Tropiezo, o una súbita vuelta de tuerca



Sin lugar para la alquimia del amor, para dulzuras, para gestos envueltos en ternuras, sin espacio para miradas de compromiso, él se conforma con encuentros ocasionales que concibe cuidadosamente entre turbulentas orillas y paga en efectivo, billete sobre billete. 


Él es un convencido de que la vida es incierta, el futuro dudoso y la muerte, por el contrario, es segura e inevitable. Él se encarga de que así sea.


Él no cree en la casualidad. Él opina, de acuerdo a su propia experiencia, que la combinación de un conjunto de elementos produce el resultado esperado. 


Él es un hombre  acostumbrado desde muy temprano a involucrarse en inusuales eventos cuyo resultado final es siempre la muerte del otro. 


Él organiza meticulosamente los acontecimientos que terminan por convertir al otro en difunto. Para lograr el éxito de su objetivo, él no permite la intervención caprichosa de la casualidad, el acaso representa en su oficio el mayor de los peligros y según él, el acaso es una circunstancia perfectamente predecible.


Él tiene la creencia de poseer la capacidad de torcer el destino y piensa secretamente, que ha enfrentado la adversidad y tiene el poder de vencer a ese fantasma. 


Él está convencido, que los incontables éxitos que ha obtenido se deben a que  sus actos son pensados y revisados hasta en sus mínimos  detalles y no le da oportunidad ninguna al azar, que según él, es el resultado del descuido. 


Sus actos constituyen una cadena de eslabones soldados en el fuego de una minuciosa planificación, bajo la revisión y el escrutinio continuo de  acontecimientos firmemente trenzados entre sí. Cada uno de sus pasos es  calculado obsesivamente, con la rigurosidad de quien se juega la vida y no quiere perderla.


La dimensión que separa la vida de la muerte es inestable y frágil, él lo sabe perfectamente, su trabajo consiste precisamente en ayudar al tránsito entre la vida y la muerte. 


Él decididamente contribuye a ese suceso, él es el agente invisible que interviene y concreta ese paso definitivo. Él quiere creer que es el ángel de la muerte y desecha por supuesto el término sicario, o asesino. Él se considera la sombra inevitable que acompaña la vida, su lado oscuro, la contraparte obligada y necesaria. 


Él admite ser el hombre que crea las condiciones suficientes y obligadas, para que en el momento oportuno y en forma accidental, ocurra la desaparición de la persona que le han encargado sacrificar, aniquilar.

 

Él camina por la acera con la acostumbrada seguridad que lo caracteriza, suena su teléfono móvil e intenta sacarlo del bolsillo para atender la llamada y de improviso, una mujer comete la imprudencia de revisar los mensajes del celular y caminar al mismo tiempo. La mujer tropieza justo en el momento que se cruzan sus caminos, trastabilla y se le echa encima. Los celulares caen al suelo. Él los recoge mientras ella pide disculpas y ríe francamente divertida, él le entrega el teléfono completamente hipnotizado.


El perfume de la mujer lo envuelve, la mirada de la mujer lo hunde en lo profundo de un mar tormentoso y violento, no sabe qué decir, ni puede articular palabra, frente a la risa franca de la mujer, él tan dueño de sus actos se pierde en esos ojos verdes y esconde el desasosiego en el silencio. 


Ella al despedirse, inesperadamente, le planta un beso en la boca y desaparece.


Él no puede dejar de pensar en la mujer y repite obsesivamente ese instante, cada movimiento, los gestos, la risa de la desconocida. La mujer  se le metió en la sangre, no hay forma de olvidarla y hace estragos en sus convicciones. 


Él se encuentra por primera vez sin norte, perdido en los profundos ojos verdes de la mujer. Una y otra vez él repite el instante y cada vez en su recuerdo es más intenso el encuentro. Al final de la tarde, él está totalmente trastornado y piensa que puede cambiar de oficio para merecer a esta mujer y en el momento, en  que ese pensamiento toma forma de decisión, suena el teléfono y como una revelación de salvación, oye la voz de la mujer que sin dejar de reírse le dice.

 

-Eres un bandido: cambiaste los teléfonos y te quedaste con mi celular. Te ofrezco un beso por mi móvil y otro para devolverte el tuyo.


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