Es imposible huir del miedo

 

El hombre que me persigue, el hombre del que estoy huyendo camina amparado en las tinieblas. Las mismas sombras encubren diversas y contradictorias astucias para diferentes objetivos, las sombras que a mí me protegen y me esconden las utiliza el desconocido para permanecer unos cuantos metros detrás de mí. En la oscuridad preserva su identidad. La actitud de mi perseguidor no es amigable, me busca para matarme, he visto el brillo del acero que empuña con firmeza en la mano izquierda.


La luna se esconde en esta noche detrás de oportunas y espesas nubes, su redonda luz no me respalda, su ojo vigilante no sostiene mi esperanza esta vez y estoy convencido, que la luna se niega a ser testigo de las  artimañas que aprovecho para escapar de mi perseguidor y de las tretas que utiliza este hombre para mantener su asedio y hacerme sentir la presencia de su rencor sin ser reconocido.


La noche está iluminada de azul cobalto, el mismo tono impávido se refleja en las paredes, en las puertas, en las vidrieras de los negocios, se cuela fugaz entre las ramas de los árboles, los hilos incandescentes del azul iluminan el borde las esquinas. Las calles permanecen vacías y ni siquiera hay autos estacionados en los costados de las aceras, el silencio y el desamparo son únicos esta noche, van de la mano y me preceden.


No llevo reloj, ni llaves, ni documento alguno que me identifique, ni dinero en efectivo, ni cartera. No recuerdo en qué momento inicié esta huida, ni en qué lugar pude haber dejado mis pertenencias. Desconozco la razón por la que este hombre me persigue y el motivo que me obliga a huir. Ignoro totalmente que culpa arrastro, que falta  me condena, que fechoría cometí para ser objeto de esta cacería y por supuesto, también ignoro quien es mi enemigo. Simplemente sigo el impulso primario de huir como un cobarde, de escapar de un riesgo inminente.


Intento desaparecer de la vista de mi perseguidor en una esquina inverosímil y salvar la vida, en lo alto de la pared que momentáneamente me protege está escrito mi nombre, la calle lleva mi nombre, y al leer el nombre que me identifica, el nombre por el que me reconozco hijo de mis padres, el nombre que he llevado con orgullo durante cuarenta años, al leer mi nombre escrito en uniformes letras de molde, un chispazo descubre la incógnita, el brillo de un destello en medio de la oscuridad me señala de manera inequívoca, con un fogonazo de sabiduría: que es imposible huir del miedo.


Ante esta revelación me niego a continuar huyendo. Doy la vuelta con la intención de enfrentar a mi enemigo y al tomar tal decisión desaparecen las calles, las casas, las esquinas y se mantiene la noche bajo el halo azul cobalto que la distingue y diferencia de todas las otras noches y la hace inconfundible. Avanzo sobre una banda transportadora de movimiento perpetuo suspendida a cincuenta metros del suelo, a ambos lados el precipicio nos advierte el peligro, en el otro extremo de la banda mi perseguidor advierte el cambio y se dispone al encuentro final. Clavados en nuestros respectivos lugares nos acercamos inevitablemente, él lleva el puñal en la mano izquierda y yo lo llevo en la derecha, estamos próximos, pero aún nuestros rostros permanecen ocultos en las sombras. Nuestra innegable disposición de morir brilla en los puñales, en el azul cobalto de esta noche. Tomo aire y  encuentro el valor suficiente en mis apellidos para enfrentar esta hora, la decisión está tomada, los puñales a punto de teñirse de sangre y en el último momento me paralizo, el hombre que me persigue lleva mi rostro y aprovecha ese instante de sorpresa para hundir inmisericorde su puñal en mi pecho, es inevitable el grito y en ese momento me despierto. 

 

Doctor: ese sueño me desvela cada noche, obliga el insomnio, estas ojeras permanentes y no me da tregua tampoco en el día, ese sueño es la única razón que me trae a su consulta. 


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