Correr
A mi hermana Aymara y a todos los amigos que corren y han corrido conmigo.
Intento domar el asfalto, someter su áspera piel, desnudar su impostura indiferente, pero este es un contrincante formidable. Las calles en todas las ciudades tienen la paciencia que a mí me falta, la resistencia que me abandonó hace mucho, y una fortaleza probada ante mayores contingencias, fortaleza que me esquiva.
Cada mañana a la misma hora desafío a este adversario que
me espera con sus trampas dispuestas, y yo cada día ensayo nuevas artimañas
para vencerlo. Unos días enfrento a mi contrario con decisión, otros con
verdadero entusiasmo, puedo asegurar, que hasta cantando, y algunos otros días
movido solamente por la fuerza de la costumbre y obligado por la imposición de una
rutina, que disfrazo de disciplina y me obligo a cumplir.
Conozco a mi contendiente y no me amedrentan sus múltiples engaños, ni la aparente indiferencia con la
que intenta amilanarme, tampoco me intimida la incertidumbre convertida en chantaje de posibles traspiés,
desafortunadas caídas y la amenaza de un hueso roto. A la hora en que el sol
apenas despunta inicio esta contienda sobre las aceras, tengo confianza en la huella de mis pasos, en la firmeza de
mi zancada.
Mis sentidos están al servicio de pisotear esta fiera
que en apariencia duerme. Somos muchos ahora los que al amanecer corremos semidesnudos
al lado de vitrinas apagadas, y cruzamos temerarios las esquinas. Una legión de
cuerpos se despliega en todas direcciones, cada quien lucha su propia batalla
al ritmo que la vitalidad le permite, la
constancia como escudo y como arma.
Las mujeres han tomado esta iniciativa como fórmula para
enfrentar la edad que agobia sus sueños, al igual que yo, corren con poca ropa
sobre las aceras, sus cuerpos expuestos libremente en la diversidad sin límites
señalan nuestras diferencias. Envueltos en sudor cruzamos miradas, intercambiamos
sonrisas efímeras, gestos, el saludo de los buenos días, y nada me aparta de este
inusual interés mío de doblegar la rigidez de la piedra y descarto la
posibilidad de una erección inconveniente en el cumplimiento de mi tarea.
Los músculos de mi cuerpo están al servicio de este
combate, mi atención dedicada al escrutinio de la hora, de los minutos, del
tiempo transcurrido antes de sentirme agotado por completo.
Impongo al corazón un ritmo amortiguado, ordeno a los
pulmones administrar oxígeno y obligo a las piernas una zancada segura, ya
estoy en la pista.
Y en la palabra pista una revelación: el estribillo de una canción que se ha colado en todos
los mensajes de los celulares.
FAES que salga a la pista. FAES questá questá detonaó.
El FAES es uno de los muchos organismos que la
dictadura utiliza para crear el terror en la población, los únicos que enfrentan
a estos asesinos uniformados por el dictador son las bandas organizadas de
delincuentes, son las dos caras de una misma perversión enfrentadas, no por
justicia, son convocados por el estricto sentido de supervivencia y ambas
protegidas por la impunidad en la depravación de la justicia.
Tomo precauciones al acercarme a un terreno baldío, las intransigencias acechan
entre esas sombras huérfanas, y al pasar, un perro salta, ladra a mis espaldas,
insistente me persigue. Acelero el paso y se mantiene pegado a mis tobillos, la
cercanía de sus colmillos acerados asusta, en este caso no se cumple el viejo adagio: perro que ladra no muerde.
El instinto del animal que soy me obliga a detenerme.
Con los puños cerrados enfrento al perro, doy un grito aún más espantoso que sus ladridos y
sorprendido y asustado el perro retrocede con la cola entre las piernas.
El corazón se disparó y es imposible la calma, las
piernas me tiemblan, el miedo me paraliza. Una vez más la calle me vence.
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