Las tretas de la muerte

A Tigana.


Ante el inevitable poder de la muerte y la huella de estricta rigidez que deja tras su paso, capaz de transformar en fieros, los rostros más dulces, ante esa constante que presentan los cuerpos tocados por la muerte, él repite con fervorosa constancia palabras ajenas. Esas palabras que aprendió de memoria no le pertenecen, pero decidió adoptarlas como propias, no con la odiosa intención de plagio, por el contrario, cree que al pronunciarlas las rescata del olvido, las convierte en certezas y le permite borrar la rigurosa sombra que deja el paso oscuro de la muerte.


Mira la pantalla de su computador y la frase escrita es una difusa columna de diminutas hormigas negras,  la fuerza de la costumbre lo impulsa a ejecutar un gesto que lo identifica. Cuidadosamente, con las dos manos, toma los delicados anteojos de alambre que descansan sobre la mesa y los coloca y ajusta con gestos de vieja práctica. Regresa la vista a la pantalla, ayudado por los lentes, con la claridad de una revelación, lee la certera línea que lo fulmina y desde ese momento la repite como una verdad indudable cada vez que se encuentra ante un cadáver.


Las palabras son ajenas, pero la imagen que la frase convoca le pertenece por completo, algunos destellos de esa idea han rozado más de una vez su pensamiento y quizás, por esa razón, repite la frase ajena con total convicción. 


Él sabe que las palabras las escribió una mujer, sabe también, que vive en otro continente, que se hace llamar Tigana, él no conoce el rostro ni la edad de Tigana, que se hace representar por un vestido blanco, que el tiempo y la soledad deshilachan. El vestido huérfano, cuelga de un gancho sobre una gastada pared azul añil comida por el viento y por el sol. Al vestido lo acompaña una vieja y solitaria silla de madera, un traste, que perdió las esperanzas de ser útil y es una señal más, de las ausencias que acompañan a Tigana. 

Tigana es el avatar de una mujer que escribe impulsada por la persistente búsqueda de nuevas formas de expresión, en esa ansiedad permanente que consume a esta mujer, ella  logra escribir las palabras que a él o impactan, la frase escrita ilumina la imagen que lo asombra y que él, convertido en pregonero fiel, repite en presencia de la muerte. Tigana escribió.


“Qué celosa la muerte, que cubre con un velo al que se lleva, temerosa aún, de que alguien lo reconozca y se lo robe”. 


Una vez más, él está ante esa celosa muerte ineludible y concreta que alude la frase. Una vez más, reconoce el velo que ha dejado la muerte sobre el rostro de quien ya dejó este mundo y en voz baja repite la consabida frase frente al cadáver. Baja la voz, no por respeto ante este acontecimiento íntimo, último y definitivo, baja la voz, para hacerle saber a la muerte que conoce sus tretas. 


No le teme  a la muerte, ni tampoco le teme al olvido. Cree tercamente que ambos son dos eslabones inseparables de la cadena de acontecimientos que las circunstancias entrelazan.


El rictus de la muerte transfigura la armonía del rostro. Ante un silencio inédito y eterno se ha convocado el caos, la celosa muerte ha cubierto con un velo intangible a quien ya se ha llevado y esconde sus señas particulares. Obediente y sumiso el pasajero viaja a través del tiempo y sigue el desconocido rumbo que la muerte ha trazado. 


Se acerca al cuerpo tocado por la muerte y reconoce, sin inmutarse, al hombre que quince años atrás destruyó su legítima aspiración de convertirse en artista plástico. Es inevitable recordar, que quince años atrás, él quería crear ilusiones desde el color y la forma, convertirse en un hacedor de mundos posibles desde supuestas encrucijadas intangibles. 


Llevado por algunas lecturas él concluyó que la armonía es cosa aparente y que la forma contiene el caos que somos, pinta con entusiasmo un cuadro de grandes dimensiones que titula: Desfragmentación de la forma. Un reconocido crítico de arte ridiculiza su propuesta plástica, utiliza fundamentos apócrifos para rebatir sus argumentos pictóricos y enaltece posturas conservadoras ante su novedoso y creativo planteamiento.    

Hoy, las circunstancias lo colocan frente al mezquino crítico de arte, que años atrás, al no comprender la profundidad de su obra decidió destruirla. El crítico está desnudo y con la quijada dislocada, la mirada ausente, vacía de la autoritaria maldad que lo acompañó durante su vida.

Con fervorosa constancia repite las palabras que hizo suyas y sabe de memoria.


“Qué celosa la muerte, que cubre con un velo al que se lleva, temerosa aún, de que alguien lo reconozca y se lo robe”


El hombre al que el crítico de arte le cerró las puertas y envileció su propuesta pictórica, se ha convertido en un tanatoestético, es un creador consumado dedicado a este oficio, en todas sus intervenciones imprime la idea: que la forma contiene el caos que somos y por eso el resultado es la exposición del realismo. Con dedicación, con el genio particular que caracteriza a un artista, sin rencor, recompone la armonía perdida del rostro del crítico, logra recobrar para este difunto su peculiar gesto cínico, su perversa autosuficiencia, su aire infalible y el crítico entra a la muerte como quien entra  triunfante a su última fiesta de arte.

 

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