La farsa del siglo



En apoyo a la marcha convocada para el 15 de noviembre de 2021 por el pueblo cubano contra la dictadura y para todos aquellos que aún permanecen deslumbrados con las luces de la impostura.

 

Un hombre de barba irregular toma por asalto un pedazo de tierra y expulsa a otro hombre que imponía supuestos desarrollos. Este acto es el principio del gran engaño, de la farsa del siglo. La verdad, este momento marca el inicio  de la destrucción despiadada de los valores elementales del hombre y  mantiene a una isla en el ojo de los huracanes de la perversidad sin límites del apellido Castro. 


El barbudo  impone una patraña con sangre inocente, impulsa la mayor farsa que el mundo ha presenciado, se tejen mantos de mentiras y la gran estafa toma cuerpo, invade subrepticiamente el pensamiento de notables personajes, los subyuga, les venda los ojos con quimeras y terminan por aceptar y defender la ignominia, la destrucción, la violencia encarnizada contra indefensos individuos en nombre de una supuesta idea de libertad, se instaura una dictadura. 


El engaño se dispara con certera puntería a los cuatro puntos cardinales, se utilizan métodos probados por oscuros personajes alemanes y la guerra fría ayuda a su desvarío, la imagen construida en laboratorios de propaganda logra envolver al globo y obliga a tomar partido entre dos bandos.


El  hombre mantiene la barba como un símbolo y se disfraza de verde olivo, se coloca estrellas por batallas jamás peleadas, superpone tretas y trampas, ocupa lugares que no le corresponden, arma enredos en África, embrollos en América, en una isla que apenas se sostiene siembra cabezas nucleares y por arte de la propaganda un déspota, un tirano con falsos discursos, con invenciones, con engaños y simulaciones, se convierte en el mensajero de la paz, en un mito, en el adalid de un hombre nuevo.


Amparado en quimeras, en ficciones, en simulaciones, falsifica la verdad y se convierte en el fraude del siglo. Los años lo consumen, el símbolo que fue la barba pierde color y se torna en un blanco decadente y sucio, los ojos que alguna vez brillaron entre los fogonazos de las cámara fotográficas, ahora sobresalen de sus órbitas y parecen los de un poseso, el verbo que fue vivo sucumbe ante enormes vacíos y abruptos silencios, se hace incontenible el temblor de las manos, el cuerpo firme que vistió un uniforme militar que nunca le correspondió, se ha encorvado y los huesos apenas soportan buzos deportivos de marca registrada, importados, en un lugar que tiene prohibido a sus habitantes su consumo.


La recia voluntad con la que sometió a sus amigos y a enemigos, es finalmente doblegada por los años. No se puede terciar contra la edad, contra el invencible tiempo. No hay forma de falsear lo que consume el ciclo, no hay artificio que logre disimular la decadencia. El ocaso se hace presente y el inevitable plazo se cumple.


A los noventa años no se puede ocultar el deterioro de la carne y finalmente muere al lado de su familia, mucho más de lo que le concedió a sus compatriotas, a los ciudadanos sometidos por la fuerza del hambre y el paredón.


Quienes han mentido durante tanto tiempo no pueden dejar de hacerlo y una vez más se prepara otra comedia, otra parodia. Sobre el misterio de la muerte, una bufonada, un simulacro para dolientes enceguecidos y obligan bajo un sol inclemente a largas colas para rendir tributo a una jarra mortuoria vacía.


Las cenizas de quien fue en vida un puntilloso personaje, según su propia decisión, serán esparcidas sobre el mar, sobre unas coordenadas establecidas de antemano por el gran déspota. Entre la bruma de la madrugada, en la mitad de las aguas, en la proa de un lujoso yate que le pertenece, se preparan para ejecutar la maniobra y cumplir el último deseo de un autócrata. Pero  Yemayá, la Diosa madre lo impide, no permitirá que contaminen sus aguas con ese veneno y levanta olas enormes, se encrespan de espuma las aguas, el yate se convierte en un cascarón sin gobierno y a un instante de zozobrar aparece Oggun con su machete en la mano, toma el ánfora y desaparece en un torbellino hacia los montes, de dónde salió este hombre un día y durante cincuenta y siete años atroces, pisoteo con desprecio, amparado en el engaño y en la fuerza, todos los derechos de los ciudadanos cubanos.


Patria, vida y libertad.

 



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