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Mostrando las entradas de noviembre, 2021

Aguijón de alacrán

  El látigo de la edad impone el ritmo a la vida. El almanaque transcurre inflexible y nos obliga a ver desde esquinas distintas el camino que atravesamos. El yugo de los imprevistos, la fuerza de lo inevitable frente a la incertidumbre del próximo acontecimiento, nos asigna el ángulo de mira que corresponde y en perspectiva, bajo el tono de amargas sincronías  observamos transcurrir la vida frente a nosotros. La carga de los años nos obliga a mantener una posición determinada, una actitud acorde con el peso de la edad, para poder enfrentar los sucesos que nos tocan vivir con cierta dignidad.     La vida dividida en etapas, en ciclos, en épocas, se diluye con el paso de los días que minan nuestros impulsos, doman los bríos  y nos obligan a aceptar, casi con indiferencia, esta lamentable condición donde imperan los achaques, el cansancio, el abandono. A mis setenta años cumplidos no puedo negar que estoy viejo, que las arrugas han desdibujado el rostro, tanto, que dan pena, y no me dign

El libro

  Agotado frente a los medios, las redes, las noticias. Fatigado bajo el imperio de los noticieros, que se empeñan en entregar información a un público ansioso y pesimista, a una audiencia obsesiva y neurótica. Abatido ante el telediario, que repite hasta el cansancio imágenes de desastres y calamidades alrededor del globo que habitamos.  Con los ojos gastados de mirar cómo el mundo se desmorona: entre nuevas y modernas dictaduras, democracias fallidas y juegos de poder, absolutamente incomprensibles, para ciudadanos que aspiramos vivir en paz.  Consumido por este presente sin futuro, regreso una vez más a las páginas de un libro único. Un libro, que nos enseña a no temerle a aquello que no está escrito en nuestro destino, ya que no ha de cumplirse.    Un libro antiguo, que rueda entre los siglos y se cuela entre culturas diferentes. Un libro que nace bajo la tradición oral de pueblos nómadas. Un libro que finalmente escrito, es de tantos autores, que resulta anónimo y se cree que su o

Retrato de un incendio

  Un grito de auxilio atraviesa la densidad del humo y se impone por encima del fuego y su intento de consumirlo todo a su paso. Él  oye con nitidez el grito desesperado que clama auxilio y se empeña con terquedad en seguir adelante. Atrás ni para coger impulso. Piensa. Recuerda un dicho popular que lo anima en su decisión: ''pa lante es que brinca el sapo, aunque le puyen los ojos'' En ese empeño de seguir adelante, de cumplir con el compromiso de salvar vidas, no se detiene ante los riesgos, las amenazas, los peligros del incendio, en todo caso, esos riesgos le permiten salpimentar con dosis de osadía su vida.  Aquellos que lo miran desde orillas distantes y que iluminan con la pobre luz de un foco sus propios miedos, lo acusan de ser extravagante y de mantener una conducta irresponsable y soberbia.  En silencio, secretamente lo admiran, pero son incapaces de confesarlo. A decir verdad, quienes lo conocen, afirman que él mantiene ante la vida una actitud sanchopancesc

Un preso diferente

  A mi tío Miguel Mi huella es una estela de combustible quemado, un rastro efímero de humo, que se evapora sobre cada kilómetro andado. Salto de una ciudad a otra sobre la geografía occidental de mi país, voy de tránsito por pueblos que han quedado en el olvido, que han gastado su nombre bajo el sol y las lluvias y en ese recorrido, atravieso campos de pastoreo de ovejas, siembras de caña de azúcar y de naranjas, trago polvo y tierra en estos caminos. Y en ciudades desiguales, con costumbres diferentes, me alumbra la luz de faroles distintos. Realizo estos recorridos obligado por la condición de mi trabajo, soy agente viajero. Los recorridos son largos y por principio de seguridad no manejo de noche y me veo en la obligación de alojarme  en hoteles baratos,  en pensiones, en posadas de camino. En estos hostales sin pretensiones, se omite ese tedioso proceso que nos obliga a reservar  pieza para dormir. Son hoteles dispuestos para viajantes, para vendedores como yo, con habitaciones li

Tropiezo, o una súbita vuelta de tuerca

Sin lugar para la alquimia del amor, para dulzuras, para gestos envueltos en ternuras, sin espacio para miradas de compromiso, él se conforma con encuentros ocasionales que concibe cuidadosamente entre turbulentas orillas y paga en efectivo, billete sobre billete.  Él es un convencido de que la vida es incierta, el futuro dudoso y la muerte, por el contrario, es segura e inevitable. Él se encarga de que así sea. Él no cree en la casualidad. Él opina, de acuerdo a su propia experiencia, que la combinación de un conjunto de elementos produce el resultado esperado.  Él es un hombre  acostumbrado desde muy temprano a involucrarse en inusuales eventos cuyo resultado final es siempre la muerte del otro.  Él organiza meticulosamente los acontecimientos que terminan por convertir al otro en difunto. Para lograr el éxito de su objetivo, él no permite la intervención caprichosa de la casualidad, el acaso representa en su oficio el mayor de los peligros y según él, el acaso es una circunstancia p

Contribución a un improbable diccionario de palabras en desuso

    A la familia. Por los recuerdos.   Un carcamal convertido en musulungo, que alguna vez fue un tragaldabas, maneja un roñoso catanare, de improviso el carro tose, escupe nubes negras de humo denso y ante la incertidumbre de quedarse varado en medio de la vía, con miedo de llegar tarde a una cita impostergable, lo estaciona de inmediato para no correr riesgos innecesarios. Saca sus macundales y camina con lentitud hasta la parada de la guagua. Es todo un personaje. En la calle, su facha de estampa antigua se distingue desde lejos y algunos miran su pinta entre extrañados y divertidos. El vejestorio viste camisa de popelina estampada de flores menudas, que estuvo de moda en tiempos sin memoria. Lleva jeans desteñidos y ruyios, chancletas de cuero esguariladas, el cabello largo negro y chamisuo, lo recoge en una cola de caballo. A pesar del inconveniente con el auto, llega a tiempo al cuchitril en donde ensayan. Es un tugurio escondido en un sótano, una pocilga llena de peretos viejos

Una esperanza entre derrotas

    Para Roberto Rabinovich por su incansable labor, por su encomiable tarea desinteresada   Francisco Aguirre tenía sesenta y cinco años cuando lo conocí, como  tantas otras muchas veces en su vida, también esta vez y en ocasión de exigir sus legítimos derechos ciudadanos, llegó tarde. Como otras tantas veces en su vida, fracasa, se repite la acción que conoce bien, pero esta vez, la derrota le deja un sabor a podrido y le indica con certeza que ha llegado el final del camino. Desde que tiene memoria la vida lo arrincona y le señala su lugar en este mundo, el único territorio posible para sus huesos  ¡La sombra de la esquina! esa zona invisible en donde se mueve entre grises opacos y se difumina. La memoria no le permite a Francisco Aguirre recordar el primer revés, o quizás fueron tantos y tan seguidos sus naufragios, tan continuas las desgracias, tan permanentes sus caídas, que minaron su ánimo y sabe a fuerza de  experiencia, que el destino de cualquier empresa que acometa termina

Susurros. Voces. Temores

A mi hijo Diego, que abrió la puerta y se asomó al espacio sin fondo de los temores. El miedo lo acompaña desde que tiene memoria. Alguna vez llegó a pensar que nació con miedo. En algún momento, obligado por el pánico y la angustia, buscó el origen de ese horror que lo acosa sin tregua, que lo amenaza con la constancia que sólo un enemigo acérrimo es capaz de mantener, que lo arrincona y lo obliga a pedir ayuda a los gritos. Atribuye esa sensación de susto permanente, al temor que su madre sintió durante todo el embarazo y que en una oportunidad le confesó, al saber que él padece de un miedo irracional a lo desconocido. Su madre sufrió en silencio el acoso de un miedo insensato durante los nueve meses de su gestación, un temor atroz de perderlo antes de que él naciera. Sin razón alguna, el terror de perderlo la mantuvo en un estado permanente de zozobra durante nueve meses seguidos y la llevó a los extremos de no salir de su casa y necesitó la compañía de su madre durante todo el tiem

Día de suerte

  Me entregué al oficio de perseguir nubes, cerré los caminos y las generosas oportunidades que se abrieron ante mí y me exigieron algún esfuerzo, ahora, entrampado y quemadas las opciones, espero un ángel en esta esquina cruzada de cuchillos. Mi nombre es Ricaurte, tengo veinte años y en este semáforo espero conjurar mis tropiezos con un golpe de audacia y de suerte. Huir de la sombra de los muertos y esquivar la cárcel, ambas posibilidades me aterran. Estoy de suerte, mi ángel detiene su camioneta frente a la luz roja del semáforo, lleva lentes oscuros, su sonrisa es perfecta, de dientes cuidados con esmero. Atravieso la calle, abro con sorpresa la puerta de su todo terreno con los ojos fijos en el miedo de mi ángel. Mi fiero silencio la amenaza más que un grito, que un insulto, que el filo del acero. Con fuerza la tomo de sus cabellos dorados y la veo rodar sobre el asfalto sin pizca de remordimiento, mi ángel deja el asiento vacío y se lleva el pánico tatuado en la piel. Sus gritos

El tío Armonía

    Armando camina por callejones estrechos y se pierde distraído en el laberinto de viviendas entregadas a la inclemencia del olvido, indolentes, las casas  muestran las paredes sucias, la pintura descascarada y una que otra perforación de bala. Los improvisados constructores levantaron las precarias estructuras con la esperanza de hacer mejoras cuando el tiempo lo permitiera, pero esa hora se hizo esquiva y nunca llegó, alzaron vertiginosamente sus refugios con la urgencia de la necesidad, sin orden alguno, con escasos recursos, ausencia de planos y terminaron construyendo un laberinto. En una noche los ranchos se multiplicaron como ronchas sobre ese terreno baldío, era un cobijo temporal, pero lo temporal se hace eterno en estos rincones. Ninguno de los residentes actuales recuerda quien bautizó este lamentable escenario de escasez con el orgulloso nombre que representa indoblegables esfuerzos -Barrio La Lucha-.  El nombre se convirtió en estigma o maldición y marca a los residentes

La aventura extraordinaria

La vida es una aventura extraordinaria, cada paso es el resultado de una elección propia, una decisión personal, que tomamos bajo el estricto rigor que imponen las amenazas y aquellos principios fundamentales que aprendimos de pequeños y nos sostienen. Con audacia utilizamos esas referencias que navegan desordenadas junto a nuestras motivaciones y en el mar de probabilidades,  en el torbellino de sentimientos encontrados, en el que giramos, surge la voluntad necesaria para llevar adelante la decisión de vivir. Inmediatamente luego de dado el primer paso, una nueva e insospechada interrogante obliga el próximo movimiento. Un nuevo paso tan sorprendente y tan lleno de incógnitas, incertidumbres, expectativas y posibilidades como el anterior, nos empuja a movernos en una bruma espesa de perplejidad y dudas.  Sin determinar con certeza una dirección única, seguimos la aventura extraordinaria de vivir. Los caminos permanecen abiertos y el rumbo puede ser modificado, no hay cálculo posible,

La Huida

  Escapamos. Huimos. Desaparecemos.  Somos los prófugos de la violencia que nos arrebata los afectos. Logramos evadir los continuos ataques de una guerrilla despiadada, envilecida en el tráfico de drogas, que secuestra a los niños, los arma, los coloca al frente de sus columnas y de un golpe les arrebata a sus padres y también al genuino derecho de crecer inocentes y libres, para cargarlos con el peso de la muerte y de unos fusiles que no le corresponden y tampoco quieren. En nuestra huida desesperada por salvar la vida, no vemos las señales del cielo, el momento en que un destacamento de pesadas nubes cierra nuestras escasas posibilidades. Las nubes se alinean amenazantes, oscuras, en estudiadas formaciones tácticas, apoyadas en el silencio de un cielo impasible y cómplice. Ni siquiera el clamor elevado a las alturas por los más viejos, que huyen con nosotros, aleja la amenaza de una tormenta escandalosa. La amenaza de la tormenta espanta la calma, desata furiosos vientos y nos envuel