Sucesos

 

El mismo día que Carlos Sotillo perdió el trabajo, también perdió a su mujer, la Matilde. No alcanzó a contarle que lo habían despedido. Al entrar a su casa encontró a Matilde sentada en un sillón, descompuesta por el llanto, el rímel corrido, los hermosos ojos hinchados. Había llorado y mucho, entre sollozos alcanzó a decirle: -no podemos seguir juntos-.


Carlos creció en medio de las interminables discusiones de sus padres. La pareja nunca logró divorciarse, ni siquiera separarse, aunque cada día amenazaban a los gritos con hacerlo. Se prometió así mismo no discutir jamás con su esposa por ningún motivo y lo cumplió.

 

Con voz apagada atinó a decir: -está bien-. Colocó las llaves del departamento sobre la mesa sin hacer ruido, dio media vuelta y cerró con cuidado la puerta al salir, no quería que el último recuerdo de su presencia fuera el desatino de la violencia.

 

Mientras baja en el ascensor, el hilo de la memoria le trae las estrofas de una canción. Nunca pudo recordar una canción completa, mucho menos quien la cantaba, apenas recordaba retazos de las canciones que en algún momento de su vida y por alguna razón había hecho suyos.

 

“yo sentí que mi vida

se perdía en un abismo

profundo y negro

como mi suerte”

 

Al acercarse al auto una ardilla sale disparada y se sube a uno de los árboles de la vereda en donde vive. Le asaltan preguntas a las que no encuentra respuestas.

 

¿Y si en vez de hombre hubiera nacido animal, mi vida sería diferente?

¿Sería más simple?

¿Sería mejor?

¿Sin este dolor?

¿Sin este vacío?

 

El estómago le da vueltas, un remolino gira sin control a la altura del ombligo. Logra sentarse frente al volante del auto, toma aire y mecánicamente se concentra en manejar con mucho cuidado, no quiere abollar el auto. En ese instante entiende exactamente lo que muchas veces su abuela repite con resignación fatalista cuando un evento extraordinario la sobrepasa.


-Bienvenida la desgracia cuando viene sola-

 

Carlos Sotillo convirtió su vida en un eje de una sola vertiente, el eje por supuesto Matilde, su esposa, a quien prácticamente adora. Le encanta mirar el rostro de su mujer cuando la sorprende con un detalle inesperado, o al cumplir uno de sus pequeños deseos. Se maravilla al verla iluminada de alegría. La vertiente de su vida: el trabajo, al que se dedica con atención y esmero  durante ocho horas, desde el lunes y hasta el viernes, el trabajo sirve para hacer perfecta su vida con Matilde, los acaba de perder a ambos y no encuentra una explicación para estos sucesos.

 

Maneja el auto de forma mecánica, sin un lugar a donde ir sigue adelante por la autopista, todos sus sentidos concentrados en mantener el control del auto. No se detiene en ningún lugar, tampoco para comer, perdió el apetito por completo. Deja la autopista y abandona la ciudad, el paisaje cambia y por puro instinto, con ganas de perderse para siempre, sin pensarlo, sigue el rumbo de un camino vecinal.

 

Frena con fuerza al ver a un hombre desgarbado, barbudo, con sombrero y un cayado, que intenta espantar unos animales imaginarios, tiene toda la facha de ser un bordonero, o en este caso, un pastor sin rebaño y lo comprueba cuando el hombre se  acerca y le dice con claridad: -acabo de esturrear esos animales que estaban en medio del camino-. -Los animales ocasionan lamentables accidentes por estas carreteras de abandono, puede dar gracias a que pasaba yo por aquí, quién sabe lo que hubiera pasado si no logro espantarlos con mis gritos-.

 

Carlos buscó algunas monedas, pero esta vez se equivocó, el hombre no quiere su dinero y en cambio le dice: -voy al próximo pueblo, está muy cerca en auto y quizás pueda llevarme, pronto se hará de noche y no quiero perderme en la oscurana-.


Apenas el hombre entró al auto dijo: -la vida no vale nada-. -Nos pasamos el tiempo haciéndole triquiñuelas a la muerte y esta siempre nos alcanza-. 

 

Carlos maneja sumido en su propia bruma.

 

-Detenga el auto, quiero mostrarle algo-. Dijo el personaje sacando a Carlos de su ensimismamiento y obligándolo a detenerse.

 

Bajan del auto, el sol está a punto de morir detrás de una montaña y en un estertor de fuego ensangrienta el cielo. Es un espectáculo asombroso que Carlos agradece.

 

Con un ademán del brazo el hombre le muestra los campos de trigo que se pierden de vista acariciados por la brisa, con el mismo ademán le muestra el cielo ensangrentado y grita: -polvo en el viento-. -Solo somos polvo que viaja con el viento-. Al terminar la frase, con el cayado que sujeta fuertemente en la mano, el desconocido le abre la cabeza a Carlos Sotillo con un golpe formidable. 

 

 


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