Carrera fallida



La aguja del velocímetro asciende peligrosamente y enciende las alarmas, pero Asdrubal Infante no pierde el tiempo en mirar el tablero, sus ojos están fijos sobre la carretera. Intenta ver más allá de los espejismos de la lluvia, más allá de esta noche, de este imprevisto, que no detiene su carrera, ni es capaz de obligarlo a bajar la marcha.


El despiadado aguacero, tampoco logra contener el curso de los acontecimientos, que implacables, desbordan finalmente todos los controles que ellos han impuesto con sangre. Los últimos sucesos contravienen la lógica del miedo que instalaron con saña y con la impunidad de quienes manejan todos los poderes.


Gruesos ramalazos de agua sublevados y en desorden, impulsados por los golpes frenéticos de un viento liberado de una cárcel de veinte años, arremeten furiosos contra el parabrisas, el auto, una camioneta negra todo terreno se estremece, la visibilidad es escasa, pero estos no son suficientes contratiempos para bajar la velocidad. Asdrubal Infante mantiene firmemente las dos manos sobre el volante, en esas condiciones lo único seguro es un accidente con resultados fatales, pero está dispuesto a correr ese riesgo, mantenerse en el poder es también un asunto de vida o muerte.


En el auto lleva tres enormes maletas, en una hay cocaína suficiente para repartir a las bandas armadas, a los colectivos, a los motorizados del terror. Las otras dos maletas contienen dólares. Los civiles y también los militares, exigen dólares como condición única para defender la revolución. Después de veinte años la ideología es un fragmento vacío de contenido. 


En la población perdura el abismo de odios entre las familias, el hambre convertida en una poderosa arma de opresión, la escasez en una herramienta de sometimiento, la necesidad en un exceso de humillación, los engaños, las trampas, las mentiras, hacen que la palabra pierda todo su poder transformador, son hojas secas sin valor alguno.


La patria es esta rebatiña y lo que verdaderamente cuenta en esta hora son los dólares, no hay quien defienda esta revolución con promesas. El compromiso se paga en efectivo y por adelantado.


Las noticias en la radio le señalan a Asdrubal Infante, que se ha  perdido el dominio comunicacional, que la autocensura no está funcionando. Las emisoras tienen prohibido la transmisión de protestas o revueltas, están obligadas a negar cualquier acto de reclamo, su tarea es mantener en la oscuridad el hartazgo, a no hacerse eco de la indignación colectiva. La verdad al alcance de la mano y repetida por las voces que deben mantener silencio es una muestra inequívoca de debilidad, de ausencia de control, de pérdida de poder.


Los mensajes transmitidos desde las emisoras que deben guardar obediencia, sumisión y silencio, es una señal peligrosa, le advierte que la situación es aún más precaria y delicada de lo que imaginó. Acelera, el ruido del motor intenta acallar la tormenta sin conseguirlo. Debe llegar cuanto antes.


Intenta adivinar el punto de inflexión, el momento de no retorno, el acto de barbarie que desató la furia contenida durante veinte años y que ahora amenaza con arrasar el poder que pensaron omnipresente. Recuerda el vídeo que ellos mismos filtraron a las redes sociales, en donde se presenta a un diputado en calzoncillos, humillado, con visibles muestras de haber sido torturado. La imagen del diputado en las instalaciones de la policía política es contraria a la conducta que ese diputado ha mostrado siempre desde todos los ángulos y que recuerda al joven diputado enfrentando al régimen lleno de entusiasmo, firmes sus palabras, clara e irrebatible la  denuncia, marcha con valor sobre las calles prohibidas en la primera línea de combate. Quizás fueron demasiado lejos con esta infamia. 


La luz de un rayo abre una herida en el cielo, el estruendo no se hace esperar. Un árbol cae y atraviesa la carretera, instintivamente Asdrubal Infante frena, pierde el control, el auto gira sin dirección, toma la vía del desfiladero, se estrella y estalla en el fondo del barranco.


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