Sobreviviente: un oficio, una actitud

  


Mi oficio es el de sobreviviente, al igual que yo somos millones los  sobrevivientes que nos negamos a ser parásitos y decidimos buscarnos la vida para mantenernos nadando contra la corriente, porque de eso se trata ser sobreviviente, de permanecer enfrentados contra la adversidad en un continuo desafío contra los reveses que la vida nos presenta, sin tener que medrar jamás en el oportunismo salvaje a expensas del otro. Este oficio lo realizo con la debida dignidad que me permiten los tiempos y  requiere de esfuerzo constante y trabajo duro. Yo no acostumbro llevar nota  de las tareas que he cumplido como sobreviviente, de los incontables acontecimientos que he afrontado en mi condición, lo que puedo asegurarles es que soy capaz de realizar cualquier faena por dura que esta sea para mantenerme a flote y que este oficio lo realizo desde que tengo memoria, desde siempre.


No tengo calificación alguna para desempeñarme en labores de ningún tipo,  todos los estudios los dejé a la mitad y no pude concluir ninguno, motivos y razones sobran, pero no las utilizo como argumento para justificarme y por lo tanto no me detengo a exponerlas, como todo sobreviviente hago de todo, soy en la expresión popular un “todero” y he tenido buenas y malas épocas. 


Un sobreviviente es permanentemente vigilado, provocado, forzado por el rostro amenazador de la necesidad y es esa necesidad lo que lo impulsa a seguir adelante. Durante un tiempo me desempeñé como Detective Privado, ya no recuerdo el año, pero era una época de crisis. Desde que me conozco los tiempos son de crisis y parece que no tienen ninguna intención de cambiar. La crisis se ha convertido en constante, pero para un sobreviviente no representa ninguna amenaza, en todo caso la crisis es una oportunidad.

 

Antes de intentar resolver mis problemas económicos como detective privado, intente la cocina como alternativa, pero  apenas cortaba una cebolla un llanto inagotable me nublaba el rostro, las lágrimas caian a chorros, se hacían charcos en las estaciones de trabajo y se incrementaba en forma alarmante el riesgo de cortarme un dedo, de quedar inválido. No soporté la intensidad de ese llanto insoportable y para no ponerme exquisito probé con el eslabón más bajo en la cocina, me hice lavaplatos, pero las manos no me acompañaron y el uso de los guantes me produjo una dermatitis severa que me incapacitó para realizar esa labor.


Sin darme por vencido probé en otro oficio menos comprometido, pero con horarios extenuantes, me hice corrector de pruebas, en este caso los acentos me golpearon con insistencia, las comas se salían de control, unas veces por abundancia y otras por escasez y los puntos se convirtieron en el mayor problema, apenas los colocaba se convertían en profundos huecos en los que me hundía sin remedio y era tragado por abismos oscuros de los que me era imposible salir.


Alguien dijo que intentara como empleado público, pero no tenía ninguna convicción política y por tanto no contaba con padrino que me tendiera la mano, nadie que me abriera la puerta para entrar en nómina. En los diferentes Ministerios en donde me postulé no conocía a los del Sindicato, ni a los Jefes, ni siquiera un empleado de menor rango, por lo tanto quede afuera y de esa manera tampoco puede ejercer de empleado público y perdí la oportunidad de esperar cómodamente una digna jubilación.


Una y otra vez cada uno de los empleos que intenté tenían un punto de convergencia en donde se unían mi incapacidad, mi soberbia, mi ignorancia  y terminaba por escapar, por huir, por abandonar. Ser sobreviviente no es una lucha por permanecer a toda costa, ser sobreviviente es continuar adelante hasta encontrar  tu lugar, quienes sobrevivimos sabemos que nos corresponde un lugar y lo buscamos hasta encontrarlo.


Luego de innumerables intentos en diferentes áreas del mercado laboral, teniendo en cuenta mi falta de preparación, mi ignorancia creciente, intenté un emprendimiento personal, personalísimo y me convertí en detective privado. 


Es un trabajo que requiere estar en la calle, mimetizarte con el entorno y observar atentamente el comportamiento de las personas, su conducta, utilizar cierta sutileza para no convertirte en un descarado. Intentas saber cuales son sus intenciones, sus pensamientos, cómo actúan y sobre todo a donde van, si es necesario preguntas, no hay lugar ni tiempo para para adivinar. 


La mayoría de mis trabajos como detective fueron descubrir infidelidades. En una oportunidad me contrató tanto el marido como la esposa, descubrí que ambos jugaban a engañarse, que cada cual rompió con los votos de mantener un compromiso hasta la muerte, la infidelidad los ganó. En ese caso tan particular los cité a los dos a la misma hora y en el mismo lugar, se sorprendieron al encontrarse conmigo, pero no les di oportunidad de evadirse y les mostré descarnadamente las fotos que había tomado y colocado en un solo paquete, les pedí que hicieran un intento por  encontrar de nuevo el camino que alguna vez los había unido y me fui sin cobrar los honorarios correspondientes.


El caso más complicado que tuve me obligó a cambiar de nuevo el oficio, entendí que era otro el papel que me tocaba desempeñar. En este trabajo existe una red invisible que nos conecta y de esa manera Federico Fuentes me contacto. Mi cliente me pidió llorando ante la fotografía de una mujer hermosa y tan joven como él, que la encontrara, que se había desaparecido, que él temía por su vida.


Según me comentó, cuatro meses atrás se había desaparecido y no había rastro de ella, ni sus amigas, ni su trabajo, ni su familia conocía su paradero, en esos casos, me dijo: lo más probable es que una de las mafias que operan en esta ciudad la hayan secuestrado y la tengan ejerciendo de puta en cualquier parte del mundo. Desesperado ante esa imagen que él mismo ha creado, dice entre sollozos. No soporto esa idea y me está matando no hacer nada para salvarla, desesperado se arranca los cabellos.


Un mes completo me llevó encontrar a la desaparecida, tocando puertas, haciendo preguntas indiscretas y finalmente por azar me encontré a la novia de Federico, a la novia perdida. Quizás tuve un poco de suerte, o también puede ser que encontré a la novia ausente porque la estaba buscando con verdadera intención de encontrarla para descartar la horrible idea que Federico me había plantado en la cabeza. 


La chica vivía con otra mujer y parecían amantes. Hablé con ella, o mejor dicho le impuse una conversación a la que intentó negarse, pero el solo nombre de Federico la trastornó, cambió el semblante y aterrorizada perdió la compostura, toda esperanza y se desplomó con ganas de morirse allí mismo. Me comentó que Federico efectivamente había sido su novio, pero la maltrataba, le pegaba, la celaba hasta del espejo en donde se miraba y entendió que un día terminaría muerta, como tantas otras chicas que sus parejas las lastiman, afirmó con desesperadas palabras de angustia que no quiere saber nada de hombres, ni buenos, ni peores que Federico, que la mujer con la que vive es su guardaespaldas, pero mi presencia y la convicción de que Federico la encontrará alguno de estos días no le da otra opción que suicidarse. Al encontrarla Federico le hará daño, un daño irreparable.


Esa mujer despertó un sentimiento que pensé no poseía, le entregué como buena mi palabra de que podía ser feliz, que intentara ser feliz, que podía ser feliz, que yo arreglaría ese detalle y que Federico no la buscaría nunca más. Me miró con unos ojos que aún hoy después de tanto tiempo  veo  con toda nitidez y creo me protegen.


Cité a Federico una tarde en un hermoso lugar, un mirador desde donde podíamos ver la playa. Se presentó justo en el momento más hermoso de la tarde, cuando  el sol  desaparece entre las aguas en el fragor de la lucha contra brochazos grises y rojos en un cielo sin nubes, caminamos entre las piedras, me detuve un momento, el mar se estrellaba al fondo contra rocas enormes y le dije, mirándolo fijamente ¡La encontré!


No pudo esconder la verdad cuando lo confronté y las palabras de esa mujer se hicieron una certeza. En un instante viví el horror de la novia de este hombre, que no la merecía y que yo había encontrado para él. Sin darle oportunidad lo empujé con fuerza y se reventó contra las rocas, una ola lo arrastró hasta el fondo y desapareció.


Ahora me dedico al sicariato, es un oficio como cualquier otro, con sus riesgos y sus detalles, pero siempre tienes la libertad de aceptar el encargo o desecharlo. 


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-