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Mostrando las entradas de mayo, 2021

Hay un café en Altamira

Hay un café  en Altamira, es un local sencillo y sin lujos, sin grandes pretensiones, jamás ha querido ser un café francés. Pasa desapercibido, quizás porque se encuentra escondido en una de sus calles, pero son muchos los que afirman que en este local se hornean los mejores croissants de la capital y desde diferentes lugares de esta ciudad, que crece sin control ni sosiego, llegan los insaciables clientes, que hacen cualquier esfuerzo para obtener un bocado de gloria de sus encendidos hornos.  Alguien corrió la voz, otro repitió el entusiasmo y creció la fama de este café, quién o quienes lo hicieron, es una incógnita que no he podido resolver. Yo soy un cliente de toda la vida y efectivamente, los croissants son maravillosos, también, lo es el café con leche, cremoso y en su punto exacto de calor para  disfrutarlo sin correr el riesgo de quemarse la encía. Muchos quisieran que escriba la dirección, que entregue las señas, que explique la forma de llegar, pero me niego. Estoy convenci

Tengo un santo en el cielo

  Escúchame bien Vicente, nadie, absolutamente nadie, te da algo sin esperar alguna cosa a cambio; no creo en regalos, ni en dádivas desinteresadas, te lo digo yo; que soy un buscavidas. Me he criado en la calle, en este barrio, y no he podido salir de aquí. Me ha costado un mundo seguir adelante, y sabes como ninguno que le he echao un cerro e bolas. En este arrabal tuve mi casa, la construí yo mismo, bloque a bloque. Apuntalé las columnas con barras de metal que me fui trayendo una a una de la construcción en donde trabajé, y ni eso detuvo la fuerza del agua, que se llevó en un segundo mi esfuerzo, y hasta la ilusión que me daba vivir allí con la Carmela. Todo lo perdí con las últimas lluvias, el rancho se vino abajo con la cocina, la cama y los corotos del salón, no me quedó nada. Nosotros nos salvamos de milagro. Esa noche, antes del vendaval, de la tormenta, de la lluvia que  se llevó la casa y hasta los sueños, nos fuimos a celebrar el cumpleaños del papá de Carmela, el hombre

Un caso de asesinato

  Soy Abogado Defensor de Oficio, El caso Amariscua, como se le conoce, me llegó en una carpeta nueva, sin manosear, sin ninguna huella de haber sido revisada con anterioridad. En ese viaje que hizo la carpeta todos los ojos se cerraron y huérfana la dejaron en mi escritorio abandonada a su destino. Ese detalle me indujo inmediatamente a pensar: que era uno de tantos juicios que a nadie interesa, un caso sin importancia, sin trascendencia, sin peso específico para un ascenso y por esa razón llegó a mi escritorio. Pero una moneda siempre tiene dos caras y también puede  significar, que el caso Amariscua es un asunto extraordinariamente peligroso y los otros abogados, advertidos del riesgo, de la amenaza, dejaron pasar el caso sin siquiera tocarlo.   En este Oficio, con frecuencia, cada caso es un escalón que nos acerca al éxito o a la muerte. Esta situación de extremos, de opuestos, no lo pueden imaginar quienes no tienen que lidiar con la ley, o con aquellos que son responsables de ha

Un cambio de vida

Con cierto esfuerzo estudié y me hice Técnico Agropecuario, hace cincuenta años era un adelantado de mi época y me ofrecieron una oportunidad única para encargarme de la producción de unas tierras en la Sierra, e iniciar la reproducción de ganado. Las cuentas las llevé siempre meticulosamente sobre cuadernos con tapas  forradas de cuero, escribía con pluma y tintero, orden y método.   Cultivé la tierra, comí de sus frutos, la suerte me acompañó y no perdí ninguna cosecha. Además de cultivar la tierra, en estas alturas generosas yo criaba y engordaba animales que luego irían al matadero, o se convertirían en padrotes de otras haciendas. Alejado de pueblos y ciudades mi ocupación y también mi distracción es trabajar. En la faena de cada día me cuidé siempre de no acercarme a la baya del muérdago que es amarga y venenosa, ataca los pulmones y produce una asfixia capaz de causar la  muerte, el ataque es fulminante y no se puede tratar con placebos. Los médicos no se ven con frecuencia po

Encuentro afortunado, o una cita prevista

  Cumple con un deber impostergable y frecuenta el mismo bar a diario, para cumplir esa cita recorre con pasos medidos calles que conoce de memoria, su inevitable compromiso se ha convertido en rutina y mide el tiempo en botellas de güisqui, que comparte con amigos, todos pertenecen a un  mundo bohemio, que se ha puesto de moda, y a donde concurren: artistas, fotógrafos, renombrados escritores, periodistas y también, uno que otro  abstruso intelectual. En las cercanías de ese bar, un muchacho de apenas veinte años, desde hace unos días, deambula por la calle principal con claros signos de estar perdido.      Da pena verlo, tan joven y sumido en el descuido, en el abandono. Expone con crudeza un desamparo indigno, no pide ni acepta limosnas, pero camina incansable por esa calle desde la mañana hasta la noche. Es absolutamente imposible que esas dos figuras contrapuestas no se tropiecen en algún momento, el encuentro es inevitable, el destino ha previsto una cita que ambos desconocen.

Un instrumento

  Juan Fernández es el último hijo de una familia de músicos, no defraudó el apellido y antes de aprender a caminar, como todos en la familia,  demostró con sobradas evidencias que los acordes y el ritmo estaban impresos en sus genes. Desde el primer momento impresionó a todos con sus habilidades para lograr el compás. Mantener y llevar el ritmo a puntos extremos con las manos o los pies es tan natural para Juan, como beber agua, además, nació con el privilegio de una voz excepcional. Según los entendidos su oído es perfecto.   Juan ejecuta difíciles arreglos con cualquier instrumento sin equivocación alguna, entre el pulso, el acento y el compás logra resolver la incógnita de imposibles ecuaciones musicales.   Juan crece y con él también crece la música que lleva dentro. Sus ágiles dedos pisan con seguridad las teclas y cuerdas de pianos, órganos, teclados, guitarras, cuatros, bajos y causa asombro y placer oír el acordeón cuando lo toca y  baila los ritmos del ballenato colombiano. E

Una historia cualquiera

  Ese instante de pánico sin oportunidades, de pavor, de espanto. Ese mal momento en el que abandoné mis cabales, olvidé elementales normas de vida y torcí sin querer el futuro trazado por mi padre con su viejo astrolabio, perdí el porvenir que él avizoraba entre trópicos y equinoccios en la bóveda celeste y mi futuro quedó atrapado en una hilacha de memoria, en la esquina inconclusa de un sueño   Mi padre ya era viejo cuando aparecí en su vida, los astros le advirtieron mi presencia, pero él, un astrólogo oficiante, preocupado por desastres predecibles, no busca avizorar su propio futuro y se complace con mirar el tránsito y las coincidencias en el cosmos para trazar las líneas de los mapas que muy pocos, o ya nadie consulta.   Mi padre es un buscador de estrellas y no deseaba ese delicado oficio de padre, pero le bastó un momento con Edelmira Bustamante, para convertirse en padre responsable y preocupado y desde el mismo momento que supo de mí existencia, comenzó a mirar con mayor

Una herencia de calamidades

  Cruzó la calle a mitad de la avenida sin mirar una sola vez a los costados, estuvo a punto de ser atropellado, pero no se enteró del riesgo, del peligro de ser embestido por esos toros de ojos de fuego, una vez más se encuenta en ese estado lamentable, crítico, al que es conducido por las calles estrechas de los más variados y extravagantes recuerdos, sus propios recuerdos encapsulados, que como una columna de humo, esta vez se escapan por una rendija de la memoria y se disipan en la noche.   No lo sabe, pero hace mucho tiempo dejó de comportarse de acuerdo a la fecha que marca el calendario, se encuentra perdido entre manoseados recuerdos, en el vértigo del pasado, en el laberinto intrincado y contrapuesto que fabrica entre los listones el tiempo, la realidad y la ficción. Desconoce la salida y no logra acercarse a la solución de estas incógnitas aceradas que lo acuchillan, estos enigmas lanzados por enemigos desconocidos desde una esquina borrosa del pasado.  En algún minuto tropie

Es imposible huir del miedo

  El hombre que me persigue, el hombre del que estoy huyendo camina amparado en las tinieblas. Las mismas sombras encubren diversas y contradictorias astucias para diferentes objetivos, las sombras que a mí me protegen y me esconden las utiliza el desconocido para permanecer unos cuantos metros detrás de mí. En la oscuridad preserva su identidad. La actitud de mi perseguidor no es amigable, me busca para matarme, he visto el brillo del acero que empuña con firmeza en la mano izquierda. La luna se esconde en esta noche detrás de oportunas y espesas nubes, su redonda luz no me respalda, su ojo vigilante no sostiene mi esperanza esta vez y estoy convencido, que la luna se niega a ser testigo de las  artimañas que aprovecho para escapar de mi perseguidor y de las tretas que utiliza este hombre para mantener su asedio y hacerme sentir la presencia de su rencor sin ser reconocido. La noche está iluminada de azul cobalto, el mismo tono impávido se refleja en las paredes, en las puertas, en la