La Huida

 

Escapamos. Huimos. Desaparecemos. 

Somos los prófugos de la violencia que nos arrebata los afectos. Logramos evadir los continuos ataques de una guerrilla despiadada, envilecida en el tráfico de drogas, que secuestra a los niños, los arma, los coloca al frente de sus columnas y de un golpe les arrebata a sus padres y también al genuino derecho de crecer inocentes y libres, para cargarlos con el peso de la muerte y de unos fusiles que no le corresponden y tampoco quieren.

En nuestra huida desesperada por salvar la vida, no vemos las señales del cielo, el momento en que un destacamento de pesadas nubes cierra nuestras escasas posibilidades. Las nubes se alinean amenazantes, oscuras, en estudiadas formaciones tácticas, apoyadas en el silencio de un cielo impasible y cómplice. Ni siquiera el clamor elevado a las alturas por los más viejos, que huyen con nosotros, aleja la amenaza de una tormenta escandalosa. La amenaza de la tormenta espanta la calma, desata furiosos vientos y nos envuelve en un miedo único que se mete en las venas y convierte la sangre en mazamorra y los huesos en harina.

Por encima de los gemidos se levanta desde las precarias construcciones un ruego común. Las lágrimas no son capaces de convencer a ese cielo inclemente, de que se apiade de nosotros y olvide la decisión de arremeter contra nuestros cuerpos cansados, indefensos y desconsolados. Ante ese cielo despiadado y recalcitrante nos entregamos una vez más, a nuestro destino.

Indiferente a las súplicas, la lluvia inicia su ataque, envuelve en desbocados vientos el agua y la furia y nos obliga a protegernos detrás de una rogativa de alivio aprendida en las voces de nuestros padres, de nuestros abuelos, a cobijarnos bajo el aliento del pasado. 

-San Isidro labrador quita el agua y pon el sol-.

El cielo se abre con un fogonazo y antes de finalizar un suspiro revienta el trueno al borde del último rancho, tiemblan los escasos remaches que contienen la carga de agua de las nubes y se descuelgan las primeras  gotas.

En la huida dejamos atrás nuestras vidas, la violencia convierte en escombros la vida del fugitivo, escapamos por puro instinto, obligados por nuestros padres que intentan alejarnos del fanatismo, de una muerte injusta. Nuestros padres que para salvarnos abren un camino diferente y nos  empujan a la ventura, iluminando la oscuridad y nuestro miedo con la luz de su esperanza. 

-San Isidro labrador quita el agua y pon el sol-.

Llegamos a esta frontera por diferentes caminos y nos convertimos por pura necesidad en laboriosas, diligentes y organizadas hormigas, para construir albergues de emergencia, con más necesidad que conocimiento. A duras penas los techos nos cubren del sol, de la intemperie y mantienen a raya los peligros externos de las sombras, que se escurren entre la escasa luz de la luna menguante y nos arrinconan en el miedo.

Las endebles construcciones no soportan las ráfagas viento y truenos que se suceden sin descanso, temblamos acurrucados en el suelo y recordamos la metralla que la guerrilla disparó contra nosotros, nosotros, que huimos  de continuas descargas mortales somos nuevamente víctimas, alcanzados hoy por la violencia de los cielos.

-San Isidro labrador quita el agua y pon el sol-.

El agua se vino a chorros, a poncherazos, en palanganas y el viento no dejó de soplar hasta que arrasó el campamento. Los ruegos, las súplicas se convirtieron en gritos, y quedamos roncos, perdimos fuerzas, se enlodó la entereza repitiendo el inútil estribillo.

-San Isidro labrador quita el agua y pon el sol-.

La fuerza de la tormenta convierte en un instante el campamento en ruinas y se repite una vez más la imagen de derrotas totales, una imagen que de aquí en adelante no nos abandonará y permanece viva en el recuerdo presente ante nuestros ojos. 

Tenemos la obligación de no desmayar, no cabe en este momento ser remisos ante esta nueva pérdida. A miles de kilómetros de nuestras casas nos golpea con furia renovada la desgracia y repetimos casi con rabia nuestra súplica.

-San Isidro labrador quita el agua y pon el sol-.

Enterrados en barro alguien señala una fisura entre las nubes, una línea de luz se cuela en ese cielo denso y oscuro, una señal, una esperanza. Nos apretamos unos contra otros y gritamos con más fuerza todavía. Insumisos ante las circunstancias que intentan doblegar nuestra voluntad de seguir adelante. De huir de la barbarie.

-San Isidro labrador quita el agua y pon el sol-

Cesa de llover. Sale el sol y nos encuentra la noche levantando a pulso de voluntad la esperanza. Yo repito el nombre de mis padres entre dientes, para darme las fuerzas que me faltan. La familia es ese puntal sobre el que levanto mi espíritu.


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