Un recuerdo, una canción, una culpa

 

En la radio revienta la voz de un cantante que arrastra piedras en la garganta y entona las letras de una canción inesperada, con la fuerza de la sangre revuelta.

“Una señal del destino.

No me canso, no me rindo,

Yo no me doy por vencido”

Esas tres exclamaciones pueden ser perfectamente el himno que me identifica, por absurdo que parezca, esas estrofas me dibujan y las hago mías de inmediato. Los acordes y la letra de esta canción percutan los resortes del pasado y se dispara un recuerdo oblicuo, que me atropella.

Soy una hija abandonada, mi padre, sin razón alguna, desapareció al cumplir los diez años y nos dejó solas. Yo sufro por mi madre y cargo por ambas todo el peso del rencor. Ella, mi madre, dedicada a sus obligaciones con la casa, con su esposo, nunca casquivana, era el faro de la familia. Recibió como recompensa de sus continuos esfuerzos la estocada del repudio. Esa fuga de silencios intenta empujarla al precipicio de los desamparados, pero contra la ofensa del desprecio permanece firme iluminando el horizonte para ambas. 

Mi madre convirtió el repudio en su máxima victoria y de un manotazo formidable apartó el dolor y la humillación de la ausencia y se entregó al  trabajo con desesperación, se aferró con las uñas a los estrictos horarios, al agobio de exigencias, muchas veces superior a sus fuerzas. Se arrancó la garra que apretaba la garganta con toda la intención de asfixiarla y no permitió que la horrenda ofensa de la fuga la aniquilara. Arremetió contra la vida y se levantó, me arrastró con ella hasta lograr que el padre que me falta, lo supla el título universitario que ostento.

Soy una hija abandonada marcada por la ausencia y el desprecio, que desde los diez años y hasta mucho después, me culpé por la huida de mi padre. Logré levantar mi espíritu con rebuscados subterfugios y con esfuerzo recompuse el ánimo, pero aún, débil, mi espíritu  tambalea en el centro de un cuadrilátero rodeado de adversarios y a duras penas se mantiene en pie, cuido mi espíritu y no permito que se acerque a las esquinas, en donde agazapadas lo esperan sus consabidas traiciones.

El tono de la voz del cantante abre descaradamente la puerta a los recuerdos, se presentan en tropel para iluminar los detalles y apuntan con sus filosos destellos esa señal del destino que me permite decir con orgullo:

No me canso, no me rindo. 

!Yo no me doy por vencida!

El día que la culpa se convirtió en rencor y pude borrarla para siempre, quitarme el peso de una carga que me impuse sin razón, sin argumentos, amaneció frío, con vientos revueltos,  con lluvias intermitentes y un intenso golpe de agua me atacó en la calle sin ninguna consideración. Esa mañana debía asistir a la Facultad, no podía faltar a mis responsabilidades, busqué con desesperación un taxi  y lo vi zigzaguear entre los autos, me tiré a la calle en un intento desesperado de abordarlo, al verme. redujo la marcha y reconocí en el conductor a mi padre, que por un instante pensé venía a salvarme, él también me reconoció y aceleró sin detenerse, atravesó con imprudencia un enorme charco y quedé totalmente empapada con una ráfaga de agua sucia y espesa que me liberó de las culpas que me había impuesto y en su lugar se instaló el rencor, no puedo perdonar y por eso las estrofas de esa canción las he convertido en mi himno y las repito con fuerza y sentida emoción.

Una señal del destino.

No me canso, no me rindo. 

!Yo no me doy por vencida!

 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-