observar, dispuesto a intervenir si se presenta alguna situación de violencia. Dos policías enclenques sacan de un bar a un hombre completamente perdido entre los vapores del alcohol. Lo llevan esposado, lo meten en el asiento trasero de la radio patrulla y a toda marcha arrancan. Las sirenas fusilan la inocente tarde.

Creo reconocer en el rostro redondo y moreno del borracho, a un tío, hermano de sangre de mi madre, que precisamente vive por estos rumbos y tengo más de diez años que no veo. Son  inconfundibles los rasgos de indio en su rostro, atenuado en esa fisonomía particular en la que han intervenido el cruce de generaciones de diferente estirpe, los cabellos incorregiblemente lisos se desordenan con facilidad y el grueso bigote, negrísimo, pertenece al rostro de mi tío. Sin lugar  a dudas es mi tío, el farmacéutico Manuel Mata Pinto.

Sigo a la patrulla que se detiene frente a un edificio, temo lo peor. Mi tío saca las manos esposadas por la ventana, grita y no logro entender lo que dice, sus gritos son silenciados por las sirenas, seguramente aprovecha para pedir auxilio. El auto policial arranca de nuevo, me mantengo prudentemente detrás y me sorprenden al dar la vuelta y detenerse nuevamente en el mismo edificio. Esta vez apagan las sirenas y mi tío saca medio cuerpo por la ventana, levanta los brazos, expone al viento nuevamente sus manos esposadas, su rostro mortificado  y grita de tal manera, que puedo oír perfectamente lo que dice.

-Eurídice. Me declaro culpable de quererte hasta más allá de todos los sentidos y hoy me llevan detenido por este cariño mío, que no puedo callar. Soy el viudo de Puerto Cabello y me llevan preso por tu amor.

La patrulla sigue adelante, yo los sigo por callejuelas estrechas hasta llegar a una avenida y se detiene frente a la Farmacia Amana. Esa es la farmacia de mi tío. Él se baja, ya no lleva las esposas y se pierde dentro de la farmacia para salir al poco rato con una carga de preservativos y pastillas de viagra, que entrega a los policías por brazadas. Los policías se marchan y mi tío les agradece con una sonrisa y palmadas en el hombro.

Necesito saber que está sucediendo. Estaciono el auto y entro a la farmacia dando voces.

-Manuel. Manuel Mata. Manuel Mata Pinto.

Mi tío aparece en la entrada de la farmacia al oír su nombre pronunciado con tanto ímpetu y al verme, da voces de entusiasmo ¡Mi sobrino querido! Me abraza, a duras penas puedo sostenerlo, está completamente borracho y sin considerar su lamentable estado disparo sin ninguna advertencia la pregunta indiscreta.

¿Por qué te llevaban preso? 

¿Por qué  te soltaron los policías?

Se ríe a carcajadas y me contesta.

-Una mujer de nombre Euridice, apareció en mi vida hace dos meses, me tiene completamente enloquecido y no me hace ningún caso. Por sus repetidas ausencias, por la falta de su amor me emborracho cada día.

-Sobrino. Acabas de presenciar el  acto desesperado de un viudo enamorado.

Suena el teléfono.

Tapa la bocina con una mano y con el rostro encendido por la felicidad, en un susurro. Dice. -Es Euridice.

 


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