Momento de lucidez 04212025

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Durante todo el funeral mantiene el comportamiento propio que le exigen sus vestiduras. Acompaña en el dolor a familiares y amigos. Sus gestos y acciones reconfortan a los dolientes. Encabeza los rezos y también el rosario. Accede a los ruegos de los deudos y es él quien dirige la palabras para encomendar el alma del difunto a la misericordia divina, es imposible negarse, él se debe a sus fieles, a su comunidad. Con fe en su credo, pide ayuda al altísimo, propietario indiscutible del verbo y se convierte en instrumento de su generosa bondad. Son profundas las palabras de compasión ante un acto de extrema violencia que atenta contra la Iglesia y es señalado como pecado. En su oración recuerda a los presentes, que solo Dios conoce el estado de alteración espiritual, que empujó a uno de sus siervos a dejar este mundo por su mano. Con voz pausada repite las enseñanzas del Catecismo y cita de memoria: "trastornos psíquicos graves, profundas angustias, oscuros temores, pueden disminuir la responsabilidad del suicida" Termina absolviendo de pecados al suicida y nosotros, aceptando la terrible decisión de un acto que enfrenta las sagradas enseñanzas.

Recibe una severa reprimenda de su Orden Religiosa, sus superiores consideran que ha sido excesivamente indulgente ante un pecado capital. Se le aparta de inmediato de sus responsabilidades pastorales y con legítima humildad cristiana, con estoicismo, él acepta recluirse en un monasterio bajo el rigor del silencio y asume, con la valentía de un siervo de Dios, comprometido con sus enseñanzas, esta otra crucificción.

 

Moment of Lucidity 04212025 CC


Throughout the funeral, he maintains the proper behavior demanded by his vestments. He accompanies family and friends in their grief. His gestures and actions comfort the mourners. He leads the prayers and also the rosary. He yields to the pleas of the bereaved, and he speaks the words to commend the deceased's soul to divine mercy; it is impossible to refuse, he is devoted to his faithful, to his community. With faith in his creed, he asks for help from the Almighty, the undisputed owner of the word, and becomes an instrument of His generous kindness. His words of compassion are profound in the face of an act of extreme violence that offends the Church and is designated as sin. In his prayer, he reminds those present that only God knows the state of spiritual disturbance that drove one of His servants to leave this world by his hand. In a measured voice, he repeats the teachings of the Catechism and quotes from memory: "serious psychological disturbances, deep anguish, obscure fears, can diminish the responsibility of the suicide." He ends by absolving the suicide of sins, and we accept the terrible decision of an act that confronts sacred teachings.

He receives a severe reprimand from his Religious Order; his superiors consider that he has been excessively indulgent toward a mortal sin. He is immediately removed from his pastoral responsibilities, and with legitimate Christian humility, with stoicism, he accepts seclusion in a monastery under the rigor of silence and assumes, with the courage of a servant of God committed to His teachings, this other crucifixion.

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