El mago malo

  

Mi abuelo es mago. Es un hombre largo y delgado que viste trajes oscuros y camina con elegante desenvoltura, desde lejos, parece un enorme lápiz negro ataviado con su inseparable borrador blanco.


Ayer mi abuelo estuvo en casa, se empeñó en no saludar a nadie, pasó cómo una delgada estela de humo y escondido en las esquinas del misterio me entregó un pequeño obsequio envuelto en papel de seda. Cruzó la puerta y desapareció sin pronunciar una sola palabra.


Corrí a mi habitación y sobre la cama, con mucho cuidado, desenvolví el regalo. Un disco macizo y grueso de ébano pulido, en relieves de oro y plata extraños símbolos en forma de arabescos asoman sobre la circunferencia del pesado disco. Mi abuelo tiene la costumbre de regalarme extrañas piezas antiguas de fascinante apariencia, pero que en realidad, esconden objetos de asombrosa utilidad, siempre lo sorprendí, o creí sorprenderlo, al encontrar la verdadera intención dentro de una magnífica ilusión.


Con los regalos de mi abuelo he cultivado la paciencia, he aprendido a seguir el instinto, a observar con la debida concentración y la atención de todos mis sentidos, a estudiar cada objeto con perseverancia, con voluntad y el debido respeto, para poder encontrar lo que se oculta en los obsequios que recibo de sus manos.


He descubierto que los objetos tienen vida propia y que ocultan maravillosas sorpresas en su interior. Mi abuelo y yo sabemos bien, que las cosas enmascaran con trampas los verdaderos elementos que contienen, que se divierten con nuestra torpeza al no poder descubrirlos, pero también, que no pueden resistir la tentación de revelar los misterios que ocultan a quienes de verdad buscan con verdadero empeño, finalmente, terminan por rendirse, por descubrirse, por mostrarse, siempre que seas amable en medio de los fracasos.


Me encierro en la habitación con el círculo de ébano que me dejó el abuelo, le doy vueltas en la oscuridad y sigo los relieves con mis dedos, un rayo de luna entra por la ventana abierta, ilumina el oscuro disco que sostengo entre las manos y con el pálido haz de luz descubro un detalle que había pasado por alto. Los relieves de arabescos sirven para enmascarar una espiral, al final de la espiral y sobre un número dos deforme descansa un pico de pato encuadrado entre flechas minúsculas que apuntan direcciones opuestas.


Me acerco a la ventana para aprovechar toda la luz que ofrece esta luna llena y examinar con atención el regalo de mi abuelo. Una y otra vez doy vueltas al disco en busca de una fisura, sin resultado alguno, me detengo y miro fijamente la espiral, enfoco la mirada directamente sobre la espiral y descubro con entusiasmo, que la función de los arabescos que adornan el círculo de ébano es la de ocultar la espiral, entiendo que la espiral, el deforme número dos y las flechas son la clave del secreto guardado en este regalo.


Pierdo la noción del tiempo persiguiendo sombras entre las líneas de esta espiral absurda y una idea surge luminosa entre las dudas, creo haber descubierto el secreto del disco de ébano que mi abuelo me dejó esta mañana, cuando pasó por  casa envuelto en el misterio del silencio.


Bajo el dictado de mi intuición sigo la pista que presenta el dos deforme y las minúsculas flechas y recorro el camino de la espiral con mi dedo índice, hago el movimiento dos veces en dirección del norte y lo repaso en dirección al sur otras dos veces, inmediatamente el disco se abre y queda al descubierto un círculo rojo encendido, está hecho de un material desconocido y en el centro de este redondo cero, labrado y pintado en negro, un caracol, una nueva espiral camuflada, la recorro nuevamente de la misma forma que la vez anterior y cobra movimiento, comienza a girar vertiginosamente. La espiral se separa del disco, se convierte en un tornado que gira en el centro de la habitación, me absorbe y todo lo conocido desaparece.


Aparezco en medio de una tormenta de arena intermitente en los médanos de un desierto, en el oriente, en el horizonte del desierto, un volcán hace erupción, el fuego intenta incendiar el cielo que se oscurece con nubes de pájaros y aparecen manadas de animales que corren en estampida en mi dirección, han desaparecido las diferencias entre presas y depredadores, impulsados por el instinto intentan salvarse, enceguecidos, por el humo y la ceniza del volcán buscan posibles salidas con la ayuda de su infalible olfato, por increible que parezca, mi abuelo viene a la cabeza de la estampida, me alcanza y antes de ser atropellados sopla sobre la palma de la mano y crea una burbuja que el viento lleva lejos del peligro.

 

-Un mal mago-. Dice mi abuelo. -Me envió a esta dimensión y la única forma de escapar era encontrar quien pudiera abrir el portal que conduce a este lugar-. -Tú eras el único que podía hacerlo. Me anticipé a los designios del mago malo, me adelanté al destino que había escrito para mí y pude crear una ilusión para entregarte el disco  de ébano, que en realidad es la llave de un portal.


Abrí la mano y brillaron nuevamente, bajo el resplandor del sol de una insólita dimensión, los arabescos grabados en oro y plata sobre el disco de ébano que me regaló mi abuelo.

 

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