Viaje a Túnez

 

Con un tímido gesto de la mano y en silencio me despido, crucé la calle desolado y le abrí un rumbo a esta pena que me apena. Con desconsideración destruí el único lazo posible entre los dos. No tengo alternativas, el ímpetu arrebatado me domina, los encrespados impulsos me llevan invariablemente a dar un traspié con lamentables consecuencias.

 

Ambos llegamos por caminos diferentes a esta encrucijada entre el jazmín y el dátil, entre el Mediterraneo y el Sahara. Yo buscaba aventuras y ella paz, yo empeñado en el desenfreno y ella en la armonía, yo en vivir los días con premura y ella entre las pausas de un oasis. Yo quería atravesar corriendo y ella detenerse bajo el lúcido quicio de un monumento, adivinar los detalles de una creación milenaria, respirar con placidez aires antiguos.

 

En el zoco compré una hermosa pulsera de viejas monedas para adornar su muñeca. Son verdaderas monedas antiguas acuñadas en legítimo vellón. Dijo el vendedor, en un español atropellado y pobre. Ella compró una pitillera de plata y ebano y un único cigarrillo aromático que delicadamente colocó dentro, como un símbolo.

 

En la terraza del Grand Café du Theatre tomamos Té, que nos sirvieron en preciosas vasos esmaltados de esperanzas azules, allí intercambiamos nuestros regalos, esos pequeños detalles envueltos en la ilusión de un futuro compartido.  

 

Yo quise sorprenderla, colmarla, abrumarla y le entregué una gargantilla de diminutos anillos de plata en forma de víbora y ojos turquesas. Tengo pavor a las serpientes. Dijo, y se entregó a recordar un pasado cargado de quebrantos, sin aceptarme el detalle de la gargantilla.

 

Yo la envolvía con promesas y ella respondía con silencios evaporados, intenté arrastrarla al torbellino de mis deseos y se resistió con la delicada firmeza de un perfume que se queda contra la corriente.

 

Turistas y paisanos colman las calles que un sol amable ilumina. En una pantalla las imágenes delatan el miedo al terrorismo, una advertencia a no integrarse a las columnas jihadistas que crecen como espinas amenazadoras en la frontera. Hay preocupación por esta creciente efervescencia de radicales, que llegan desde todas partes del mundo a incorporarse a una legión que maneja códigos de violencia y muerte.

 

Camino con su recuerdo, con el olor de sus cabellos, con su mirada dulce. Herido en esa despedida camino con la creciente tristeza que me arropa. Estoy en las puertas del Museo del Bardo y el atronador sonido de repetidos disparos me paraliza.

 

Cinco muchachos vistiendo uniformes militares disparan en todas direcciones y entran al Museo. Accionan sus Kaláshnikov con dedos ansiosos y mirada frenética, fanática. Miran la intensidad de su gloria a través de la fiebre que los consume, un mañana de cielos abiertos los espera. Ellos han previsto el titular de los periódicos y aceptado sus negras y gruesas letras de un luto que anticipan. Su ecuación es arbitraria y diferente, para ellos la incógnita se ha transformado en un impreciso número de sangre, el dolor la fórmula oculta, y el resultado final que prevén es esa lista de caídos que los precede, sus anónimos héroes anteriores.

 

Este mundo es un lugar extraño, se ha vuelto inverosímil. Escapan a mi comprensión los actos de barbarie en todos los sentidos, es un globo enfermo, invivible. El síntoma general es el conflicto. Conflicto en los continentes, en las regiones, en nuestros países, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades y hasta en el pequeño círculo de nuestros cercanos el conflicto es el denominador común. Es un espejismo entonces pensar en la posibilidad de la alegría  por la alegría misma de vivir. Un mundo mejor es una consigna que hemos transformado en ficción imposible.

 

Este no es un pequeño bache sin importancia en mi viaje, es la fosa a donde vine a caer. Finalmente la fatalidad me alcanzó aquí, en Túnez, a mitad de una calle. Mi último recuerdo es su tímido gesto de despedida y su silencio. La bala silbó en el aire como una serpiente, me atravesó el colmillo de la muerte, me derrumbó y ahora me desangro ante un sol inclemente, ante la barbarie.



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