Una señal, un gesto que salva vidas

 



Rita se acerca a la ventana del balcón y mira a través de esa frágil transparencia, el intenso trajinar de los días que le son negados. Desde el quinto piso observa el constante ir y venir de personas con un propósito, con sueños por cumplir. Perpleja observa la alegría de la vida en rostros desconocidos, que ignoran, al levantar la vista y encontrarla absorta en sus pensamientos, detrás de los cristales, que ella sufre en un silencio atróz el sometimiento a un encierro desconsiderado. 


Rita piensa una vez más en la posibilidad de ser libre, borrar sus crueles días y volver a ser igual a las personas que transitan bajo su ventana, pero el miedo la detiene. No es un miedo común el que siente. Sus días son pavorosos, siempre a la espera de la hora del suplicio, del martirio, del dolor. Rita vive en estado de pánico desde hace dos años, cuando el amor se transformó en esclavitud y su marido en un hombre despreciable.


Hoy, que mira la vida pasar detrás de esta ventana, se culpa de su miopía, de su falta de previsión, de su cobardía para enfrentar la situación. Rita asume que aceptó con entusiasmo el aislamiento en ese afán inaudito de complacer a su esposo y luego, también aceptó con una sonrisa sumisa las bromas, la descalificación. Ahora el miedo la obliga a aceptar los insultos y la violencia que se desata con mayor frecuencia y se convierte en marca, en huella, que cada día, el espejo, transformado en aliado de su abusador particular, le recuerda, que la hora del próximo castigo está próxima.


Rita mira por la ventana y la voz que la hace temblar de miedo la llama, el terror la paraliza, sabe o presiente que puede ser la última, piensa en terminar con todo de una vez, quiere ser nuevamente libre y volar desde el balcón, desde este quinto piso y desaparecer para siempre, pero se niega a morir, a causarle semejante dolor a sus padres, que desconocen su vida y creen que es feliz. 


A desoído una vez más el apremiante llamado, sabe que el castigo no se hará esperar, que será aún más terrible que los anteriores, la falta es gravísima. Rita frente a la ventana, aterrorizada, inmovil, descubre que una muchacha, tan joven como ella, la observa, y un impulso superior al miedo la obliga a levantar el brazo a la vista de todos, abre la mano, cruza sobre la palma el dedo pulgar y cierra el puño. La imperiosa voz que la llama se acerca, ella cierra los ojos y se mantiene inmovil. Sin abrir los ojos oye los insultos, el tono de la voz aumenta, siente el primer golpe, cae al suelo y antes de recibir la patada el timbre de la puerta, voces de urgencia. 


Una voz desconocida le habla, Rita no abre los ojos, permanece sumergida en las sombras del miedo, pero oye claramente en un tono diferente y amable, una voz que otorga seguridad a su ánimo vencido: -la señal de auxilio de violencia en el hogar te salvó la vida, espero que ese tímido gesto tuyo sea reconocido en todo el mundo muy pronto-. -Eres libre de denunciar a tu agresor, de solicitar el divorcio, de exigir tus derechos, de hacer cumplir la ley-. -La puerta está abierta y debes irte-. -Tienes una nueva posibilidad para vivir, no la desperdicies-. 


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