La frontera imposible

 

Por pura casualidad una tarde tropecé con ella y ya no me encuentro bajo la piel que me cubre. Ella caminaba por un sendero de acacias que habitualmente yo recorro y de inmediato un corrientazo en la columna vertebral me dejó inmovilizado. Cerré los ojos un instante y me asfixió el aroma de su piel al pasar junto a mí, sin siquiera poder articular una palabra me perdí detrás de sus piernas perfectas y su imagen se grabó en mis pupilas.

 

Un impulso más fuerte que mi miedo me obligó a seguirla y detrás de sus pasos, sobre sus huellas, la noche se me vino encima. Acompañé su sombra y me dejé envolver por la estela de su luz. El miedo me mantuvo detrás de ella y me impidió acercarme, pero puedo asegurar que estuve en esos lugares asombrosos y desconocidos que yo conocía por referencias, pero no me atrevía a visitarlos. Encerrado en los límites que el temor impone me conformaba con imaginarlos. Finalmente, ella llegó a su casa, vive en un anillo de departamentos alrededor de una fuente. Esperé a que se encendieran las luces del departamento y vi su silueta una vez más en el número 55.

 

Regresé a mi casa maquinando posibles encuentros, tejiendo complicadas tramas, urdiendo trampas, elaborando argumentos, intentando artificios de conquista, ideando  maniobras probables, ingeniando estrategias.

 

Los gestos de esa muchacha, sus cabellos negros. recogidos en una brillante y sedosa cola de caballo bailando frente a mis ojos, se quedaron tatuados a fuego en mi recuerdo y ya no puedo, ni quiero, ni soporto el olvido.

 

Me desconozco, de la noche a la mañana dejé de ser la persona que con cuidado mide cada palabra que pronuncia y se asegura de cada paso para avanzar, que con rigor planifica sus días para asegurar el futuro. Ahora voy a impulsos, ciego, con la imagen de esa muchacha sin nombre guiando mis acciones, creo haber encontrado en ella la desconocida y sempiterna luz de mi existencia y quiero que su luz me alumbre para siempre.

 

Al amanecer ya estoy en pie, la ansiedad es mi dueña y obliga acciones más bien desesperadas. Voy directo a su casa, ella abre la puerta y yo le entrego un ramo de rosas amarillas, la miro a los ojos y atropellando las palabras, para no dejarlas atravesadas en mi lengua, digo.

-Permiteme ser tu esclavo y con esa excusa poder seguir viviendo.-.    

 

Con una sonrisa me hace pasar y quizás, acostumbrada a estos desafueros ajenos, contesta.

-Tienes que saber que soy un espíritu libre y el desapego es mi forma de vida. Hace mucho rato deseché los ritos, porque al hacerse imprescindibles su único fin es ocultar la verdad-. -Vivo sin ceremonias, atiendo mis impulsos inmediatos y no permito ni siquiera, que las condiciones climáticas gobiernen mis estados de ánimo, no mido el tiempo y disfruto los cambios de estación y los regalos que la  brisa me ofrece. No utilizo reloj como prenda de vestir, en cambio, me adorno con semillas de rudraksha, con collares de piedras costosas, con cuentas de habichuelas, con cuerdas tejidas de colores-.  

 

-Esta noche me voy a Estambul, quiero ver el sol levantarse mañana sobre el Bósforo mientras como aceitunas, queso feta, yogurt y tomo café turco desde una terraza empinada-. -Quiero pasear una vez más por la iglesia de la Divina Sabiduría, la Santa Sofía-. -Voy a contemplar desde el suelo, desde mi pequeña estatura, el pináculo dorado de su Bóveda-. -Entrar a la Mezquita Azul con los pies desnudos y mis cabellos cubiertos con un manto de hilo-.  

 

Intenté hablarle y me interrumpió. Adivinó en mis ojos desesperados las  palabras que no me permitió pronunciar.

-No repitas lo que dicen los informativos de las protestas y los peligros que se esconden en las calles de Estambul, que hoy están envueltas en la autoritaria oscuridad que la gobierna-. No intentes detenerme, ni manchar la simple transparencia de tu sinceridad, con el temor a la incertidumbre de lo desconocido-.

 

-Cada día hay una revuelta en el mundo-. -Las palabras incendian los campos más apartados y hasta en el el cielo se presentan señales de mayor violencia  que las del mismo fuego-. -Cada hora se muere y se nace y por eso no deja de girar esta enorme bola, esta esfera que gira sobre su eje sin detenerse y sobre la que estamos parados sin ninguna certeza de lo que nos depara el próximo minuto, el siguiente paso y desconocemos las dificultades que enfrentaremos para cumplir nuestros sueños.

 

-Nos vemos en el aeropuerto-. Dije como despedida. Y corrí a la embajada con el peso de mi ignorancia a solicitar una visa de urgencia. Tropecé con la reja cerrada y el candado de los reglamentos inflexibles, con la reticente negativa de un funcionario armado, que viste el uniforme de la guardia turca y que con cierta impaciencia ante mi terca insistencia, me explica, tropezando con un idioma que le es extraño, que los viernes no se atienden solicitudes, que debo volver el lunes y que sí se me otorga la visa para visitar Estambul, el trámite tiene un valor de 100 euros y tarda tres días en ser procesado.


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