Mi amigo Raúl Bracamonte


Hojeaba el periódico en busca de una oportunidad nueva y diferente para cambiar mi forma de ganarme la vida y encontré un muerto. Con sorpresa leí la invitación de la Sociedad Teológica Universal, para acompañarlos al cementerio y despedir a quien en vida fuera su más destacado presidente: Raúl Bracamonte.

 

Se soltó el gastado recuerdo roído por el tiempo y en la memoria aparecen viejas y amarillentas fotografías de una época remota, que yo mismo sepulté bajo la dura realidad que vivo. Instantáneas de situaciones y circunstancias pasadas que me obligué olvidar, en el momento que asumí con firmeza vivir este teatro de equivocaciones, en el que siempre me ha tocado un mal papel.

 

En mi recuerdo estamos Raúl y yo jugando a las canicas. Raúl y yo corriendo por las calles con nuestros uniformes en desorden. Es imposible detener el tren de los recuerdos y nuevamente Raúl y yo, ambos con bigotes, en un lúgubre bar, acompañados por unas mujeres con más pintura que carnes. 


Otra imagen surge del olvido y aparecemos Raúl y yo muertos de miedo, sofocados, asfixiados en un escondrijo, a la espera de una posibilidad de escapar, de salir sin riesgos, ilesos, de una de las muchas aventuras que juntos vivimos.


Cambian los recuerdos y ahora el atropellado mar está frente a nosotros bajo un sol que revienta los cristales, pero esta vez somos tres. Raúl, Mercedes y yo. Juntos y en silencio miramos nuestro futuro en la transparencia de las aguas, en el interminable ir y venir de las olas.


Mercedes apareció un día con sonrisa de perlas y boca encendida, siempre de jeans, azules y ajustados. Mercedes se instaló entre nosotros cómodamente y se hizo cómplice y compañera inseparable. 


Corre la sangre con mayor fuerza, se aviva una llama que creí apagada, se enciende, me abrasa, intenta consumirme a pesar del tiempo transcurrido y  es imposible no pensar en Mercedes, imaginarla, soñarla nuevamente.

 

Raúl era mi amigo, el hermano que nunca tuve. Desde el principio es él  quien lo cuestiona todo, él quien busca la verdad entre dos caminos divididos y en apariencia irreconciliables: la religión y el ocultismo. 


En esa búsqueda de respuestas llegó a esa organización doctrinaria representante de  una ideología ecléctica, que entrecruzando hilos, unifica la ciencia, la filosofía y las religiones. Los seguidores de esta doctrina creen que todas las religiones, sin excepción, mantienen una verdad oculta que las une, esa verdad, es el principio de un conocimiento secreto conocido por maestros evolucionados, que están dispuestos a develar sus mayores descubrimientos a quienes se entreguen a la sincera búsqueda de la verdad, sin temor y con mente abierta.

 

Lo mío en cambio, es la intensidad de las experiencias, el conocimiento en base a la práctica, seguir la corriente de la vida, las señales que marca la historia universal y personal, sus leyes, sus códigos, manteniendo el principio básico de perseguir la paz sin hacer daño a ninguna persona, la paz por encima de cualquier dogma y la libertad de pensamiento sin imposiciones políticas ni de ningún tipo, por ese motivo no participo en organización alguna y en ese punto nos diferenciamos Raúl y yo.  


Ambos creímos siempre en la necesidad de la fraternidad universal como único medio para lograr la paz que el mundo necesita, e intentábamos a nuestra manera trabajar por ello.

 

Mercedes se mantiene entre nosotros, es un hilo conductor que ayuda enormemente a consolidar nuestra amistad, ella, sorprendida, nos confesó una tarde, que nunca antes había conocido dos hombres hermanados en una fraternidad a toda prueba. Entre nosotros tres mantuvimos una máxima que cumplimos con rigor: no discutir de política, ni  de religión y tampoco hacer negocios juntos.

 

Un día me descubrí deseando a Mercedes; ese mismo día me percaté que Raúl también la deseaba, tanto o más que yo, entonces decidí desaparecer sin consultar a nadie. Conseguí trabajo como ayudante de cocina en un barco mercante y me despedí de ellos. Les dije que recorrería el mundo, que no había puerto que me retuviera, que era la forma ideal para descubrir la verdad detrás de los ojos de gentes diversas y diferentes en un mundo que cambia a cada instante.


Mientras me arreglo para participar en el entierro de mi amigo Raúl Bracamonte y anudo la negra corbata frente al espejo, los recuerdos persisten, son muchos y no hay barrera que los detenga. 


Llegué al entierro con la certeza de no ser reconocido y caminé directamente al féretro. Mercedes se acercó y dijo mirándome intensamente: -quédate, te necesito más que nunca, sé lo que hiciste, conozco tus razones y puedo asegurarte que únicamente retrasaste lo que el destino nos tiene preparado-.  

 


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