Día de suerte

 

Me entregué al oficio de perseguir nubes, cerré los caminos y las generosas oportunidades que se abrieron ante mí y me exigieron algún esfuerzo, ahora, entrampado y quemadas las opciones, espero un ángel en esta esquina cruzada de cuchillos. Mi nombre es Ricaurte, tengo veinte años y en este semáforo espero conjurar mis tropiezos con un golpe de audacia y de suerte. Huir de la sombra de los muertos y esquivar la cárcel, ambas posibilidades me aterran.


Estoy de suerte, mi ángel detiene su camioneta frente a la luz roja del semáforo, lleva lentes oscuros, su sonrisa es perfecta, de dientes cuidados con esmero. Atravieso la calle, abro con sorpresa la puerta de su todo terreno con los ojos fijos en el miedo de mi ángel. Mi fiero silencio la amenaza más que un grito, que un insulto, que el filo del acero. Con fuerza la tomo de sus cabellos dorados y la veo rodar sobre el asfalto sin pizca de remordimiento, mi ángel deja el asiento vacío y se lleva el pánico tatuado en la piel. Sus gritos se confunden con el aullido del motor despidiéndose, alejándose a toda marcha.


Todo lo tengo perfectamente calculado, en la próxima calle debo tomar la autopista y en escasos diez minutos llegaré a la Torre Alfa. En uno de los últimos sótanos del estacionamiento de la torre, la camioneta se quedará unos días, mientras se enfría. Al dejar la camioneta voy directamente a la dirección que me han indicado y allí debo entregar a quien paga por el encargo el ticket de estacionamiento y las llaves, a cambio, recibo el dinero acordado y chao pescao.


Con serenidad contenida voy  al ritmo que marca el tráfico en la autopista, me muevo con lentitud, pero sigo avanzando sin detenerme, enciendo la radio para no pensar. En el auto de adelante una mujer habla animadamente con su compañero, los gestos se vuelven agrios de improviso. Este pequeño detalle no estaba previsto, ni escrito en el programa. Alarmado hago el intento de  cambiar de canal y no lo consigo, el tráfico lo impide.


Suena un disparo. La mujer baja del auto, se me acerca con sus piernas blancas, sus tacones, su boca de rosa ensangrentada, en la mano izquierda un maletín, con la derecha empuña una pistola, sin dejar de sonreír me apunta.. 


En la radio la voz de Héctor Lavoe se adelanta a los timbales:  

………...

Si el destino me vuelve a traicionar

Te juro que no puedo fracasar

Estoy cansado de tanto esperar

Y estoy seguro que mi suerte cambiará

Pero ¿cuándo será?

Pronto llegará,

El día de mi suerte

Sé que antes de mi muerte

Seguro que mi suerte cambiará.


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