Lluvia

 

La brisa bajó desde las montañas escoltando en silencio un grupo de nubes dulces, suavemente el viento empuja alguna que torcidamente se equivoca con claras intenciones de retrasar la marcha. Puntualmente a las doce del día, descargaron amables y silentes la garúa que predijo el abuelo la noche anterior.

 

Apenas comenzó la llovizna mi abuelo se ajustó el sombrero de ala ancha que usa desde siempre y ya en la puerta, me pidió que le hiciera compañía. Lo miré con sorpresa, adivinó la pregunta que no hice y a manera de respuesta dijo.

 

-Tu bisabuelo usaba boina, yo uso sombrero, tú usas esa gorra de pelotero y tu papá que era un contestatario, anduvo siempre con la cabeza pelada y los cabellos en desorden-. -Los tiempos cambian, pero puedo asegurarte que este momento es único y se repite una sola vez cada año, No podemos permitir que esta eventualidad nos retrase, no debemos perder la oportunidad cuando se presenta-. -Yo puedo asegurarte, que este día no lo olvidarás jamás-.

 

Para mi asombro, al salir de la casa, una gran cantidad de personas ya se encuentran en la calle, igual que nosotros se dejan envolver por esta especie de bálsamo sanador convertido en rocío que cae desde los cielos, caminan contentas, nadie intenta guarecerse, esconderse, correr y por el contrario, dejan los autos estacionados de cualquier manera y salen simplemente a caminar bajo la lluvia, a todos se les ve la enorme alegría de poder vivir y compartir este momento único e irrepetible.

 

Bajo la insistente y tenue cortina de agua las calles se humedecen, una agradable frescura toma posesión del pueblo y endulza hasta las palabras más ásperas, suaviza las voces hasta convertirlas en murmullo y no hay forma de acallar a sus habitantes poseídos por el espíritu de la buena voluntad. Todos sin excepción se ven en la obligación de decir lo que sienten y cuidan con tanto esmero la construcción de las oraciones, que los cuchillos perdieron el filo ese día.

 

Algunas personas no pueden contenerse y le revientan en la boca las palabras como flores. Con las prisas por sacarse de adentro lo que sienten, algún secreto se escapa y los labios que juraron con solemnidad mantenerse cerrados por siempre, no confesar tamañas confidencias ajenas, dejaron en libertad los secretos y a pesar de que habían roto los sellos de antiguos y nuevos juramentos, no lograron escandalizar a nadie, ni hacer daño alguno, en cambio sirvieron para recomponer entuertos y malos entendidos.

 

A mi lado el abuelo revive intensos momentos, se ha puesto colorado, abrumado por el ímpetu irrefrenable de los recuerdos, camina en la punta de los pies con el temor de que el ruido de sus pasos espanté los recuerdos de su nostálgica memoria, el abuelo mantiene un extraño circunloquio  y parece más bien un pájaro, que entona viejas canciones de amor en un vano intento de recuperar la presencia perdida de la abuela.

 

El aire trae de regalo el  olor a tierra mojada y a pan recién salido del horno, busco con afán la dirección de esos entrañables aromas, la prisa por seguir adelante me consume y parezco un león alado. Obligo a mi abuelo a seguirme el paso con una emoción mucho más grande que mis quince años.

 

Veo a lo lejos la sombra de un cuerpo, que de tanto pensarlo lo conozco de memoria y por eso mi urgencia. Calladamente pronuncio el nombre que la nombra y se detuvo en el acto al sentir que la convoco, se dio la vuelta, nos encontramos, tomó mi rostro con sus dos manos y sin decir palabra sembró un beso  en mi boca, que florece cada día desde ese día. 


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