A propósito de Siddhartha

Los fabulosos años sesenta desataron vientos desconocidos, confabulados recorrieron el mundo entero anunciando que era posible un cambio, que el hombre podía ser el mismo y también otro,  distinto, quizás mejor. Uno y múltiple, pero había necesariamente que iniciar el camino, que era urgente la  búsqueda, que el tiempo nos había alcanzado y estábamos llamados ser mejores para construir un mundo con mayor justicia. Esos vientos revolvieron también el sur de América y me encontraron en Venezuela cerca de los veinte años. Desde Inglaterra los Beattles y los Rolling Stones. En Estados Unidos Andy Warholl y Marylin Monroe. En Francia Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. En España Picasso y Miro y Dali. En Suiza Carl Jung. En Venezuela Conny Méndez y la metafísica. El alemán Hermann Hesse con su Siddhartha. Este pequeño libro nos llegó en formato de bolsillo y papel barato a los cinco hermanos de la mano de nuestra madre y nos muestra un mundo totalmente desconocido, nos abre la puerta para que nos asomemos al mundo interior, que el camino se iniciaba con nosotros y terminaba en nosotros y que debíamos desechar el miedo e iniciar el camino para convertirnos en lo que realmente somos, en el uno absoluto. Nuestra madre se hace eco de esa búsqueda e inicia el camino superando barreras y miedos, ha encontrado una fuerza interior que le permite avanzar y la ayuda a conseguir el objetivo que se ha planteado. Vuela hasta la India y se  interna durante algunos años en un ashram en una escuela de Yoga, abandona su nombre y se convierte Swami Kevalananda Saraswati. Regresa a Venezuela con la misión de fundar una escuela de Yoga. Es la primera mujer Swami en el país, imparte clases de yoga, de meditación, sin costo alguno por más de cincuenta años, cuando cumple los 91 se despide y trasciende este plano.


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