Tropiezo

 Una manera de recordar a Cortázar: nació un 26 de agosto de 1914


Alejandro Martínez permanece inmovil frente al libro abierto. Es un volumen pequeño que cabe entre sus manos. Una edición barata de letra menuda, impresa en papel ordinario y concebida en eso que llaman formato de bolsillo.


La portada del libro la llena completamente la imagen de un hombre en sus treinta y cinco años, bien portado, que sostiene un cigarrillo sin encender entre sus labios y mira fijamente al lente que lo captura. Con su mirada de ojos claros, francos y transparentes, nos transmite la inesperada pregunta que en ese momento se le ocurre: acaso están dispuestos a correr el riesgo de establecer una comunicación con alguien que está ausente. El sencillo título que acompaña la imagen nos permite saber en una sola ojeada, con que nos vamos a encontrar entre las páginas del libro: -Cortázar Cuentos Cortos- 


Como toda edición, ya sea económica o de lujo, es arbitraria. Los textos se agrupan aleatoriamente según el gusto particular del editor y en este caso, sin ninguna explicación. Un detalle curioso de este libro, es la ausencia de  índice y un gesto, que reconozco más extraordinario aún, es que al abanicar sus páginas con la intención de leer al azar cualquier línea, invariablemente desembocamos en el inicio de uno de los textos que componen el volumen.


Según Alejandro: el libro lo esperaba pacientemente en el asiento vacío de un transporte público, un autobús, que cubre la ruta 186. Alejandro me explica con una convicción que no puedo rebatir, que el libro, además de esperar ser encontrado, aceptó dócilmente y sin una queja, ser transportado en el oscuro bolsillo de su chaqueta hasta la casa. Alejandro me confesó, que en ese momento se apoderó de él, el insensato temor de ver al dueño del libro entrar  atropelladamente al autobús y exigir la devolución inmediata del pequeño volumen de cuentos. Este libro es una joya, afirma, con el entusiasmo que lo caracteriza.


Es improbable la afirmación que sostiene Alejandro, raya en lo absurdo la significación que le confiere a este encuentro. Un acontecimiento que en cualquier caso es producto del olvido y la casualidad, pero en este momento me niego a rebatir sus ideas. Como otras tantas veces nos enfrentaremos a un ejercicio de inteligencias, a una árida discusión sobre la providencia y sus innumerables manifestaciones y por tanto, acepto sus palabras sin convicción alguna, pero con la clara intención de no entrar en el perverso juego de discusiones interminables, de las cuales, invariablemente termino exhausto y sin lograr ningún éxito. 


Alejandro y yo somos diferentes, pero compartimos la responsabilidad de mantener en orden un departamento y cumplimos con el compromiso adquirido de antemano de pagar la renta y los servicios sin demora. Él puede pasar horas interminables detrás de las páginas de un libro, recitar un poema, o recordar párrafos completos de un texto y puedo asegurar que no olvida ninguno de los autores que ha leído. Yo por el contrario lo que busco es enfrentar la realidad que intenta doblegar mi entusiasmo por vivir.


Alejandro Martínez permanece inmovil frente al libro abierto. Yo me equivoco al pensar que mi amigo está concentrado en la lectura del libro, al observar su postura me llama la atención que no pasa la página, me acerco a su mesa y lo encuentro en estado de pánico. En silencio señala una línea del texto que está leyendo, sin motivo gramatical alguno, la palabra -sálvame- está impresa en mayúscula y negritas. -Alguien cercano está en peligro-. Dice. Y  lo ahoga la angustia. Intento explicarle que puede ser un error de impresión, pero al levantar la vista, a través del limpio cristal de la ventana, tropiezo con la vecina, que se acerca peligrosamente al borde de su balcón. Ambos corremos y llegamos justo a tiempo, para sostener a la mujer, un instante antes de que su cuerpo caiga al vacío. 


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