Encuentro de amigos

 

Un grupo de viejos amigos decidimos pasar un fin de semana juntos en el campo y aprovechamos los días adicionales que el ocasional feriado en conmemoración de una fecha patria le suma al fin de semana. Nos emociona reunirnos lejos de la ciudad y cerca de las montañas, con la esperanza de pescar rémoras, cazar liebres, perseguir algún jabalí y recordar el vitral de sueños que tuvimos. Mirar atrás en la nebulosa inconclusa del pasado, acomodar ese incómodo peso que mantenemos en silencio, comparar cuánto de los logros que soñamos  no alcanzamos.

Cada uno debe hacer un pequeño esfuerzo personal para cumplir con el encuentro, ya que todos tenemos compromisos con el demonio de la rutina, con ese engaño de la vida que nos encadena a elementos vacíos, a círculos cerrados, a las falsas ilusiones de la costumbre y nos convence, a fuerza de repetir los mismos actos, de la utilidad de nuestros días. Con cierto postín intentamos transponer el tiempo y engañar las horas persiguiendo un futuro que se parece mucho al tedio, al aburrimiento.

Empeñado en llegar antes del anochecer al Carmen y encontrarme con mis viejos amigos no me quise detener en el camino. Perdí mucho tiempo intentando salir de la ciudad, el tráfico es insoportable, creo que todos necesitan escapar con la misma urgencia que me impulsa, que alguien los espera. Pareciera que se corrió el rumor de una epidemia en la colonia y nadie quiere quedarse a mirar el rostro de la muerte. Encerrados en los autos, aferrados al volante, con la mirada fija en el camino y sus peligros, ninguno quiere quedarse y descubrir la incógnita aterradora que se esconde detrás de ese paso a lo desconocido.

Al cabo de unas horas, finalmente, la ruta se despejó. Mantengo la velocidad promedio y no me detengo ni para tomar café, pronto oscurecerá y tengo prohibido manejar de noche, ya no me alcanzan los ojos para ver entre las sombras y con los años, los reflejos han disminuido considerablemente. No aparto los ojos de la ruta, ni me distraigo con el paisaje.

Atento a los imprevistos del camino, me permito recordar que todos queríamos ser notables, figuras importantes de nuestra época, alguno, incluso, se perfilaba como un egregio de las letras, pero la vida se encargó de señalar otro camino para nuestro entusiasmo y terminamos convertidos en estos personajes grises, lamentables, apagados, con marcados rasgos de desencanto y que de vez en cuando nos reunimos para contar nuestras miserias, intentando sacarle brillo a lánguidos destellos ocasionales y continuar en el engaño de vida que llevamos.

Dejé pasar el momento de ir al baño y ahora el tiempo me apremia, corro el riesgo de mojar los pantalones y agregar un desencanto más a la cuenta de los años, es urgente orinar. ya no pienso en la vida que no tuve, en las oportunidades desperdiciadas, ni siquiera en mi desinterés habitual, ahora mi único objetivo es contener el chorro, las ganas enormes de orinar. Acelero, aumento la velocidad sin alcanzar límites temerarios, el dolor se intensifica y hago esfuerzos por contenerme. Detrás de una curva se perfila la casa y la cercanía se convierte de inmediato en alivio momentáneo. Estoy cerca, a un paso. Pierdo interés en el camino, todos los sentidos centrados en no mojarme los pantalones, en no agregar otra desdicha a mi propia desventura.

Con el último esfuerzo detengo el auto y lo dejo atravesado de cualquier manera. El dolor es insoportable, en la puerta llamo con insistencia y a la vez manipulo a duras penas el cinturón. Doy pasos cortos frente a la puerta cerrada, aprovecho y me desabrocho el botón del pantalón con la intención de ganar algo de tiempo, finalmente, alguien se acerca y abre. Sin detenerme a saludar entro a la casa y corro al baño, con  precipitación bajo el cierre y los pantalones caen con un suspiro de alivio momentáneo. Los dolores son intensos y creo que la vejiga se va a reventar en cualquier momento, en estos casos no puedo mear parado y necesito sentarme. Casi con alivio lo logro, espero unos segundos horribles con los ojos cerrados y el rostro entre las manos, al principio unas escasas gotas anuncian el chorro, es un hilo delgado y continuo, sin fuerza, pero el surtidor está abierto y se decanta el alivio a través de los vasos comunicantes.


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