Siempre el destino
Tengo genuino terror a la presencia de un “Troyano” que pueda infectar los circuitos, un “gusano” que confunda los programas instalados, un virus que se robe la información de mi computador personal y me haga perder los respaldos de mis recuerdos, mis queridas notas personales.
Asistido por ese temor en mi práctica cotidiana no accedo desde mi dispositivo a páginas desconocidas, ni tampoco intento bajar información sensible que pueda poner en peligro mi equipo, mis datos, la información que atesoro.
Con un descuido imperdonable abrí un mensaje alojado con aire de inocencia en mi buzón de correos, en apariencia la misma dirección, pero un detalle mínimo, un imperceptible punto escondido entre letras diferencia las direcciones, esa pequeña distinción dió paso a un polizonte escondido en mi navegador y el mensaje se coló confundiendo al destinatario y se alojó cándidamente en mi buzón.
Empujado por los apremios sin sentido que me consumen cometo con frecuencia la imprudencia de ejercer la lectura veloz. Yo reconozco que es una barbaridad, un acto de mala costumbre y también de pésima educación en atención al escritor. Con las prisas abrí un correo ajeno que pensé era para mí. De inmediato supe que me había equivocado, que había cometido un error imperdonable. Salté del susto, intenté apagar el computador para evitar males mayores, pero el correo se abrió con la velocidad de un pestañear.
Esperé aterrorizado que en la pantalla apareciera un anuncio de bloqueo, de desfragmentación y que una nube oscura consumiera la luz que ilumina la pantalla, para mi tranquilidad, el mensaje no ocasionó conflicto alguno y la información permanece intacta y resguardada. Pasado el susto y ahora dominado por la curiosidad, más tranquilo, sin miedo, leo el mensaje que no me corresponde. Es una convocatoria para un concurso de fotografía. En ese momento con ingenuidad le atribuí a mi buena estrella la confusión y pensé que el destino me tenía reservado un triunfo seguro.
Con el entusiasmo de quien sigue señales entre sombras y cree en fuerzas superiores, en energías capaces de abrir puertas y posibilidades, escribí de inmediato la leyenda ideal para una imagen no tomada todavía. Con entusiasmo salí a cazar el instante perfecto y logré captar el reflejo de una tarde maravillosa: entre ocres y malvas el cielo dibuja una línea de calma y promesas, un rostro anónimo apenas visible entre los indicios del crepúsculo se asoma desprevenido al final de la tarde.
Entregado a mi destino escrito por esa mano desconocida que nos presenta la vida como largo camino de sorpresas, confiando, más en el albur de mi sino que en el valor estético de la fotografía, envié el material al concurso y esperé con ciega convicción mi triunfo, lo consideré de antemano seguro.
Contraviniendo las bases establecidas del concurso me citaron con insistencia para una inusual entrevista. En el amplio salón de reuniones de un sospechoso edificio, cuatro hombres de trajes oscuros, amparados en una extraordinaria seriedad, sin dar ninguna explicación, piden información detallada sobre la fotografía. Yo trato de explicar el proceso creativo, la agudeza de los tonos y la eficaz irrupción de la vida al final del día, pero no están interesados en poesía visual, exigen datos precisos sobre la hora, el lugar, el momento, la fecha de la toma, el ángulo desde el que disparé, me piden detalles y exactitud con una seriedad que asusta, mientras explico con claridad los detalles que requieren y con un miedo creciente de haber cometido un delito, pienso en esa máxima nuestra: al inocente lo protege Dios.
A los pocos días el acaso me trae una sorpresa. Pierdo el concurso de fotografía, otro se lleva el premio, pero el rostro de la imagen, esa figura anónima apenas advertida, que le dio vida a mi tarde de ocres y malvas le pertenece a uno de los hombres más buscados y peligrosos. Mi instantánea de esa tarde, los datos suministrados y ciertas coordenadas, le permiten a la INTERPOL capturarlo y me corresponde el dinero de la recompensa que se ofrece por la información. El cheque es mucho mayor que el premio de la fotografía.
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