Los próximos, los que vienen, los que ya están entre nosotros

 

Un imprevisto aguacero de verano, con granizo incluido, sorprende a la ciudad al terminar la tarde. Al cesar el chaparrón salgo de mi casa a disfrutar la noche. Me gusta caminar por las calles después que la lluvia ha limpiado con ramalazos de agua y golpes de viento los colores y puedo respirar el agradable soplo de la ciudad recién lavada. Me detengo fascinado a observar  las imágenes atrapadas en los charcos y sus juegos de inusuales movimientos iluminados. Además, quien camina bajo los árboles recibe en el rostro, las gotas que la brisa le arranca a las hojas para nosotros.


Caminé sin rumbo por lugares desconocidos, ausentes los eternos temores y sus advertencias de peligro. Atravesé sin miedo la espesa niebla tornasolada que se formó bajo un antiguo arco de piedra y en ese momento me sentí interiormente invadido, de inmediato pensé en la supervivencia de las células, en el metabolismo celular de los seres vivos, en los principios del fenómeno de ósmosis, pero deseché la idea y la consideré absurda, científicamente improbable.


Al despertar del día siguiente me someto al escrutinio de los espejos, me han crecido dudas. Examino mi figura desde todos los ángulos y no encuentro cambios, reconozco que este es mi cuerpo, me pertenece con todos sus detalles y lo conservo tercamente intacto. 


Mi aspecto no ha cambiado: el ancho de los hombros, la delgadez congénita que me acompaña, los gestos que me pintan y los rasgos propios que el tiempo ha grabado son los míos. Exteriormente no encuentro cambios visibles, pero puedo asegurar que dentro de mí se ha instalado otro, otro que no soy yo. Otro intenta  imponer su criterio con determinación y fuerzas superiores a las mías y lo consigue con facilidad. Ese otro se permite conducir mi cuerpo, me suplanta con una seguridad que aterra y está decidido a lograr su objetivo, objetivo que el otro, el invasor, me presenta el disimulado a través de los sueños, mecanismo que utiliza a falta de una  fórmula de comunicación directa. El otro es un misterio para mí y yo soy un libro abierto para él.


Reconozco su presencia sutil en el torrente de la sangre, en las células y cromosomas. Los cambios no son visibles pero van configurando a ese otro que no soy yo y que ha tomado posesión de mi cuerpo. Lo delatan pequeños detalles imperceptibles que yo reconozco. El otro se ha adueñado de mi estructura y densidad molecular y avanza para establecer una relación simbiótica. Induce y conduce mis sueños a extravagantes galaxias, a mundos desconcertantes, a insólitos planetas y me asegura con imágenes amables y dulces, que no pretende colonizarme, pero debe utilizar mi cuerpo para cumplir una misión. Hasta ahora no me ha revelado la comisión que le ha sido encomendada y que cumplirá inexorablemente. No tengo fuerzas, ni armas para enfrentarlo.


En mis sueños, el otro me muestra con insistencia a una mujer, la desconocida es definitivamente atractiva y más allá del deseo siento la necesidad, la obligación, el deber, de estar a su lado.


Hoy llueve nuevamente, esta vez látigos de luz cruzan el cielo y el ambiente se electrifica. Al finalizar la lluvia salgo a la calle, mis pasos los dirige el otro, la ansiedad del otro me domina y yo mantengo el rumbo que el otro ha trazado. Toco la puerta de una casa desconocida y abre la mujer que he visto repetidas veces en mis sueños, ambos somos impulsados por fuerzas desconocidas y nos abrazamos con inusitado entusiasmo. En ese momento nos envuelve la misma niebla tornasolada que atravesé bajo aquel arco de piedra y ya no podemos dejar de mirarnos. Una intensa felicidad  se apodera de ambos, ha nacido entre nosotros un increíble y  maravilloso vínculo. 


Ambos sabemos ahora, que fuimos elegidos para poblar la tierra con seres poderosos y extraordinarios que tienen la misión de preservar la armonía del universo, que se encuentra amenazada.


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