Entre la audacia y la desperación

 



El arrojo, la audacia y un alto grado de inconsciencia se confabularon la noche del fin de año y la convirtieron en un momento único. El irresponsable arrebato de un segundo, coincidió con el impulso de un instante y me empujaron a un torbellino de acontecimientos que no volverán a repetirse, y son totalmente contrarios a los aburridos y rutinarios días de este año que hoy se termina.

 

No imaginé nunca ser protagonista de sucesos de tal magnitud, pero al vivir la intensidad de estas circunstancias, puedo asegurar con terrible certeza, que este año se presenta completamente incierto. La muerte muerde el borde y las amenazas asoman sus dientes y yo jamás la había visto tan cerca.

 

Para traspasar con buen pie la frontera de este año y comenzar otro con el entusiasmo de la novedad, decidí esperar las doce campanadas que anuncian la llegada del año nuevo en un exclusivo Hotel. En mi criterio, la mejor manera de iniciar la aventura de un nuevo año es en medio de la pista de baile, sujetar la cintura de una mujer desconocida, envolverme en la euforia de los acordes de la música y soñar que tengo un año para conocerla, para conquistarla.

 

El acceso a este evento no fue fácil, la fiesta de año nuevo la organiza una élite a la que no pertenezco, se realiza en uno de los mejores hoteles y es condición indispensable estar alojado en el hotel. Voy contra corriente, me gusta romper las reglas y con dinero, astucia y amigos, me he acostumbrado a trasponer los límites impuestos.

 

Aún falta una hora para el final del año, la pista de baile está vacía, la orquesta ha terminado su descanso y se prepara para iniciar una nueva acometida. En ese momento, una mujer de rasgos marcadamente asiáticos, de cabellos intensamente negros y peinados con una clineja perfectamente simetrica, entra al salón de baile y lo ilumina.

 

El traje negro que lleva es de alta costura, el corte atrevido y parece cosido encima, la boca, los zapatos y el cinturón, son de un rojo tan intenso que deslumbran, contrastan con la palidez de su espalda, que el vestido deja al descubierto hasta más abajo de la cintura. Hay provocación en sus pasos medidos.

 

Con la elegancia sublime de una princesa oriental atraviesa la pista de baile, la orquesta cumple con sabida experiencia su estrategia y toca con entusiasmo un merengue rico en ritmos. En ese instante me perdí, un impulso más fuerte que el miedo me hace saltar del asiento, me  obliga a encerrar las razones en el cajón del olvido y con pasos seguros entro a la a pista de baile. Tomo entre mis brazos a la mujer y danzamos disparados e incontenibles por los múltiples acordes de la música.

 

Ella sigue el ritmo con destreza, con perfecta intuición sigue también cada figura que dibujo, adivina las intenciones de mis giros, nuestros cuerpos se acoplan al frenético ritmo que marcan los instrumentos.

 

Todos los ojos fijos sobre nosotros. En ese instante vivo la gloria de mi atrevimiento y pienso: el mundo es de los audaces. Con la última nota, en un suspiro, el cuerpo de la mujer se abandona a mis brazos y murmura una súplica con divino acento extranjero. -Sígueme-. Dice.


En silencio llegamos a su habitación. Perdí el juicio y toda noción del mundo, la desconocida se impone y borra el pasado, los recuerdos y hasta el futuro posible. La mujer se planta en un presente interminable y juntos caminamos hasta el balcón a esperar los fuegos artificiales.

 

En su sonrisa brilla un caleidoscopio de promesas, con un gesto hace que su vestido caiga al suelo mientras vigila atenta mis pensamientos. Apenas la cubre una prenda mínima de seda y antes de desaparecer, detrás de la puerta del baño, dice. -Espera-.

 

El cielo se enciende de colores, el primer día del año me encuentra en medio de una aventura extraordinaria, en el balcón de una habitación ajena, fascinado con la explosion de luces que iluminan el infinito.

 

Por encima del  estruendo de los fuegos artificiales una explosión de ira estalla detrás de mí. Un hombre enorme, una tromba de furia descontrolada  se me viene encima, los destellos de un cuchillo encienden sus manos.

 

Salto del balcón impulsado por el miedo, por puro instinto y corro desesperadamente, el hombre también salta y al caer grita de dolor, me persigue con dificultad y no deja de lamentarse, me busca con insistencia para  darle paz al filo de su cuchillo. Yo intento desvanecerme como el humo de los fuegos artificiales y me arrincono, me agazapo, me ovillo. Espero.


Comentarios

Gabiliante dijo…
Parece que , a partir de aqui, la cosa solo puede mejorar. si lo esta contando, es que sobrevivio. El embrujo oriental tiene dos caras.
vengo del blog de berta
saludos

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