El inesperado giro de los vientos

Complacido oigo el hondo resonar de las olas contra las piedras, resisten con su habitual paciencia calcárea este incesante ir y venir, es temprano todavía, pero pronto las arenas blancas se visten de a poco con los vistosos colores de toldos y trajes de baño, la mañana se repliega ante la invasión de familias y las olas persisten en animarnos con su áspera voz de sal. Aparecen también los indeseables: el estridente reggaetón silencia la voz profunda del mar y el juego de paleta se convierte en enemigo mortal.

La poca paciencia se agota cuando la pelota rebota contra el rostro de una chica. Intento defenderla, pero los indeseables, los resentidos, se agrupan y me humillan.

Derrotado me marcho, ya en el auto, la ventana rota me advierte una nueva afrenta, esparcidos los restos de cristales se convierten en el caleidoscopio de mi desaliento, a donde viene a encallar este naufragio que hoy me acompaña.

La chica que intenté defender: bronceada y cubierta apenas con un hilo dental anaranjado, se acerca, agradece mi gesto y me entrega su número de teléfono.

-Llámame- pide. Y se despide llenando de promesas el futuro. 


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