Exceso

 

Con movimientos medidos intento avanzar sin riesgos y  cubro de peripecias el borde de un acantilado sobre el que me encuentro, la niebla es espesa y me impide ver el próximo paso que debo ejecutar sobre el frágil equilibrio de dudas que la piedra presenta indiferente. Las nubes pesadas y  oscuras convierten el horizonte en un margen borrascoso.

Al fondo del precipicio el tropel permanente y salvaje del agua revienta indómita contra las rocas impasibles, que conservan su habitual actitud inmutable, intransigentes mantienen su desafiante reto contra los insistentes embates de las olas y convierten ese combate eterno en un eco profundo, un hondo lamento que aviva los recuerdos.

Un rayo parte en dos la densa oscuridad que me rodea, ilumina el cielo cargado de nubes negras y su estallido retumba en los confines de las sombras. De la nada, al final del estruendo emerge una garra incandescente de siete dedos alargados y deformes, que se abalanza sobre mí y se aferra a mi abdomen ahorcando mis intestinos, obligando un dolor insoportable.

A gritos y sudando frío me despierto de esta pesadilla, aún tengo la dolorosa sensación de  la garra sobre mi abdomen retorciendo mis tripas.

No puedo levantarme y permanezco tirado en esta cama con dolores desesperantes, son atroces las punzadas lacerantes que siento en el  estómago. Reconozco que soy víctima de mis propios excesos, comí como un bárbaro, tragué y bebí sin medida hasta más allá del hartazgo. En este momento recuerdo esa expresión, esa frase que utilizan los muchachos hoy y que yo rechazo por considerarla redundante y gramaticalmente incorrecta, pero enfrentado a esta circunstancia que la retrata, la entiendo perfectamente y la acepto:

“Me excedí, fue mucho con demasiado”

Abusé, abrí la puerta de par en par y dejé entrar a la gula sin pensar en las consecuencias. Nuestros actos, nuestras pequeñas maniobras para vivir, nuestros más íntimos e insignificantes pasos tienen un costo y somos los únicos responsables, el dolor es la señal inequívoca de nuestros errores. Mi padecimiento es agudo, insistente hasta los gritos y verdaderamente me anula, me aniquila.

Sufro una congestión intestinal insoportable. El dolor me doblega y me empuja a una cumbre insospechada de sufrimiento, en uno de esos picos del tormento me asomo a la intención de vomitar, trato de contraer los músculos del abdomen y provocar una arcada, pero no tengo éxito. En un acto inaudito intento una acción desesperada, se me hace repulsiva y por tanto imposible, nunca lo he conseguido y esta vez tampoco, cobardemente desisto de meterme el dedo hasta la garganta y devolver todo lo ingerido horas antes.

Es imposible en esta condición de desfallecimiento general obligar una arcada, la cabeza estalla por sectores con explosiones concatenadas. Soy perecedero, lo entiendo perfectamente y acepto la muerte, el punto final, la conclusión de mis actos, pero el dolor es diferente y me inutiliza, me paralizan estas punzadas de martirio y me siento incapaz de ejecutar una acción acertada que me permita concluir con este padecimiento. 

Las funciones intestinales se han paralizado por completo, con rigidez calcárea se han detenido los movimientos habituales, el libre tránsito de los desechos se ha atascado. El padecimiento es insufrible y me encuentro en un desagradable trance que no consigo manejar.

Necesito ayuda con urgencia. El calvario que atravieso me da una tregua momentánea, un respiro que aprovecho. Anulado por el dolor me es imposible caminar y ni siquiera lo intento, me arrastro hasta el teléfono y con dificultad, sumido en el  sopor de la inconsciencia prematura marco el número de urgencias, apenas puedo articular palabra, con extrema dificultad pido ayuda con desesperación, doy mi dirección y espero que se cumpla sin demora el designio de un destino que de antemano se ha escrito para mí.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

02262024 -96-

Descabelladas suposiciones descubren un enigma