El día que llovió

 


Llueve. Llueve desconsoladamente desde la madrugada y este tedioso aguacero me impide salir a la calle, no tengo compromiso alguno, ni ninguna otra urgencia que me obligue a dejar las confortables cuatro paredes que me protegen, pero la incómoda persistencia de esta lluvia me convierte en prisionero del tiempo y sus  caprichos. 


Dejar el encierro y salir a la calle me es imprescindible, caminar por las aceras, mirar a las gentes en sus afanes, tomar un café rodeado de desconocidos, imaginar la vida detras de un rostro anónimo, del tono de la voz, de la forma de vestir o caminar de los desprevenidos que pasan a mi lado se ha convertido en una necesidad impostergable. Yo  quiero vivir la intensidad de lo imprevisto, salir a buscar mi porvenir y tropezarme con ese suceso que agazapado en una esquina cambiará mi destino, dará vuelta a mis días. 


La voluntariosa memoria decide esta mañana de lluvias y reclusión obligadas los recuerdos que me presenta y sin siquiera proponermelo aparece ante mí la imagen menuda de mi abuela, que intenta con dulzura de viuda persuadir a mi padre. De mi padre heredé está necesidad de ir al encuentro del torbellino de la vida que corre desaforada por las avenidas, querer entrar en esa corriente que nos envuelve en una espiral de imponderables, que  abre la puerta a lo desconocido y en un instante, por puro instinto, decidimos el rumbo a tomar sin siquiera evaluar las consecuencias y esa decisión es la que nos lleva a nuestra próxima derrota o al triunfo inesperado y nos hace sentir que estamos vivos, que somos dueños de nuestra vida. 


En el recuerdo, mi abuela, al ver a mi padre afeitado y de traje, listo para salir, no se le ocurre importunarlo con algun reclamo y por supuesto no pregunta por las razones mayores que lo impulsan a las calles, ni lo obliga con alguna súplica de madre a quedarse, simplemente lo mira con tristeza huir de su lado para correr a los peligros de lo desconocido y le dice con dulzura: hijo, que necesidad tienes de salir a buscar lo que no se te ha perdido. Y mi padre, desde la puerta abierta y bajo el chorro de luz de la mañana, responde con su habitual ocurrencia: me voy al mundo y sus placeres; Carolina.  


Detras de la ventana miro con desaliento las calles vacias, la lluvia me ha obligado a un lamentable encierro sin alternativa de escape, los recuerdos me ayudan momentaneamente a salir fuera de estas paredes, se presentan en desorden, con sus pedazos incompletos y me obligan a repetir el pasado, a mirar con lupa los errores, a intentar buscar un camino distinto al recorrido, para finalmente convencerme que desde siempre la estrella que me alumbra es la imprudencia y la escondo con astucia detrás de una  elaborada justificación.


Al mirar las calles desiertas bajo la inclemencia del temporal un nuevo recuerdo se hace presente. Soy otra vez un muchacho tan desaliñado como despreocupado y camino por las calles del barrio en donde crecí, el sol pule los colores, la tarde es de plata bruñida. Me detengo para hablar con uno de los vecinos que vive en un edificio cercano al mio, todos le decimos el arabe, sin saber exactamente cual es su verdadero origen. El arabe me pide que lo ayude, que se cerró la puerta de su casa y que dejó las llaves dentro, que es posible entrar por el balcón desde el piso de arriba, que ya habló con Pilar y nos permitirá pasar. Al levantar la mirada Pilar se asoma y me saluda desde el quinto piso, ese gesto me abre cien posibilidades y me convence de asumir el riesgo.


Pilar es hija de españoles, tiene mi edad y estudiamos en el mismo liceo. Al entrar a su casa vamos directo al balcón, camino con aire de triunfo, pero muerto de miedo. Me descuelgo ayudado por el arabe, coloco los pies en la baranda del balcon del cuarto piso y salto sin problemas dentro del departamento ajeno. Abro la puerta y allí está el arabe dandome las gracias, también está Pilar que me mira con ojos grandes y verdes y me dice: eres un temerario y los temerarios me dan miedo, te prefería tímido. 


La lluvia persiste, rafagas de viento amenazan con romper las ventanas que resisten su ataque desmesurado, las calles permanecen vacias, el vendaval nos ha obligado a guarecernos, a permanecer a resguardo. Una vez más los recuerdos me colocan en desventaja. En este otro recuerdo he crecido, tengo treinta años y un bigote enorme. Apenas se inicia la mañana, no ha sonado aún la hora de los sobresaltos y el día avanza con pasos cortos y medidos. Yo me encuentro detras del volante de mi auto e intento  con cautela salir del estacionamiento del edificio en donde vivo, asomo la trompa del auto fuera de la reja y una mujer se detiene justo enfrente, me impide el paso y dice: necesito dormir. Ayudame.


Algo de desamparo en ese gesto desesperado me obliga a ayudarla. Quiero dejarla en el departamento y encontrarla en la tarde al regresar del trabajo, pero me explica que corre peligro, que son atroces sus sueños, que no puede dormir sola, que no la abandone. Mientras ella se baña llamo por teléfono al trabajo y me reporto enfermo, al terminar desenchufo el aparato para que ninguna sorpresa la despierte. Completamente desnuda sale del baño, se mete en la cama y antes de dormirse me pide con inconfundible voz de ruego. -Vigila mis sueños y no me despiertes-. 


Me acuesto a su lado con el traje puesto, veo su rostro contrariado entrar a tropezones en los sueños y hundirse poco a poco en las regiones insondables de lo desconocido, en la medida que el sueño se hace más profundo se suaviza su rostro y cambia hasta el tono de la piel. Durmió todo el dia y toda la noche sin despertarse y yo mientras vigilo su sueño me aprendo de memoria su rostro.


Al amanecer del otro día despertó, intenté retenerla sin exito, quise saber su nombre y tampoco lo logré, quise acompañarla y me respondió con voz de entrega. -Adonde voy debo llegar sola-.


Dejó de llover, un sol triste asoma entre nubes grises y yo salgo disparado a la calle a ver si hoy encuentro finalmente a la mujer que hace cuarente años me pidio que velara sus sueños y así como apareció desapareció de mi vida.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-