Un caso de asesinato

 

Soy Abogado Defensor de Oficio, El caso Amariscua, como se le conoce, me llegó en una carpeta nueva, sin manosear, sin ninguna huella de haber sido revisada con anterioridad. En ese viaje que hizo la carpeta todos los ojos se cerraron y huérfana la dejaron en mi escritorio abandonada a su destino. Ese detalle me indujo inmediatamente a pensar: que era uno de tantos juicios que a nadie interesa, un caso sin importancia, sin trascendencia, sin peso específico para un ascenso y por esa razón llegó a mi escritorio. Pero una moneda siempre tiene dos caras y también puede  significar, que el caso Amariscua es un asunto extraordinariamente peligroso y los otros abogados, advertidos del riesgo, de la amenaza, dejaron pasar el caso sin siquiera tocarlo.

 

En este Oficio, con frecuencia, cada caso es un escalón que nos acerca al éxito o a la muerte. Esta situación de extremos, de opuestos, no lo pueden imaginar quienes no tienen que lidiar con la ley, o con aquellos que son responsables de hacerla cumplir, pero quienes manejan los  caprichos del poder y su necesidad de negar las leyes establecidas, de darles la vuelta, de encontrar una salida que le acomode a sus intereses mezquinos lo saben perfectamente y son ellos quienes administran nuestro éxito o la muerte.

 

Abrí la carpeta con extremo cuidado, con la precaución de quien está frente a una serpiente, dispuesto el veneno en sus colmillos y lista para atacar. Estudié cuidadosamente cada folio de la investigación y cada detalle me llevó inexorablemente a condenar a mi defendido. Cuando todo encaja tan perfectamente la experiencia enciende una alarma, una especie de incomodidad, que me obliga a mirar el caso desde una perspectiva contraria a las leyes, desde la óptica del infractor y esto me ha permitido liberar inocentes y estar en la lista de los abogados que no suben los escalones del éxito y están marcados, continuamente vigilados y puestos a prueba. Somos escasos, pero conformamos un pequeño grupo y nos mantienen en ese limbo que se llama defensor de la justicia, y como tales, en muchas oportunidades logramos liberar a inocentes  caídos en desgracia y logramos el triunfo de la verdad, con eso nos contentamos.  

 

La moral, mi propia moral de códigos oxidados, en esta ciudad de  novedades sofocantes, que vive en los extremos de la ilusión y la simulación, me obliga a cumplir con un juramento obsoleto, sacar a la luz la verdad por encima del poder. Esa moral que es mi norte y a la que obedezco a ojos cerrados, es la que me permite caminar entre los farsantes sin culpa.

 

El nombre del acusado, de mi defendido, es Leonardo Amariscua. Es el último descendiente de una raza de tejedores de moriche perdida en el Amazonas. Se vino a esta Capital decadente en busca de una oportunidad y encontró la cárcel y el riesgo de una pena de treinta años por asesinato.

 

Luego de la entrevista preliminar, de hablar con él, de mirar el mundo a través de sus ojos, supe que era inocente, que jamás cruzó por su cabeza la intención de matar a nadie, que ni siquiera se puede permitir un momento de furia. Al convertirme en su abogado defensor me comprometo a realizar la mejor defensa que el conocimiento de las leyes me permiten, me obliga a rescatarlo del olvido, a no dejarlo pagar por una muerte de la que no es responsable.

 

Leonardo Amariscua confesó que lo contrataron para un trabajo delicado y muy especial. El trabajo consiste, según declara, en fabricar unas alpargatas únicas, con un entramado poco común, que muy pocas personas son capaces de realizar, pero él es un maestro del tejido y su abuelo a escondidas lo obligó a aprender desde que era un niño ese cruce obligado de los hilos. Las alpargatas que debe elaborar Amariscua son particularmente puntiagudas. Es la primera vez que ve unas alpargatas tan extravagantes. Ante su sincera sorpresa, su ingenuidad, su ignorancia, quienes le asignan la tarea, le explican, que el nombre del calzado que debe fabricar no es alpargata, que se conocen como babuchas y le aseguran, que los materiales con las que debe realizar el trabajo son antiguos, delicados y costosos, por lo tanto, la fabricación de las babuchas debe hacerla según las indicaciones de un experto en historia, doctor en arte antiguo. Él debe mantenerse encerrado en una especie de sótano, en donde los materiales están resguardados, incluso de la luz. No puede moverse del lugar hasta haber terminado y además se compromete en mantener el secreto este trabajo, el pago lo justifica.

 

Según su historia, pasó tres días con esas personas, trató con el doctor en arte, que se tomó la molestia de contarle detalles sobre las babuchas y que de acuerdo a los materiales y colores representaban el rango de quien las usaba,  con la señora que le llevó la comida y también, habló dos veces con el hombre que hoy está en la morgue, la primera vez cuando lo contrató para el trabajo y la segunda en el momento que recibió el pago. Al otro día, antes del amanecer, la policía lo sacó con violencia de su cama, lo detuvo y lo acusó de asesinato.

 

Yo necesito los pormenores de esos días para llegar a la verdad, le exprimí cada detalle, cada paso dado, cada recuerdo de sus últimos días, cada hilo de conversación, tracé un plano de sus acciones, hasta de sus pensamientos y con el plano detallado de cada paso dado por Amariscua, hablé con el Detective a cargo. Yo sé que el juicio, la causa, está perdida de antemano y mi única opción de que triunfe la justicia, de liberar a Leonardo Amariscua de una ley que han torcido otros intereses diferentes a la verdad, es encontrar al verdadero culpable.


Quizás Alah el justo, el magnánimo, el clemente, el misericordioso, el que dispone todos los asuntos, intercedió a favor de Leonardo Amariscua. Amariscua en cambio, quiere creer que sus antepasados indígenas metieron las manos en esos fuegos para convertirlos en cenizas. La verdad, es que el detective a cargo, viejo y agotado como yo, estudió el plano que le entregué y encontró un detalle que lo llevó a descubrir el  verdadero motivo que obligó a un sobrino a convertirse en asesino. No pudo apresarlo, alguien le avisó y el asesino logró escapar, llevándose consigo las babuchas que Amariscua había fabricado y que seguramente en algún momento subastarán como pertenecientes a un desaparecido Visir de esa región del mundo que poco conocemos aquí en occidente. 

 

 

 


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