Escapar


Cuando la idea de largarse es apenas una vaga tentación que aún no se transforma en actitud y decisión.

Cuando a tu alrededor el deterioro se convierte en un peligro y las  amenazas danzan como espectros, asoma, cruel, la posibilidad de alejarse corriendo sin mirar atrás. Pero la decisión de salir pitando tropieza con obstáculos y esa resolución la postergas ante el miedo, ante el sobresalto de intuir que ese paso es definitivo y no hay regreso.

Cuando escapar es una motivación asociada a las dudas propias y a la indecisión ajena, pero no se ha convertido aún en emergencia. 

Cuando escurrirse es un estremecimiento ante el muro de incertidumbres que significan acometer tamaña empresa. 

Cuando aún piensas en lo  correcto de salir corriendo y no encuentras la fuerza necesaria para tomar la decisión. 

Cuando no has logrado concebir la fuga como una opción y todavía no has descubierto los colores de la barbarie, la luz en el filo de los cuchillos. 

Cuando las fronteras han sido desbordadas y es otra excusa para permanecer en estado de parálisis. 

Cuando el cerco tendido de alambres de púas deja de ser una lejana amenaza y comienza por rasgarte la piel. 

Cuando el aire se convierte en luto  y la lluvia es llanto y las calles son abismos. 

Cuando se hace  inevitable escapar apenas con lo puesto, por aquello de la infalible economía del equipaje, en ese momento, al cerrar la puerta y dejar las llaves huérfanas, abandonadas sobre la mesa, con adioses sin promesas, percibes que debajo de la piel se ha formado una capa más gruesa que la grasa y  será tu escudo en el camino. 

Es un tejido distinto de células rebeldes, que iniciaron esa labor de urdiembre cuando aquellos primeros signos encendieron alarmas de emergencia. Cuando aún no habías tomado la decisión de huir, pero ya respirabas el humo de los incendios y la escasez te arrinconaba y no eran suficientes todos tus esfuerzos para detener la prisa de los adioses.

La sangre se confabula con las células rebeldes, se enciende contra los apremios del tiempo y forja una tupida trama que se enlaza a los ligamentos, cruza las articulaciones, envuelve los músculos, teje redes entre los órganos, cerca al corazón con delicados eslabones, ilumina la ruta que lleva a los recuerdos, rompe los puentes del futuro y obliga a vivir esa sensación única de transitar el camino paso a paso y cruzar las esquinas sin el peso  de la soberbia. Perdido ya, el orgullo de la identidad, tu optimismo se basa en la única certeza posible. Huir a toda costa.

Huyes de tus ríos, que  desbordados anegaron las posibilidades y te gritan ¡Vete!

Huyes de tus mares embravecidos que te hicieron naufragar y te gritan ¡Vete!

Huyes de tu casa convertida en un demonio rojo que te grita ¡Vete! -Vete antes de que me trague tu dignidad-.

Debo reconocer que este texto no lo escribí solo, soy un instrumento de las circunstancias, ellas, las circunstancias, dictaron estas pocas líneas: los desplazados venezolanos que huyen en todas direcciones, ese grupo humano en estado de desesperación, que se cuenta por millones y escapa de la dictadura, a ciegas, caminando, en cualquier dirección. También contribuyó y mucho, la lectura de este poema de Warsam Shire. Refugiada  Somalí, que abrió todas las ventanas de la desesperación y expuso la vida en ruinas. 

 

Warsam Shire

Hogar

Nadie abandona su hogar, a menos que su hogar sea la boca de un tiburón.

Solo corres hacia la frontera cuando ves que toda la ciudad también lo hace.

Tus vecinos corriendo más deprisa que tú. Con aliento de sangre en sus gargantas.

El niño con el que fuiste a la escuela, que te besó hasta el vértigo

detrás de la fábrica, sostiene un arma más grande que su cuerpo.

Solo abandonas tu hogar

cuando tu hogar no te permite quedarte.

Nadie deja su hogar

a menos que su hogar le persiga,

fuego bajo los pies,

sangre hirviendo en el vientre.

Jamás pensaste en hacer algo así,

hasta que sentiste el hierro ardiente

amenazar tu cuello.

Pero incluso entonces cargaste con el himno bajo tu aliento,

rompiste tu pasaporte en los lavabos del aeropuerto,

sollozando mientras cada pedazo de papel te hacía ver

que jamás volverías.

Tienes que entender que nadie sube a sus hijos a una patera,

a menos que el agua sea más segura que la tierra.

Nadie abrasa las palmas de sus manos bajo los trenes, bajo los vagones,

nadie pasa días y noches enteras en el estómago de un camión,

alimentándose de hojas de periódico, a menos que

los kilómetros recorridos signifiquen algo más que un simple viaje.

Nadie se arrastra bajo las verjas, nadie quiere recibir los golpes ni dar lástima.

Nadie escoge los campos de refugiados

o el dolor de que revisen tu cuerpo desnudo.

Nadie elige la prisión, pero la prisión es más segura que una ciudad en llamas,

y un carcelero en la noche es preferible

a un camión cargado de hombres con el aspecto de tu padre.

Nadie podría soportarlo, nadie tendría las agallas,

nadie tendría la piel suficientemente dura.

Los: “váyanse a casa, negros”, “refugiados”, “sucios inmigrantes”,

“buscadores de asilo”, “quieren robarnos lo que es nuestro”,

“negros pedigüeños”, “huelen raro”, “salvajes”,

“destrozaron su país y ahora quieren destrozar el nuestro”.

¿Cómo puedes soportar las palabras, las miradas sucias?

Quizás puedas, porque estos golpes son más suaves

que el dolor de un miembro arrancado.

Quizás puedas porque estas palabras son más delicadas

que catorce hombres entre tus piernas.

Quizás porque los insultos son más fáciles de tragar que el escombro,

que los huesos, que tu cuerpo de niña despedazado.

Quiero irme a casa, pero mi casa es la boca de un tiburón.

Mi casa es un barril de pólvora,

y nadie dejaría su casa a menos que su casa le persiguiera hasta la costa,

a menos que tu casa te dijera que aprietes el paso,

que dejes atrás tus ropas, que te arrastres por el desierto,

que navegues por los océanos,

“Naufraga, sálvate, pasa hambre, suplica, olvida el orgullo,

tu vida es más importante”.

Nadie deja su hogar hasta que su hogar se convierta

en una voz sudorosa en tu oído diciendo:

‘Vete, corre lejos de mí ahora.

No sé en qué me he convertido, pero sé

que cualquier lugar es más seguro que éste.


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