El otro, siempre el otro


Cada día la sorprendente cadena de intensos afanes me empuja a un remolino al que entro desprevenido. Cada día soy el mismo y también, aunque suene a disparate soy otro. Otro, que a veces me sobrepasa. Ambos enfrentamos con decisión la actitud de desaliento, actitud que sabemos intenta abatirnos, a mí, y también, por supuesto, al otro. Al otro le basta un segundo apenas para brillar y no  pretende suplantarme, el fulgor de un instante le es suficiente. El otro cultiva la paciencia.
Desde la aguda esquina de la lógica y la razón se puede mirar con cierta nitidez al que soy y también al otro convertido en mi avatar. Estoy seguro que el otro me empuja a realizar actos temerarios con el fin de vencer mis miedos. Pero creo ciertamente, que las intenciones son diferentes en cada otro, pareciera que esa esencia que nos posee es también capaz de llevarnos a realizar acciones decididamente contrarios a la generosidad que  caracteriza al ser humano.  
Hoy los hechos me confirman que cada persona posee su propio otro, su sombra única, indiscutible. Pero muchos  desconocen su existencia. En la mañana de hoy, de regreso al departamento en donde recién me he mudado, me espera en la puerta un gato. Es un alivio que no sea negro, es más bien atigrado, de ojos relucientes y al verme se  acerca. Debo confesar que los animales me asustan, nunca he podido adivinar sus intenciones y siempre creo que quieren atacarme, que conocen mi miedo. Mi primer impulso es correr, pero el otro me lo impide. El animal ronronea una súplica, con la cola levantada se restriega entre mis piernas y camina en dirección del departamento de mi vecina, se detiene en la entrada y me espera. Me paraliza el miedo, pero el otro  adivina la intención del pequeño felino y me obliga a seguirlo.
He perdido la voluntad, es el otro quien toma las decisiones, yo desconozco sus motivaciones últimas. El otro me arrastra y entra con la determinación que a mí me falta al departamento ajeno. El astuto minino se queda afuera y maúlla con fuerza antes de desaparecer. De inmediato el olor a gas me advierte del peligro, pero ya el otro avanza al interior de las habitaciones. En la cama, desnuda, dormida por los efectos nocivos del gas se encuentra la vecina. El otro, siempre el otro, se hace cargo. La toma, sale con ella en los brazos y la acuesta sobre mi cama. Me apena su desnudez y soy yo quien la cubre, soy yo quien regresa a su departamento y abre las ventanas, soy yo quien llama a emergencias, soy yo quien recoge el papel que ha dejado sobre la mesa de noche y soy yo quien lo lee.
Con delicada caligrafía y a manera de acápite un poema: 

Camino ojeroso de polvo y viento 
en el eco de las diez de la mañana.
En esta hora vacía
hasta la sombra huye de sus pasos.
En los minutos sordos
el horizonte es de silencios.
Bajo este epígrafe leo unas pocas líneas que quisieron ser la explicación de la drástica decisión de mi vecina y que el otro le impidió consumar:
Hoy me he dejado avasallar por la otra que soy. La otra, apoyada en el desaliento me impone su mirada oscura y me obliga a mirar en la huella de mis pasos únicamente el fracaso, las ausencias, los silencios y esta soledad que me agota. Puse en manos equivocadas mi vida y esas manos mezquinas me condujeron a este despeñadero. Ya no quiero otro amanecer.  

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