Carta a mi estilográfica

 A veces me pierdo en las sorpresas del odio. En el atroz desenlace de la injusticia. En la tiranía de las armas. Cien nombres ausentes me arrinconan en el dolor ajeno, y entonces escribo cartas, cartas como esta, en un intento desesperado por encontrarme, por reconciliarme con la vida.


Querida estilográfica: desde el momento en que el destino nos cruzó colgabas de mi corazón con el orgullo de poseerte. Atormentado en la búsqueda de las palabras, de sus diversos significados, de sus múltiples equivalencias, de la sonora repetición de su voz plural que intenta evadirme y se esconde en oscuros recovecos de mi memoria, yo aferraba mis dedos a tu cintura y te obligaba a correr a un ritmo exasperante. Con el mayor de los entusiasmos me seguías, los dos, en sincronía con lo aprendido ejecutamos sobre tenues líneas azules un acto mágico, y mi imprecisa caligrafía quedaba grabada en los blancos milímetros permitidos. Al final de la página, rozando el flanco derecho, en el borde mismo, con elegancia estudiada, mi nombre y apellidos giraban en un arabesco inigualable y confirmaba con cuatro puntos, con cuatro gotas, la autoría de las frases que ambos habíamos escrito. Es necesario dejar claro  que la pieza fundamental de las imágenes logradas eras tú, sin el concurso de tu auxilio me hubiera sido imposible esa empresa.  


Mi querida estilográfica, te escribo desde esta nueva libertad de poder utilizar los diez dedos sobre el teclado. Abandoné hace mucho y sin temor el papel, mis notas las reviso desde pantallas líquidas y ya no tengo que adivinar en esos borradores apresurados las palabras que ambos escribíamos a la carrera. 


Ahora, sobre la pantalla táctil de mi móvil escribo con dedos ágiles y elásticos  esas ideas, esos efímeros rayos que cruzan a ráfagas sobre el pensamiento y que me apresuro a guardar, a mantener a salvo del olvido.


Esta carta es un pequeño reconocimiento a tus servicios. Te he dejado descansar en tu estuche, en donde te conservo intacta y te preservo para no perderte en mis mudanzas. Sobre la plumilla de oro aún conservas, de aquellos tiempos, rastros de tinta, se asemeja a sangre seca y el cartucho que te alimenta está vacío.

Mi querida pluma, no te extrañes por este abandono, pero la verdad es que ni siquiera soy capaz de firmar cheques, mi destreza a la hora de firmar ya no es la misma y los característicos trazos que hacían inconfundible mi firma no soy capaz de repetirlos exactamente igual como antes, todas las operaciones son en línea y con tarjetas. Ahora lo que debo recordar son las claves y las contraseñas que se hacen cada vez más complicadas. Los tiempos cambian y yo simplemente me adapto, pero no te olvido, sé que estás allí y me esperas, dispuesta al mejor de los servicios.




Comentarios

La tecnología nos ha cambiado a la mayoría el método.✔😊

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