Una tarde caliente

 

No termino de aceptar mi condición de invalido, encuentro intolerable mi  falta de autonomía, de movimiento, las miradas de lástima y compasión que asoman a los ojos de quienes observan mis limitaciones sobre una silla de ruedas. Pero sobre todo, me hiere profundamente la palabra -pobrecito- suspendida entre las pausas de mi aparatoso traslado y las  miradas de entendimiento de mi situación, ese comentario me anula mucho más que la falta de autonomía, que mi propia incapacidad. 


A esta hora el sol espanta y las calles están vacías, agobiado por el calor, sin terminar de aceptar mi intolerable condición de minusvalido, con la dificultad propia que acompaña a quien está postrado sobre una silla de ruedas y haciendo malabarismos para seguir adelante con cierta dignidad, entro al primer lugar que abre las puertas automáticamente apenas me detengo enfrente y me evitan el disgusto de hacer el ridículo. ¡Me revienta pedir ayuda!


Encuentro un lugar privilegiado que me permite pasar desapercibido y en donde la escandalosa silla de ruedas no estorba, un lugar con un amplio ángulo de observación y además posicionado justamente bajo la rejilla del aire helado, que enfría rápidamente el plástico de mi silla y detiene por encanto los desagradables sudores y me lleva a un mundo gélido y confortable. Respiro agradecido, pido un café granizado y me quedo a ver pasar la vida frente a mi.

 

Desde aquel instante en que la bala me tocó la espina y me envió con su carga de pólvora y plomo al rincón de los pensionados, me convertí en un nombre más de la triste estadística laboral. Sin nada más que hacer y para impedir que la ansiedad se como mis esperanzas, me entretengo en fabricar historias, en descubrir detrás de los rostros que se cruzan en mi camino los detalles de posibles transgresiones a la ley, abro posibilidades verídicas desde mi condición innata de investigador, naturaleza que me llevó  a ser el mejor Detective del Departamento.

 

El móvil es un útil instrumento de trabajo, escribo mis percepciones, tomo fotografías, mantengo un registro organizado y detallado de posibilidades, información que luego cruzo y comparo en Bases de Datos a las que tengo todavía acceso ilimitado, generalmente la luz ilumina una ventana herméticamente cerrada.

 

A estas alturas no me interesa ninguna participación, ningún reconocimiento, tengo en la fuerza un protegido a quien le entrego mis observaciones y a él le dejo los éxitos, expresamente le he prohibido mencionar mi nombre ante eventuales triunfos, quiero permanecer en la sombra, convertirme en un confidente sin rostro y sin nombre, una incógnita y hoy, en mi condición de incapacitado me puedo dar ese lujo.

 

El acaso me abre una puerta a donde entro con absoluta libertad y dominio de los tiempos y el espacio, aprovecho esta nueva oportunidad y doy gracias por estar vivo y ser nuevamente útil al imperio de la ley y la justicia.


Un hombre vestido de traje confeccionado a la medida, con indolencia busca refugio contra el calor y entra al lugar en el que yo me tomo un café granizado. No  está cómodo con la precisión de las costuras y la caída perfecta de su traje que oculta los defectos de su cuerpo. Le falta un aire de elegancia a sus maneras, un toque de descuido que mantienen quienes están acostumbrados al dinero y sus prebendas, es un recién vestido y lo delata su conducta.

 

Camina dueño de sus pasos, se sabe con un poder más allá de lo que alguna vez imaginó entre los libros de Derecho. En sus ojos se reflejan el peso de las decisiones y algunas dudas sobre dictámenes pasados, reconozco en sus ademanes, en el tono de la voz que utiliza al hablar con el mesonero, en pequeños detalles, que es un juez y no se me escapa que la balanza de su justicia ha sido quebrada de antemano, es un juez joven al que le faltan aceptables dones necesarios para su investidura y le sobran voces, jefes, superiores. Es un juez que está sujeto a otras órdenes diferentes a las que dicta la justicia. Es en resumidas cuentas una cuota de partidos políticos y mafias en el sistema judicial, un juguete de otros intereses.

 

Se abren las puertas y la tarde se confabula con el aroma etéreo que invade el local en el momento en que entra una muchacha de cabellos cortos, rostro de ángel y cuerpo de deseo. Al fondo suenan unos tambores a ritmo de corazón enamorado, la letra de antiguos cantos acompañan los pasos de esta muchacha que acaba de entrar y decidida se acerca al juez, con más gestos que palabras lo lleva a la calle. La selva de esta ciudad en el ocaso se los traga.


La investigación queda por momentos suspendida, espero las respuestas de las imágenes que tomé para confirmar con certeza, que ella es el pago de algún servicio prestado por este juez recién comprado.


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