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Mostrando las entradas de noviembre, 2020

Marino en remolino

  A los 20 años recogió velas y ancló en puerto seguro, pero al cumplir los 65 años un mar revuelto entró en su vida y un remolino engulló sus afectos. Perdió pie en tierra firme e inició con el llanto vivo y sin guardar luto un viaje desenfrenado en busca del amparo que puede ofrecerle. Un muelle en cualquier bahía. Un atracadero en alguna ensenada. Un apostadero en un estuario. Abrigo en una rada. Refugio en un golfo. En un mes atravesó su quilla en aguas turbulentas. Rompió olas. Bogó con velas desplegadas aguas tranquilas y azules. Enfrentó vientos cruzados, navegó más que en toda su vida y no encontró la dulzura de un puerto en donde anclar definitivamente. Sus hijos lo convocaron una tarde y le dijeron: te has convertido en un adolescente de 65 años. Entre sollozos incontenibles les confesó: los recuerdos encapotan los cielos y ya no son amables. Yo no sé ni puedo vivir solo.

Un intento por adivinar mañanas

Todos tenemos los pasos contados, también, de antemano, está programado el número exacto de latidos, esos golpes sincronizados de sangre, que a borbotones entran y salen del corazón. En esta  increíble y maravillosa maquinaria se ha programado con precisión cada inhalación que llena los pulmones, hasta la exhalación última y definitiva. Los suspiros no cuentan en la ceñida contabilidad de estos  actos mecánicos y quién sabe, cuántas otras cosas más. Quizás, a lo mejor, están previstos los cauces por donde correrá nuestra vida, el trazado de horizontes posibles, los caminos que vamos a transitar a  ciegas y dando tumbos, pero realmente no  tengo seguridad, ni siquiera una señal borrosa de que el futuro esté escrito, en cambio, tengo la certeza que el fin de nuestra vida está marcado, y en eso nos parecemos a los tarros de mermelada, en ellos también viene impresa la fecha de vencimiento. Tenemos asegurado el final, una mano ajena y desconocida marcó sin titubear el día y la hora del suc