Una terrible parada

 


El autobús de turismo se detiene en Culross, no estaba en el itinerario pero una falla mecánica nos obliga a detenernos. Culross es un pueblo anclado en un tiempo pasado, un punto en alguna parte de Escocia apenas señalado en los mapas. Al bajar del autobús y poner los pies sobre la calle la niebla que nos envuelve dispara un resorte en la memoria, son recuerdos a latigazos, retazos inconexos,  instantáneas que logran deslumbrarme, destellos en la retina que no me permiten construir una historia coherente, pero la idea de haber estado con anterioridad en este lugar me alarma y produce una sensación de desasosiego que me intranquiliza, a cada paso confirmo mi presencia anterior en estas calles empedradas. Me parece incluso haber vivido aquí mucho antes, en una época distante en donde quizás mi nombre y mi condición eran otras. Mis evocaciones son confusas, atropelladas y no logro derscifrarlas.


Los pasajeros del autobus nos hemos desperdigado por el pueblo en pequeños grupos, sin darme cuenta he quedado en la compañia de un matrimonio suramericano y un mexicano, que no se separa ni un segundo del iPad. El mexicano está más informado que el propio guía y nos anuncia con entusiasmo los descubrimientos que el dispositivo le muestra, detalles insospechados, curiosos y hasta divertidos de cada lugar por el que pasamos, esquinas sin nombre pero con una historia singular.


Cada momento que permanezco en este pueblo, cada rincón a donde miro me amenaza, percibo que no soy bienvenido, comienzo a sentir un gran deseo de alejarme, de irme, de salir corriendo. Es inevitable la sensación de miedo que se apodera de mí. Un miedo primitivo me arrincona sin motivo  y por instantes me falta el aire, me sofoco, el miedo que va más allá de la razón me paraliza y a pesar del aire helado que sopla de la bahía me sudan las manos.


Consumido por la sensación de espanto, de recuerdos lamentables y oscuros me pierdo toda la explicación geográfica que el mexicano nos lee desde su iPad, a duras penas, sorteando el pánico, logro hilvanar la historia de este pueblo que el entusiasta mexicano nos comenta, un pueblo que vivió tiempos de gloria y abundancia producto de la sal y el carbón.

 

Por suerte son pasadas las 10 de la mañana, tropezamos con un Pub e incitado por el irracional miedo que siento, más que por las ganas de beber, empujo la puerta y entro con decisión. Los otros no han querido correr esta aventura conmigo. Temblando y con la boca seca pido un Brandy que bebo de un golpe y pido otro de inmediato, sin darle oportunidad al barman de moverse. El alcohol enciende la sangre que se dispara y recobro finalmente el aliento.

   

En la calle, dueño de mis cabales y apoyado en los dos golpes de Brandy,  me encuentro de nuevo con mis tres compañeros de viaje, llegamos a la plaza principal y para mi sorpresa, acostumbrado a ver únicamente próceres en las plazas, ilustres personajes que mantienen viva la historia, en esta plaza han levantado un desconcertante Unicornio.


El miedo desapareció abrasado por el fuego del Brandy, pero se abrió una puerta que ignoraba, absorto en el unicornio traspaso un umbral inédito y advierto nitidamente que fui otro, que tuve una vida en este lugar y un proposito y cumplí un destino, que no se me revela totalmente, pero que intuyo.


Estoy seguro de haber caminado por estas calles, de haberme guarecido de las inclemencias del tiempo en muchas de estas casas. Diseminada en alguna parte  de este pueblo, estoy seguro, está mi impronta.


Desde este momento cada piedra que piso en las estrechas calles de adoquines, cada fachada, sus diversos colores, la neblina que sopla desde el mar confundiendo las siluetas y hasta el reloj del Monasterio y sus catorce campanadas que anuncian las dos de la tarde me son conocidas, familiares, amigas.


En los elevados riscos de la memoria, en las frágiles laderas del recuerdo, entre las grietas abiertas en roca sólida, en el rastro dejado por nuestras fatigadas huellas indelebles, en esos pasos que aún resuenan en el eco del pasado, de improviso un relámpago, un destello incandescente enciende alarmas escandalosas, deslumbra, desnuda certezas olvidadas y deja al descubierto nuestra inmensa ignorancia, para señalarnos el desconocido y aterrador camino de las incógnitas sin resolver, sus sorpresas y el encuentro inevitable con una encrucijada en donde convergen inexplicablemente circunstancias escritas de antemano, que en algún momento y siguiendo el caprichoso curso del destino se nos revelan.


Desde un primer piso oigo claramente los gritos de una mujer que pide ayuda, con desesperación implora clemencia. A mi lado el mexicano señala el edificio en donde he creído oír los gritos y afirma que allí encerraban a las mujeres acusadas de brujas. La voz de la mujer cambia el tono y lanza  hirientes acusaciones de injusticia,  amenaza con muertes atroces a quienes se han confabulado para perderla, para quemarla como bruja.


Soy el único que logra oír los gritos desesperados de la mujer, siento que la amenaza es en mi contra, regresa el miedo y se apodera de mi la poca razón que conservo, estoy completamente aterrorizado, pero no les muestro el rostro de este horror a mis acompañantes. En este estado lamentable, a las puertas de la locura, sin poder conducirme por la lógica me dejo llevar por mis compañeros y prácticamente soy empujado por los otros tres turistas dentro de una librería mínima, no puedo sacarme de la cabeza los gritos, las horribles amenazas, los insultos que la mujer profiere. 


Paralizado por el espanto, desconcertado por el susto, miro al matrimonio seleccionar entusiasmados algunas postales. El mexicano ha encontrado un libro de tapas oscuras y letras doradas que revisa con atención, yo me cruzo de brazos inmóvil y permanezco pegado a una pared cerca de la puerta, aterrorizado, muerto de miedo, siento amenazas desde todos los rincones, serias advertencias desde los títulos de los libros.


Las campanas del reloj de la Abadía anuncian las tres de la tarde, el mexicano ha encontrado un defecto de impresión en el libro que revisa, es una página en blanco, en ese momento se lleva las manos al pecho, da un grito escalofriante, suelta el libro y con sorpresa veo que el volumen que tenia en las manos se escabulle, se pierde entre otros libros que se desparraman en desorden por el piso junto al mexicano que cae al suelo. 


Doy un salto en un intento desesprado por ayudarlo, pero está muerto. En la brillante pantalla del iPad descubro el último resultado de la búsqueda del mexicano.


La Página Asesina


En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.


Julio Cortazar

 

 

 


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