No sé lo que vi

 


Bajé del auto temblando de miedo, caminé entre las sombras de la medianoche los pocos metros que me separaban del bar y entré sin mirar a nadie, sonaron doce campanadas desde la torre de la iglesia y el pueblo siguió durmiendo sin sobresaltos. Me senté bajo la luz amarilla de una lámpara y pedí una botella de ron Pampero, un “Caballito Frenao” y también un vaso corto, de vidrio. En ese momento recordé, que en las funerarias sirven un dedo de ron en pequeños vasos plásticos para brindar por los muertos y el miedo apareció una vez más. Revivo los sucesos terribles que acabo de atravesar sin llegar a comprenderlos totalmente.


Quité los sellos originales, abrí la botella recién llegada y con mano temblorosa llené el vaso hasta más allá de la mitad, de inmediato y sin pensarlo me empujé casi sin respirar tres buenos tragos de ron. Un anciano, único cliente a esa hora se me acercó, se sentó con toda confianza a mi lado y dijo. -Parece que acaba de ver un espanto el amigo-.


-No sé lo que vi-. Respondí. Aturdido todavía por la experiencia sufrida recientemente.


Sin esperar invitación se sirvió generosamente de mi botella.


Yo necesitaba hablar urgentemente con alguien y dije. -Soy un cobrador-. -Todos los meses recorro miles de kilómetros, atravieso el país para cobrar las deudas atrasadas de los comerciantes que hacen pedidos a la compañía y luego les cuesta pagar los compromisos-. -No acepto cheques, únicamente efectivo y puedo asegurarle, que lo más peligroso para un hombre que lleva dinero ajeno en sus bolsillos, son las mujeres, por lo tanto las evito-.


El anciano intenta adivinar lo que yo balbuceo con poca, o ninguna  coherencia. Me escucha con atención y bebe con la misma rapidez que yo, o quizás un poco más.


-Yo conducía por la autopista 5 Sur, el ojo enorme de la luna me miraba sin pestañear, al llegar a la salida de Guanare me encontré con el cruce cerrado, no había letrero, ni advertencia alguna, unos troncos enormes impedían el paso y obligado tomé el desvío a un camino vecinal, apenas había avanzado un kilómetro y de improviso, al final de una pronunciada curva se atravesó en mi carrera una vaca, frené con tanta fuerza que el cinturón de seguridad me marcó todo el costado-. -Asustado por la posibilidad de reventarme contra el animal y despedazar el auto, sin salir del sobresalto, temblando todavía por el miedo, para mi mayor asombro, en medio de la nada y a mitad de la noche, una mujer de cabello negro y largo hasta la cintura, apareció en el costado del camino, vestía de blanco hueso, la vaca había desaparecido por arte de magia-.  


-Intenté encender el auto pero no respondió, la mujer golpeó con insistencia la ventana del copiloto desde el hombrillo de la carretera y me obligó a mirarla-. -Resignado, con desconfianza, bajé la ventanilla del auto plenamente consciente de que en ese acto mecánico rompía mis propias reglas y podía ser mi perdición-.


-Puedo ayudarte a encender el auto, yo sé un poco de mecánica, no tienes que bajarte-. Dijo con dulzura y seguridad. 


-Acepté de mala gana, abrí el capó del auto sin bajarme y ella se estuvo un rato con la cabeza dentro-. -No sabía que debía hacer y me mantuve aferrado al volante, lo utilizaba como un escudo de protección y al mismo tiempo me repetía-. -Eres un imbécil-.


-Me mantuve aferrado al volante, inmovil, pero bombardeado incesantemente por mis pensamientos, que se convirtieron en feroces enemigos de la lógica-. 


-Pensé-. -En este momento debe estar descomponiendo el auto y dentro de poco se acercarán los compinches para asaltarme y matarme, quizás la enviaron mis enemigos y es parte de una componenda para sacarme del negocio, pero, y la vaca que apareció de la nada. Necesito comprender lo que está sucediendo, encontrar una respuesta racional a esta situación que resulta confusa y por supuesto incomprensible-.


-Conozco la sensación del miedo, se inicia una insignificante alerta por un detalle menor que no has calculado, los pensamientos se sueltan en tu cabeza y recorren extraños vericuetos hasta hacerse dueños de tu imaginación, la imaginación, siempre contraria a la realidad te dicta las más extraordinarias y sorprendentes posibilidades y eres dominado por el miedo, por el pánico de estar en un mundo desconocido y ficticio que tú mismo has creado, los temores te invaden y te empujan en muchos casos a acciones desesperadas, o a la inmovilidad total-. 


-Asustado, paralizado por el miedo me mantuve aferrado al volante, mientras la desconocida salida de la nada intenta hacer funcionar mi vehículo-.


-Intenté calmarme, centrarme únicamente en salir de esta carretera con vida y no matarme en la próxima curva-. -La mujer finalmente sacó la cabeza del motor, me indicó por señas que lo encendiera y apenas pasé la llave el auto respondió-. 


-La mujer me pidió que la llevara a su casa-. -No podía negarme, pero al aceptar llevarla ya me había arrepentido y comencé a lamentar en silencio mi debilidad-. -Volví a repetirme. Eres un completo imbécil-. 


-Intento no mirar a la mujer, tampoco le hablo, mantengo toda mi atención en el camino que es estrecho, atento a la carretera, a las curvas que se repiten con frecuencia, a posibles contratiempos y al mismo tiempo alerta ante cualquier movimiento de la mujer a la que no le tengo ninguna confianza-. -Quiero llegar a su casa y dejarla en la puerta sin bajarme del auto, olvidarme de este asunto y volver a la tranquilidad de estar solo, siento que la mujer me vigila en silencio-. -Intento controlarme, pero persisto en pensar que mis enemigos la enviaron, que uno de los deudores la envió para asaltarme y recobrar el dinero que acaba de pagar.- -La mujer se arrima hacia mí, coloca una de sus manos en mi pierna y pide que le encienda el cigarrillo que sujeta entre los dedos con la otra mano. Su rostro está muy cerca del mío, reconozco que no se de donde pudo sacar el cigarrillo que tiene entre los dedos y le respondo secamente con la verdad, sin mirarla-. -No fumo-. 


-En ese momento un grito espantoso rompe la noche, instintivamente frené y la mujer, o lo que era, abrió la puerta y se lanzó fuera del auto, dejó el eco de un llanto desconsolado que entristece hasta el viento que se queda detenido. La luna aprovechó y se escondió entre espesas nubes-.


El anciano se sirvió lo que quedaba en la botella y dijo con seriedad de plomo derretido. -Tuvo suerte el amigo, se encontró con la Sayona, si le hubiera encendido el cigarrillo no la estaría contando-.

 

 

 


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