La marca de una dspedida

 

Yo cabalgo el entusiasmo en esta tarde que se despide, el sol es un globo enorme hinchado en llamas y se viene abajo con la amenaza de incendiarlo todo, ese valiente sol acosado por espesas nubes de color lila arremete con sus intensos amarillos y abre heridas doradas en un intento desesperado por mantener el cielo limpio y claro, pero  indolente  y cobarde el temeroso cielo se deja arrebatar sus tesoros azules y a pesar del dolor se entrega a la oscuridad, ha perdido la esperanza sin luchar, sin convicción. El sacrificio del sol permanece grabado y oculto en mi recuerdo.

Ese cielo indiferente entra perplejo a las sombras de las seis de la tarde y en este olvidado y arenoso pueblo que lleva por nombre  Viento Fresco se levantan a esta hora remolinos de polvo rojo para  ensangrentar la hora, que queda sembrada y echa raíces en mi memoria.

En la glorieta de la vieja casona de tus padres esperamos juntos por última vez la llegada de la noche, arrebatado por mis veinte años, por esa noche que se hizo presente de golpe y dejó en el cielo una ráfaga de estrellas, pero sobre todo, por la urgencia de mi adiós, por esta inminente  despedida mía, por esa grieta que abro entre los dos al dejar el pueblo, en mi intento de convertirte en ancla para regresar, dije sin pensar exactamente cómo conseguirlo, sin imaginar siquiera una fórmula:

-Déjame que te haga feliz-.

Tú; con la mirada fija en mañanas imposibles, con los pies bien plantados en el futuro, serena, tranquila, calculando tu vida como de costumbre, con el pensamiento fijo en la inflexible balanza de tus sueños, midiendo en el tiempo hasta el mínimo detalle para no equivocarte y para no lastimarme, respondes con tus diecinueve años cumplidos y tu metro ochenta de estatura y tu piel morena y tus cabellos negros a mitad de la espalda y tus huesos estrechos y tus carnes mezquinas. Me hablas sin sonreírte, sin preocuparte por la innegable fuerza de las palabras, convencida de lo que piensas y en lo que crees:

-La felicidad no es una línea recta que alguien pueda dibujar y entregarle a otro como dádiva, o regalo-.

-La felicidad es un camino y también una encrucijada-. 

-Es una calle que se debe transitar a sabiendas que invariablemente se romperá en una esquina para llenarte de sorpresas-.

-Es la figura de una persona acompañada por el peso de su sombra y nada más-.

-Es el paso que damos y la huella íngrima que dejamos sin olvido posible-.

-Es la palabra que se lleva el viento y  también el eco que se queda dentro de una y forma vacíos, crea abismos a los cuales de vez en cuando nos asomamos-.

-La felicidad es más que una promesa, es un objetivo fijo en mi vida y por ella trabajo cada día, la felicidad es mucho más que un compañero de viaje-.

Esa noche nos despedimos atrincherados en nuestras diferentes realidades. Ella se quedó mirando la luz de las estrellas y yo me fui contando los pasos con el peso de su respuesta, con los gestos de sus manos, con el tono de su voz metido en la sangre.

Ese momento permanece intacto en mi recuerdo, el sol arrebatado de esa tarde no me abandona, ese incendio me acompaña desde entonces y dibuja a este otro que soy ahora, que con la vuelta de los años, entendió que otras certezas diferentes a las mías obligaron tu respuesta y forzaron en mí esta firme decisión de no volver hacer promesas nunca más, de guardar silencio, de  mantener las distancias, de no regresar, de no volver jamás y como tantos otros, convertirme en un número de las estadísticas del éxodo, un nombre perdido en la diáspora que logró borrar su fecha de regreso.


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