El consejo de la abuela

A las hijas de mis sobrinas, que recién comienzan a viajar en tren.

 

Un hombre aparece en la puerta del vagón y su perfume se expande por todos los rincones, la brisa cargada de colores cogidos al vuelo y lavados en hilos de agua helada, en los desfiladeros de la montaña, ayuda a que todos perciban el olor. Los pasajeros repartidos en los asientos, con sus pertenencias ya ordenadas, respiran el aroma que despide el hombre y levantan la vista de sus asuntos para mirarlo.

Ella se paraliza, hace acopio de todas las normas de comportamiento aprendidas en su casa para no sucumbir ante el nocivo deseo de mirar al desconocido. Se mantiene intacta, con la mirada fija detrás del ventanal observa el intenso ajetreo sobre la plataforma del tren. Ella considera que las despedidas son un acto íntimo y para no convertirse en testigo de los excesos de los adioses, cierra los ojos y se niega a observar las despedidas ajenas, que se repiten con terca insistencia sobre el andén.

La verdad, es que mantiene los ojos cerrados para imaginar al hombre capaz de usar semejante fragancia, un hombre, que en este momento avanza con paso sonoro por el pasillo del vagón en busca de un lugar para sentarse.

El pensamiento de ella resbala mucho más allá de ese primer deseo de beberse a un extraño. Con los ojos cerrados, envuelta en esa esencia de lavanda que trajo el hombre y que inundó el vagón, se pierde detrás de las imágenes que su fantasía desata. 

Imagina que envuelta en nubes cruza sobre un mar tranquilo el Canal de la Mancha y se detiene en York. Camina desnuda en medio de las espigas aromáticas y púrpuras de lavanda bajo el cielo desteñido de Inglaterra.

Desea con la intensidad de la sangre enloquecida, que el hombre y su perfume no la condenen a realizar este viaje sola, la presencia del hombre y su perfume se han metido bajo su blusa, en sus pulmones, entre sus pantalones, necesita desesperadamente que esta travesía sea diferente a las otras y para ello requiere compañía.

El hombre decidió sentarse a su lado: la casualidad, el juego de los imponderables, la fuerza del deseo, el vagón con muy pocos espacios vacíos se conjugan para cumplir su deseo. La mañana es de promesas y conspira para cumplir su impetuoso capricho. En el instante que el hombre resuelve sentarse al lado de la desconocida viajera, también decide con la indiferencia característica de los oportunistas desalmados, tomar la sinuosa carretera del engaño para conquistarla.

El hombre mantiene con sobrada cautela una cordialidad distante y franca. Se comporta como un huésped sumiso, calcula cada uno de sus movimientos. Con gestos educados abre puertas al futuro, despliega con maestría dosis justas de afectos familiares para disfrazar la traición que esconde en la sombra de las palabras, juega todos sus trucos, emplea mucha maña innata de ladino para deslumbrarla y lo logra. Ella presta sus oídos a los halagos del hombre y se deja cautivar. 

El tren cruza por un campo sembrado de claveles, es la flor preferida de su abuela y en ese momento la recuerda, su consistencia, sus ganas de vivir intensamente. 

Su abuela vivió unos amores contrariados en su juventud y se volvió intolerante, decidió escapar con el hombre que la pretendía, pero a medio camino el amor se transformó en un dueño hostil y el hombre en el amo insolente, brutal, que siempre fue. El hombre había logrado esconder su verdadera apariencia detrás de su plan de conquista y deseo. 

Antes de llegar a su destino, antes de ser consumida por la ventolera de la pasión, antes que la locura de la sangre revuelta la dominara por completo, antes de convertirse en esclava, la abuela regresó a su casa y confesó a sus padres que se había equivocado de tren y que había saltado del vagón en  movimiento para poder regresar a su casa. 

El día que su abuela le hizo esta infidencia le aconsejó: sí algún día te equivocas de tren, no tengas miedo de saltar del vagón.

En la primera parada del tren, antes de llegar a su destino, antes de que el hombre se transforme en un amo cruel, antes de las heridas y el dolor, el cariño de su abuela, su conmovedora fuerza de voluntad viene en su auxilio.

Ella no espera perder la vida detrás de un dueño desconsiderado y se baja del tren sin despedirse. Ella se encontró sin proponérselo en el vagón equivocado y decidió saltar a tiempo, de la misma manera que hizo su abuela cincuenta  años atrás.


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