Huelepega

 


Solamente en tres encuentros se nos va la vida. En tres oportunidades el destino me hizo tropezar con Daniel, esas tres veces se han convertido en tres imágenes, en tres fotografías colgadas en las paredes blancas de mi memoria. De vez en cuando, una idea extraviada ilumina el recuerdo y se abre la boca de un túnel de sombras en donde me interno con pasos  falsos y apoyado en oscuros pensamientos me topo con la desesperanza, ese mal que nos acecha.


Mi primer encuentro con Daniel fue a las dos de la madrugada y casi me mata del susto, es una hora inusual para encontrarse con un niño en la calle, solo y en el mayor de los desamparos. En cambio, para mí, es la hora que habitualmente finaliza mi turno en el restaurante Alonzo. Desde hace dos meses soy mesonero en ese lugar y cada día, todos los días, sin falta y puntual, cumplo mi horario de trabajo. En la madrugada de ese primer encuentro con Daniel, caminé por las calles desalmadas y mal alumbradas de Sabana Grande, pasé por el callejón de la puñalada, que realmente se llama Pasaje Asunción y al abrir la puerta de mi auto, me encontré a un niño sentado en el asiento de atrás, un cuerpo menudo que empuña una navaja con la mano derecha, para defender el pote de pegamento que sostiene con la izquierda. El niño tiene los ojos volados, la mirada perdida, intenta hablar pero es incapaz de articular palabra, me amenaza con la navaja y al intentar atacarme se hunde en un sueño de demonios de éter. Aprovecho el desmayo para desarmarlo y temblando de miedo conduzco el auto hasta un refugio cercano para personas sin hogar. 


En el refugio es obligatorio llenar un formulario con mis datos y las condiciones en que se encuentra el niño para que pueda ingresar, además debo firmar un compromiso de regresar en horas de oficina para una entrevista. El niño se queda bajo ese amparo provisional y yo me marcho envuelto en una nube de pesadumbre. 


Esa misma tarde vuelvo al refugio de menores  a cumplir mi compromiso. En la entrevista me informan que el niño tiene diez años, que desconoce el paradero de sus padres, que no tiene memoria del día en que comenzó a vivir  en la calle y que su nombre es Daniel. 


Me llevan a una sala en donde juega con otros niños, los encargados del refugio insisten en que hable con él. En este, mi segundo encuentro con Daniel, no sé que puedo decirle, ni como ayudarlo. Daniel no recuerda los pasos que lo condujeron a esta casa, no sabe quién soy y yo no sé quién es él, pero los encargados del refugio insisten y no puedo negarme.


Daniel está bañado y vestido, la ropa que lleva está limpia y le queda grande, ha recobrado el rostro de niño que antes permanecía secuestrado por los vapores del disolvente, su lengua ya no está enredada en la estopa con cola, recuperó el habla, pero una película opaca de pegamento persiste en quitarle el brillo natural a sus ojos. Es difícil la comunicación, no logra concentrarse, su conducta es tan volátil como los vapores que inhala y es imposible una conversación coherente, el hilo de su pensamiento se interrumpe, por momentos pierde conexión y salta al vacío de los silencios, nos separan espacios en blanco y miedo, un miedo atroz a una banda de pájaros oscuros que lo persigue, que lo amenaza con sus picos dorados. 


El encargado de esta casa de acogida es un muchacho joven recién graduado de la Escuela de Trabajo Social, pero sabe perfectamente lo que viven los niños de la calle y conoce los límites de la ayuda que presta y es este muchacho de título reciente, quien me muestra el mundo desconocido de una sociedad rota, apenas sostenida por precarias columnas corrompidas. 


-El niño que esta mañana usted trajo al refugio es adicto a sustancias volátiles, aquí tenemos muchos como él-. Dice el director del Centro.


-Daniel apenas tiene diez años y en él, los efectos de la frecuente inhalación de pega son devastadores.- -Es importante que sepa, que inhalar disolventes es peligroso, son drogas psicoactivas que modifican el estado anímico, los procesos del pensamiento y la conciencia. Inhalar los vapores de los disolventes produce de inmediato un estado temporal de euforia, pero después se presentan mareos, dificultad para hablar, desorientación y alucinaciones, que llevan a la pérdida de control y en  ocasiones terminan en actos de violencia-. 


-Los vapores del metanol llegan enseguida al cerebro y  eliminan neuronas provocando la pérdida de memoria y la dificultad para concentrarse, en muchos casos ocasionan la muerte repentina por inhalación-. -Es terrible-.


-Lo que nosotros llamamos pega, es la droga del pobre, del marginado, de los niños sin hogar, además de ser barata se consigue en cualquier ferretería-. -En la calle se les llama despectivamente huelepega a quienes tienen la adicción a los solventes, pero en realidad son enfermos que necesitan desesperadamente ayuda-.

 

-Este es un refugio de menores, no es un correccional y mantenemos las puertas abiertas. Daniel es menor de edad, pero es un niño de la calle, tiene la opción de quedarse y también la libertad de irse. Los niños de la calle generalmente vuelven a los lugares que conocen, a los sitios que frecuentan y seguramente volverá a encontrarlo, pero para él, usted seguirá siendo un desconocido. Este dato es verdaderamente importante, si vuelve a encontrarse con él, lo más seguro es que no lo reconozca y quizás su maltrecha memoria lo convierta en un enemigo, bajo los efectos de sustancias psicoactivas un niño como Daniel puede resultar sumamente peligroso-. 


Al dejar este improvisado hogar para hijos de la calle, me gana la pena.  


La tercera vez que me encontré con Daniel, era nuevamente la hora de las sombras, del peligro, de los riesgos, del miedo. En esta hora a Daniel no le alcanzó el tiempo de entrar en mi auto y resguardarse, tampoco tuvo tiempo suficiente para ensuciar las ropas que le dieron en su tránsito por el refugio, apenas tuvo el tiempo justo para recostarse de la puerta de mi auto y entregarse vencido a la banda de pájaros oscuros que finalmente lo alcanzó y con sus picos dorados desbaratan su corazón sin fuerzas, dormido para siempre, en los volátiles vapores del disolvente.


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