La difícil tarea de ser constante


La paciencia es un árbol que se cultiva con constancia y esperanza, su fruto es único: es la virtud de resistir aún y a pesar del sufrimiento. Requiere un compromiso permanente, fidelidad absoluta al principio de seguir adelante a pesar de los obstáculos y por contraste, asumir que la vida es una prueba eterna, que en ocasiones debemos soportar la adversidad y el sufrimiento sin lamentaciones, con resignación y sobre todo, con firmeza. 

Algunos le atribuyen propiedades extraordinarias a la paciencia, es un atributo que no todos poseen y se llega a los extremos de afirmar: que la paciencia es la sustancia que permite obtener una vida larga y saludable. Existen numerosas teorías para cultivar y dominar el don de la paciencia, pero no todos los que lo intentan lo consiguen y lo único cierto es que el fruto de la paciencia es la paciencia misma.

Manuel Martínez reconoce que su vida está signada por la impaciencia y una virulencia desbordada que lo consume, acepta que la ansiedad lo domina, que su constante exasperación lo empuja a cometer errores, que con frecuencia pierde los estribos y termina por repetir injustificables y lamentables episodios de ira, páginas de las que finalmente siempre se arrepiente. Martinez se perdió en un laberinto y no encuentra la salida, cuerdas invisibles lo sujetan a un patrón de conducta que repite ciegamente, él ha intentado en diferentes oportunidades rebelarse, pero es incapaz de conquistar la paciencia, ese atributo le es ajeno.

Un hombre dominado por la volatilidad de sus emociones pierde incontables oportunidades a cada paso y en demasiadas ocasiones tiene que bajar el lomo vencido por sus propios errores. Es innegable el enorme esfuerzo y el tiempo que Manuel ha invertido en cambiar, realmente necesita cambiar, desea cambiar, pero el deseo no es suficiente para lograr dar el salto y no ha conseguido otra cosa que repetirse inútilmente y se ha convertido en un viejo recalcitrante, en un ser detestable. Su futuro le augura morir íngrimo y solo. A pesar de lo que cree el común, que a los mayores les acompaña la dulzura de los abuelos, en el caso de Manuel los años han aumentado su intransigente impertinencia, su incontrolable violencia. 

Manuel detesta su conducta y se ha obstinado en adquirir paciencia a cualquier precio, a pesar de su constancia choca una y otra vez con el muro del fracaso, la faena se ha convertido en un reto, en una labor inconclusa, en un asunto de máxima importancia, en su único objetivo de vida y aspira antes de morirse lograr un cambio, salir del círculo y poder mirar más allá de las trampas que le tiende la intolerancia.

Manuel reconoce que su falta de paciencia lo ha convertido en un elemento disociado, asiste a cursos y participa en grupos de ayuda. En todos los talleres se estudia el ejercicio del equilibrio para lograr obtener paciencia y lo practica rigurosamente, pero invariablemente un mínimo detalle rompe la delgada línea que logra dibujar, pierde el frágil equilibrio construido y cae derrotado en las garras de ese poderoso enemigo que lo acecha y nuevamente se repite incontrolable la actitud irascible. El fracaso triunfa y la ira lo domina.

Manuel elabora un detallado mapa de ruta, planifica las acciones de cada día en un intento de suprimir las sorpresas, esas eventualidades a las que Manuel le asigna una gran responsabilidad en su detestable conducta, pero los días no se comportan como él los imagina y una vez más falla, lo invade ese sentimiento de frustración que le come el poco sentido de ecuanimidad que posee y entra en una espiral de violencia que lo consume.

Ha buscado algún pasaje que lo ilumine en el libro de Job, ese santo que han convertido en símbolo de la paciencia, pero sin resultado, no encuentra las líneas que pueden ayudarlo, ni siquiera una metáfora que le señale el camino a seguir. Estudia los conceptos y los métodos para obtener algún rasgo significativo de paciencia, pero nada logra, la teoría está divorciada de su realidad.

En esa intensa búsqueda que lo impulsa cae en sus manos un libro antiguo de arte oscuro. En la tosca tapa de negra piel y en relieves dorados observa una serpiente de dos cabezas enroscada en una copa de bronce que lo mira con ojos de esmeralda. En letras rojas la tenebrosa leyenda lo espanta.

“Si cruzas este umbral me perteneces”

Aterrado, no es capaz de abrir el libro y lo deja sin leerlo, intenta olvidar la imagen que lo trastorna pero los cuatro ojos rasgados de esmeralda lo vigilan. Dominado por la angustia sale a la calle, ciego de ansiedad tropieza con una mujer y es incapaz de pedir disculpas, intenta continuar pero la mano de la mujer sujeta su muñeca con fuerza desmedida y lo obliga en silencio, con extraordinaria rudeza, a mirarla. La intensidad de un rayo lo deslumbra, siente que la luz que despiden los ojos de la desconocida lo penetra y lo siembra sobre el asfalto, la mujer está vestida de ocre y en sus ojos descubre todo el intenso brillo de los crepúsculos, esa entrega definitiva del sol a las sombras. 

Manuel se siente envuelto por un enorme sentido de tolerancia que jamás imaginó poder sentir, encuentra la respuesta a los innumerables contratiempos cotidianos y los acepta con un sosiego desconocido. Ha encontrado a su maestro, el camino se ha abierto finalmente, su persistencia, su constancia lo ha llevado a este encuentro y aliviado de la pesada carga de ira que soportaban sus espaldas agradece su destino.


Comentarios

Triste vida la del protagonista; imagino que se juntó siempre con las personas equivocadas.
Pero por suerte, nunca es tarde, por casualidad encontró la belleza de una mirada que le estaba esperando , a él, desde hacía mucho tiempo.

Me gusta mucho lo que cuentas y como lo cuentas.

Un abrazo y feliz tarde de martes.😏

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-