Clinicamente muerto

 

La muerte lo sorprendió y como todos los que se murieron antes que él desconoce aquello que acontece y no está preparado para dar ese paso,  su ignorancia del momento en que cruza el territorio que separa a los vivos de los muertos es absoluta, no tiene ninguna idea de las sombras que pueblan el espacio que debe atravesar, es una zona que permanece cubierta por el manto de lo desconocido y para muchos resulta tenebrosa.

Llegada la hora, al cruzar la encrucijada final y enfrentar ese nuevo horizonte desconocido se despejaran todas las incógnitas. Eso pensaba Raúl Romero mientras estaba vivo, por ese motivo nunca mostró interés alguno en desentrañar el misterio que acompaña a la humanidad desde el primer día de su existencia. Prefiere buscar soluciones prácticas a problemas urgentes: pagar el arriendo, arreglar la llave que gotea, comer, protegerse del sol y de la lluvia, mantener el equilibrio frente al saco de circunstancias que le exigen respuestas. Su lema ante la vida siempre fue de tipo práctico.  -salimos de un problema, entonces, entremos en el otro- decía.

Raúl Romero tropezó inesperadamente con la muerte, se le vino encima una tarde de viernes, justo en el momento que abandonaba su trabajo. Ya en la calle, impulsado por la fuerza de la costumbre, observó unos segundos la esfera digital de su reloj y en verdad no vio pasar las motos, pero oyó con claridad el ruido de sus motores y al levantar la vista miró a tres motorizados que formando un anillo cercaban a una reluciente camioneta color grafito, otros dos hombres, seguramente acompañantes de los motorizados, estaban colocados estratégicamente a los lados del conductor y lo amenazaban con sus pistolas plateadas.

Paralizado por la sorpresa, ante la brutal y violenta actitud de estos hombres, Raúl Romero se mantuvo allí, inmóvil, sin saber qué  hacer, sin atreverse a dar un paso, sin poder moverse y en ese momento sonaron los disparos, una bala lo encontró de pie, el impacto de plomo lo derribó y la sangre manchó sus ropas y pintó de rojo el asfalto.

El aliento de la muerte lo enterró en un vacío. Luego que todas sus funciones vitales se paralizaron perdió peso, volumen y densidad, se sintió etéreo y libre. No era una sombra oscura, por el contrario, delgadas líneas y puntos luminosos en un complicado dibujo de átomos interconectados perfilaban ahora lo que fue su estructura ósea manteniendo la libertad de movimiento. Ausente la noción de tiempo y espacio, en la densa oscuridad a la que había entrado tuvo la sensación inicial de encontrarse en lo profundo de una cueva.

Ninguna palabra describe con exactitud lo que sintió, ni explica con total profundidad los sentimientos que lo envolvieron. A las palabras que conoce les falta intensidad. Por primera vez se sintió pertenecer a un todo, ser parte del todo. Convertirse en el todo mismo.

Se sintió pleno, de un gozo infinito, tan extraordinaria sensación borró todas sus necesidades, entró en un éxtasis contemplativo y finalmente lo envolvió el amor en su estado puro, la entrega absoluta sin rostro y sin nombre eliminó sus miedos. En ese instante apareció un punto incandescente en medio de la oscuridad, supo que era su lugar y tomó ese rumbo sin siquiera dudarlo. A medida que se acercaba crecía la luz y también la necesidad de ser uno con ella. La luz aumentaba la intensidad de su brillo y a un paso de fundirse en ella abrió los ojos. Con los ojos abiertos descubrió que se encontraba en un hospital, comprendió por las palabras del médico que estaba de regreso y que había permanecido clínicamente muerto por unos minutos, que acababa de volver a la vida 

Raúl Romero me confió este relato en el Centro de Experiencias Cercanas a la Muerte, Centro al que pertenezco como investigador independiente. Tomé  la decisión de publicarlo por considerarlo verídico.


Comentarios

Se dice que llegar el estado ese en el que las constantes vitales se paralizan,alcanzamos el umbral de la plena libertad.

Me gusta tu forma de relatar 🙂🙂🙂

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