Mantenerse en el camino a toda costa


Los años han terminado por endulzar las amarguras, el tiempo deshilacha los recuerdos y los momentos vividos con la intensidad de un huracán, que voraz lo consumió, son en la distancia  flecos descoloridos. La muerte levanta un muro de miedo y lo condena. La hora es frenética, pero su voz no deja de invocarla, de nombrarla.


Resignado mira la tarde que se esfuma, el final del día, otra despedida, con suerte será la última. Tiene sesenta años cumplidos y camina hacia la noche sin esperanza, ha caído tanto que le pesa cada paso. Hace años dejó de contabilizar pérdidas y derrotas, cree haber saldado con intereses de usura sus errores, sus fallos, su falta de cálculo, pero no está dispuesto a acumular lamentaciones y no espera  falsas recompensas.


Está convencido que cada una de sus decisiones lo ha colocado justamente en este punto, en esta tarde cuando el sol revienta el cielo con destellos de sangre y desaparece luchando contra las sombras. Reconoce que la ruta que transita es inacabada, que marcha por trechos rotos, que cada paso es una oportunidad, en su caso,  para un nuevo desastre, que su camino es de imprevistos, de impensados accidentes, de fracturas estructurales, que su historia está marcada por inoportunos contratiempos, por súbitos obstáculos que lo han obligado a innumerables inicios  fallidos  y se gasta al persistir con terquedad en esos principios inconclusos.


Alguna vez vislumbro objetivos y metas posibles, abrasado por la fiebre de un sueño lo persiguió con tesón, se asomó a los abismos del éxito con la intención de imponerse a fuerza de empeño, el miedo no lo detuvo, pero fracasó, cercado por imponderables desconsiderados.


Hace mucho desistió de seguir el rumbo de los proyectos y comprende que a él le tocó ir por abruptas veredas, por callejuelas de tránsito tortuoso, mal iluminadas, interrumpidas a cada tanto por sus propios desastres, por constantes derrumbes. Ha llegado a la conclusión que ninguno de los caminos tiene final, que el verdadero valor consiste en mantenerse a toda costa en el camino que ha tomado, en no abandonar a pesar de las dificultades.


Ha decidido continuar, mantener el paso hasta que las fuerzas lo acompañen, es posible lograr un acierto, y si falla, si se repite su sino de  nuevo, el resultado es un amigo que conoce bien, que lo ha venido acompañando desde siempre y con el fracaso sentirá el halago de no haber sido abandonado.


Sus ideas no son nuevas, ni novedosas, ni heroicas. Antes que él, otros vivieron estas continuas negaciones, se mantuvieron remando a contracorriente y eventualmente las circunstancias cambiaron, soplaron otros vientos y fueron empujados sin contratiempos a un puerto amable.


Se acostumbró a estar al margen del triunfo, a las orillas del éxito y únicamente aspira a mantenerse en el camino. Nadie lo espera, pero camina a su departamento, al único orden que puede controlar.


Una mujer sale de improviso de una esquina, trastabilla y tropieza, se sostiene a duras penas de sus hombros y completamente ebria mira la sorpresa que ilumina los ojos de quien la sostiene, ella también sorprendida le  dice: -acabo de perderlo todo y por la forma de caerme hasta el modo de caminar-.


Ellos no lo saben, desconocen su destino, pero este inesperado encuentro cambiará sus vidas para siempre.



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