Susurros. Voces. Temores

A mi hijo Diego, que abrió la puerta y se asomó al espacio sin fondo de los temores.


El miedo lo acompaña desde que tiene memoria. Alguna vez llegó a pensar que nació con miedo. En algún momento, obligado por el pánico y la angustia, buscó el origen de ese horror que lo acosa sin tregua, que lo amenaza con la constancia que sólo un enemigo acérrimo es capaz de mantener, que lo arrincona y lo obliga a pedir ayuda a los gritos.


Atribuye esa sensación de susto permanente, al temor que su madre sintió durante todo el embarazo y que en una oportunidad le confesó, al saber que él padece de un miedo irracional a lo desconocido. Su madre sufrió en silencio el acoso de un miedo insensato durante los nueve meses de su gestación, un temor atroz de perderlo antes de que él naciera. Sin razón alguna, el terror de perderlo la mantuvo en un estado permanente de zozobra durante nueve meses seguidos y la llevó a los extremos de no salir de su casa y necesitó la compañía de su madre durante todo el tiempo del embarazo. El miedo la abandonó justo después de su nacimiento.


Él sospechó por largo tiempo al oír esa confesión, que el inmenso amor que su madre le profesa, gestó como un hermano gemelo al miedo que lo acompaña, que orgánico, se quedó en su piel. Pero esa idea la descartó al descubrir, que el terror que lo paraliza desde niño, el pánico que sufre, es el resultado de voces  que le susurran historias indescifrables.


Él distingue el sonido de la voz que le habla, la particular intensidad de los tonos altos, la oscura profundidad en el matiz de los bajos, el ritmo que utiliza. La voz que oye no se parece a ninguna de las voces conocidas y al no lograr descifrar el mensaje de esos susurros continuos y persistentes, el miedo lo domina. 


El eco que escucha es distinto al del viento cuando pasa libre entre los árboles, la voz es diferente al rumor del río y al choque de las piedras que ruedan bajo su cauce. El sonido que lo aterra es otro, se asemeja un poco a la crepitación del fuego devorando a su paso  todo lo que encuentra.


En un intento fallido de transformación y para evitar que el temor sea su dueño, decide mudar la piel, como hace la serpiente cada tanto, él ha sido muchos nombres, no se reconoce en ninguno de los que fue y al abandonarlos, no tiene deudas con ellos.


Es un hombre atormentado, vive perseguido por voces incoherentes que lo han llevado al extremo de perderse en el camino. Hoy cumple treinta años y está decidido, listo a terminar con el extravío y el miedo. Camina sin rumbo, pero con la decisión tomada de descifrar el significado de las voces y la única forma es enfrentar al miedo irracional que lo domina. Con desinterés observa que un ventarrón arranca las hojas de un árbol  y se las lleva.


El murmullo, las voces, el susurro se hace presente de inmediato, esta vez él no intenta huir de la voz, se sobrepone al miedo y termina por aceptar su condición de receptor a esta señal incomprensible y testaruda que lo acompaña desde niño y jamás lo abandona. Hace un esfuerzo último, se enfrenta con decisión a los terrores de lo incomprensible y lucha por entender, por comprender este idioma al que le ha huido por treinta años, por desentrañar el significado de la voz que le habla, con gran dificultad intuye el sentido de cada sonido y logra finalmente entender todas las palabras.


Con una lucidez excepcional, admirable, la voz que tanto miedo le produjo desde que tiene memoria, relata con maravillosa maestría, con una carga de imaginación sorprendente, jugando con las palabras, la forma que toman las hojas  al caer del árbol por los efectos del viento y un momento rutinario, una acción ordinaria  y repetitiva se convierte en imagen.


Al enfrentar el miedo, limpia de ruidos el susurro y perfectamente oye lo que cuenta la voz. Dice la voz: Un viento tan atormentado como tú mismo, perseguido por  los demonios de otoño, remece las ramas de un árbol y arranca sus hojas, una lluvia de pálidas hojas amarillas escarcha el asfalto, la frágil alfombra vegetal cubre esta tarde cargada de recuerdos, mientras un muchacho inocente cruza la esquina y un remolino amarillo envuelve sus pasos y se lo traga para siempre.


Al aceptar las voces acepta también su destino, regresa a su casa a escribir las sorprendentes y fantásticas historias que una voz desconocida le murmura en un susurro. Se ha convertido en escritor y asume todos los riesgos sin miedo.

 

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