El inútil acto de olvidar

 

El recuerdo se cuela por una estrecha fisura de la memoria, permanece oculto en las esquinas de la nostalgia y aguarda con calma el segundo exacto, el momento justo para saltar por  encima de las sombras y convertirse en el destello que ilumina el lado oscuro del espejo y muele con dientes afilados mi propia imagen.

He tratado de borrar ese recuerdo, pero logra evadir cada uno de mis intentos y fracaso. Terco y persistente, el recuerdo burla mi empeño de mantenerlo detrás de los últimos sucesos. Pruebo esconderlo en la incesante actividad de actos inútiles, en un eterno boxeo de sombras que promuevo con alardes de intensidad, pero  no lo consigo. Logro con la ficción de triunfos efímeros alejar por momentos esa evocación, frenar sus permanentes acometidas, obstaculizar sus apariciones imprevistas con la firmeza de decisiones impostergables. Todas son argucias para mantener el recuerdo en una custodiada encrucijada, ya que me resulta imposible borrarlo, mucho menos hacerlo cruzar la frontera de los olvidos.

Con una extraordinaria lucidez el recuerdo aprovecha los innumerables puentes que ofrece la memoria, utiliza cualquier dato menor para hacer su aparición repentina: el perfil que dibuja una loma contra el horizonte. Un resto de nube detrás del incendio de la tarde. El inconfundible sabor del helado de coco. La espuma que adorna la ola. El tintineo de unas llaves, el eco de las campanas, unos ojos que miran a través de cuchillos. El sonido de unos pasos que se alejan. Cualquier detalle insignificante le sirve a su propósito de destruirme.

No parece existir relación alguna entre este recuerdo y los olores, pero noto con preocupación creciente, que recalcitrante se planta en la memoria apenas percibo la fragancia del mango, de la menta, o el olor característico de la lluvia inminente, incluso, se revela irreverente con el agrio olor de la pólvora quemada.    

Es realmente imposible acostumbrarme a estos asaltos continuos, sorpresivos y sistemáticos de un obstinado recuerdo, que demuestra una intransigencia superior a esta decisión mía de suprimir de la memoria esta historia.

Finalmente, el rebelde recuerdo se apodera de mi pensamiento, se atrinchera, se hace irreductible y termino por entender, que ese insistente recuerdo no es una afrenta del pasado, ni la carga insufrible de la cruz impenitente y por lo tanto no debe causar ningún dolor, ni angustia, ni sobresalto. El recuerdo que con tanta saña me persigue es tan solo una advertencia, una alerta, una clara señal que me sirve de límite para no volver a cometer el mismo error una vez más y finalmente termino por agradecer a esta memoria mía su extraordinaria fidelidad, su constancia, su insólita enseñanza.


Comentarios

Los errores, si de ellos nos damos cuenta, es porque todavía estamos vivos. ✔💚
Me gusta las cosas que escribes.
Recomenzar dijo…
Me ha encantado tu blog
te felicito por el contenido que tienen

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