Acciones y reacciones

 

Para ser exactos, en mi caso particular, el pasado no es un tiempo verbal. Hace rato dejó de ser el peso de un recuerdo y se convirtió en amenaza, en una sombra que me persigue, señala mis culpas y me empuja al límite del miedo. El pasado me alcanza y viene a cobrar con intereses de mora una acción equivocada. Son vanos los numerosos intentos de resistirme, inútiles las mentiras para eludir la responsabilidad de los actos innobles que cometí.


La aceptación de esta realidad es la única alternativa que me permite seguir adelante. Me está prohibido jugar al olvido a sabiendas que la oscura silueta me persigue en silencio y tenaz deforma mis huellas. Es un espectro conocido, que tuvo nombre y apellidos y una dirección y ahora se escuda en el anonimato de la calle, detrás del descuido, de años sumido en el abandono que asumió como forma de vida.

Por un instante se descubre ante mí y me muestra que estoy realmente indefenso, que soy vulnerable, que no tengo ninguna posibilidad, que estoy perdido. En ese momento el miedo me paraliza.


Se cruzó en mi camino con intenciones erráticas. Manotea y amenaza a enemigos invisibles, habla solo, o quizás sus palabras son dirigidas a mí. Es imposible saberlo. En sus ojos extraviados encontré la misma intensidad de quince años atrás. En los rescoldos del resentimiento brillan los fulgores de un fuego que no se apaga. Hace quince años la intensa llama de su mirada chocó contra el cortafuegos impuesto por el temor a las consecuencias de sus actos y en ese momento le faltó aire y oxígeno a ese fuego y no pudo mantener la intención abrasadora de arrasar con todo y se ocultó entre las cenizas que deja el odio, para aparecer ahora. Reconozco que estoy perdido.


No es posible olvidar que ese incendio lo ha consumido, persiste la mirada de rencor con la que hace quince años me fulminó, a falta de otras armas para destruirme. Cuando nuestras miradas se encontraron nuevamente, quince años después, regresé en un viaje inesperado al pasado, a ese tiempo en que el ego me perdió y me sentí por encima del bien y del mal. 


Hace quince años con ventajas le arrebaté de mala forma la mujer que tenía, la mujer que lo sostenía al borde del abismo, su única y última esperanza. Una sola acción, dos puñaladas. La mujer me duró poco, justo el tiempo necesario que le toma pasar al viento del invierno por mi ventana y dejar su rastro de nieve y cobardía. 


Seguí adelante sin volver la mirada. Él en cambio se derrumbó, salió a la calle en busca de aire, por un momento, y le fue imposible encontrar el camino de regreso y prefirió abandonarse, ya sin razones para luchar. Al ver su ira y su violencia descubro mi firma en su desvarío. 


Hace quince años yo era otro, me creí dueño de mi futuro. La zancadilla y la mentira eran en ese entonces mis armas para avanzar hacia la gloria que pensé, en ese momento, me pertenecía y justifiqué mis actos bajo mi legítimo derecho de jugarme la gloria. El destino me mostró que estaba equivocado.


Hoy en su mirada encuentro mi derrota. Voy a mi casa, no necesito ir a la biblioteca para buscar la información que necesito y desde mi computador abro portales, busco conceptos y claves del comportamiento humano en las líneas filosóficas y religiosas del pensamiento. Finalmente encuentro lo que busco en esta afirmación: el hombre debe mantener una línea de conducta basada en la rectitud de su proceder hacia los otros. Nuestras acciones son crudas señales en la armonía del universo, los actos de los hombres son juzgados por leyes inflexibles y desconocidas, para mantener esa armonía los budistas se obligan a sellar el círculo y avanzar dignamente sobre los hechos consumados.


Debo enmendar mi error, mi falta, sellar el círculo. Busco a ese hombre y lo encuentro en la esquina en donde a diario se enfrenta a sus demonios y a pesar de su ira, de la ruptura con la realidad, se deja conducir dócilmente. Lo alojo en mi casa, no tengo otra alternativa para enmendar mis errores y borrar las culpas. Cada noche espero que me rompa el corazón, lo he visto afilar las hojas de los cuchillos en los chispazos fugaces de sus recuerdos.


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