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Mostrando las entradas de noviembre, 2012

Asisto al ocaso de las palabras

Asisto al ocaso de las palabras precedido de espantos, en un insomnio que amarra los días con nudos falsos.   Esta fuga sin precedentes ni avisos, ni alertas me toma desprevenido. Se apagan los destellos de frases y oraciones completas perdiendo el sentido  y una a una sin despedirse  se extravían sin horizonte. Sin dejar siquiera un mal reflejo que sirva al menos de señal oculta, de mapa, en estas sombras que consumen con voracidad cada letra.

Conversación con mi sombra

Yo que nací bajo el signo del Toro rumiando impaciencias, inflexible en mis convicciones. Con una extraordinaria habilidad en los pies para realizar jugadas imposibles, creí tener la destreza necesaria para realizar grandes proezas. Con seguridad absoluta, sin siquiera una duda, con la convicción de estar por encima de consejos, avisos, advertencias, tracé una línea de acción en un intento de asegurar de forma calculada la vida que deseaba. Pretendí planificar el sencillo acto de vivir y proyecté mi imagen entre logros y gloria, ni por un instante miré hacia el lado oscuro del fracaso. Inesperadamente un minúsculo detalle distorsionó esa línea, que se difuminó,  se bifurcó en mil caminos, rutas, sendas diferentes, fueron otras las circunstancias y hoy no soy ni la sombra de aquel que imaginé. Un círculo mínimo, áspero, del tamaño de un centavo, una dureza absurda instalada en la planta del pie, un callo, se ha convertido en el inmenso obstáculo que me ha impedido avanzar por

Serie en la cocina

VI En esta cocina la amenaza dibuja esquemas con vapores subidos de tono. En un  pestañear con el paso de un recuerdo se omiten detalles. En un suspiro enredado en el hilo roto de un olvido se instala el descuido. Apenas un instante ausente la norma, se violan códigos, protocolos y se exige la asistencia inmediata de fuerzas supremas de vigilancia. Se hace urgente, necesario, el auxilio de los sentidos. La hora es de apremios. El agua deja de ser dulce, se eriza en los fuegos pierde compostura rompe a borbotones y al menor contacto lacera la piel con latigazos inclementes, deja para siempre una seria advertencia, una señal, una marca, un tatuaje, una culpa y la carrera obligada entre gritos a la emergencia.