Sobre las pistas

 

La brisa que sopla despedidas inusuales desde las montañas me dejó los ojos volados de asombro, sin saber a donde ir, como si yo fuera un extranjero perdido en tierras extrañas y desconocidas. Ella ni siquiera dejó el rastro de su perfume para poder seguirlo. Se convirtió en humo evasivo, se hizo invisible, se transformó en suave brisa de la tarde y desapareció.

Con la intención de encontrarla retomé antiguas costumbres, regresé a la práctica de viejos ritos que me fueron revelados en secreto por mis antepasados y me mantuve fiel al juramento de utilizarlos únicamente para hacer el bien. 

 

Incapaz de olvidarla, en un intento desesperado de darle espesor a los vapores de ayer me encerré con la esperanza de encontrarla. Me exigí tercamente silencio con la intención de expiar alguna culpa si la había y ayuné durante siete días completos. Al séptimo día de pensarla intensamente y cumplir a cabalidad con los protocolos del antiguo culto, el correo tocó mi puerta y me entregó un paquete. Reconocí de inmediato su caligrafía perfecta, supe al instante que era de ella, pero el remitente me era totalmente desconocido.

 

Contuve las prisas, a duras penas logré controlar el temblor de las manos y sin rasgar el envoltorio desenvolví el  paquete. Resultó ser un ejemplar de un libro por mí desconocido y escrito por Paolo Giordano, el título me resultó extraño: La Soledad de los Números Primos. Extendí el papel de embalaje sobre la mesa y con afán busqué un detalle, alguna huella y  no encontré  señal alguna. Tomé nuevamente el libro y esta vez no pude  apartar la mirada de la portada. En la fotografía impresa en la carátula, el  rostro de una muchacha con ojos intensos y dulces me mira.

 

Por una especie de sortilegio, los ojos de la muchacha de la fotografía se convirtieron en los ojos de ella, ojos que no puedo olvidar, de largas pestañas, ojos enmarcados por cejas firmes y serias. Esos ojos de la fotografía son sus ojos inconfundibles de almendra y ahora me miran y exigen con firmeza el cumplimiento de mis juramentos, de seguirla al fin del mundo, de buscarla siempre, de no abandonarla jamás. Sus labios de níspero maduro mantienen la promesa de un beso del más allá.

 

Al abrir el libro encontré un cordel negro amarrado en forma de lazo. Estaba a punto de descubrir, sin saberlo, el enigma de la repentina e incomprensible desaparición de ella. Al mirar el lazo, inocentemente olvidado dentro del volumen, comprendí que el envío de la publicación es una excusa para dejar impresiones, pistas, que pueden pasar desapercibidas ante cualquier revisión rigurosa, huellas que me permitirán seguir un rastro y encontrarla ¡Rescatarla si es preciso!

 

Reviso con atención, busco alguna palabra subrayada, pero no tengo éxito. En cambio, encuentro una inocente hoja seca que señala en la esquina superior derecha el número 35 de la página, continúo hojeando el libro con mayor cuidado y aparece el esqueleto de otra hoja, como olvidada en un descuido, esta vez en la página 51, pero apunta hacia la izquierda.

 

Los recuerdos como imágenes de una película me asaltan y un detalle menor de esos recuerdos me lleva a relacionar los números con el sistema de referencia de las coordenadas geográficas. Una teoría descabellada toma forma en mi pensamiento. Utilizó la referencia de los números para localizar la longitud,  la latitud y encuentro que los números de las páginas son las coordenadas de Teherán y las hojas secas, que pensé eran de Ácana, son en realidad de jacarandá, árbol que se ve mucho en esa ciudad, lo que viene a confirmar mi teoría. El cordón negro es otra pista, encuentro el significado bajo el estudio de otros codigos y ahora comprendo que  representa la autoridad y la intransigencia, el lazo es la sujeción en contra  de su voluntad. Finalmente el título del libro me hace pensar que un primo la secuestró, que la lleva a Teherán  y hoy, que recibo el paquete, es el día señalado de su partida.

 

Confirmo la hora del único vuelo a Teherán y compro dos boletos para un destino diferente que parte una hora antes. Llego al aeropuerto, hago trampas en el chequeo, me dirijo directamente a la puerta de embarque  del avión que sale a Teherán y a pesar de la burka y el rigor de los trapos  negros que la cubren, reconozco la intensidad de sus ojos persas. 


Escoltada por dos hombres ella guarda silencio, con la mirada baja, en señal de respeto y sumisión espera resignada a ser llamada para abordar el avión con destino a su prisión. Desde el pasillo hago sonar unas castañuelas y consigo que levante la vista, me reconoce. Camino de regreso a la puerta de embarque del vuelo que tengo reservado para ambos. Los parlantes anuncian con desesperación que se presenten de inmediato los dos pasajeros que faltan.

 

Me detengo frente a una tienda y ella pasa a mi lado rumbo al baño, tomo su mano y corremos por los pasillos. Detrás de nosotros uno de los hombres intenta darnos alcance. Me falta el aire, me fallan las piernas y en el último momento entrego los tikets de embarque al personal de la aerolínea y a la carrera cruzamos la puerta del avión que se cierra de inmediato.

 

 


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Veintisiete apuntes desordenados

Descabelladas suposiciones descubren un enigma

02262024 -96-